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"I don't want to belong to any club that will accept people like me as a member." Groucho Marx en Groucho and Me (1959).

jueves, 26 de diciembre de 2024

volver a las catacumbas

 El 4 de diciembre en Fuera de Tiempo, Fernando Peirone le decía a Diego Genoud que unos cuatro mil años de historia de pensamiento crítico están llegando a su fin, que una civilización construída en torno a la verdad y a conceptos que nos llevarían de nuevo a la alegoría de la caverna —libro VII de la República, donde se discute el conocimiento sensible y el inteligible, y la importancia de la educación (paideia)— se disuelve al fin en supersticiones. “Yo creo y con eso basta”, como decía aquél episodio de mayo de 2021 de la adorada Mariana Moyano que trataba una vez más sobre lo que las redes hacen de nosotros.

Es curioso, hace poco más de 10 años escribí sobre las ficciones que daban cuenta de cierto estado de la imaginación entonces —es una forma ampulosa de decirlo, lo sé—. En las series de ciencia ficción, los temas recurrentes eran los universos paralelos (Lost, Fringe) y el viaje correctivo en el tiempo herencia de Terminator (de nuevo Lost; también, Mad Men). En otras palabras, algo así como la condición irredimible del presente requiere que se eche luz sobre los últimos días mediante el regreso a tiempos sobre los que habría, en principio, un orden: los 60 anteriores a Mayo del 68 y Woodstock, los virulentos 70 al filo del final de Vietnam. Pero también, descubrir en la actualidad las alternativas que devuelvan al presente un resplandor utópico: si del otro lado, si en el universo paralelo de Fringe o Lost las opciones que se tomaron no hicieron las cosas más felices, por lo menos desde allá nos llegan signos, pistas para evitar errores.

Así, las series de televisión que inauguraron el nuevo milenio podrían representarse según dos metáforas planteadas en dos sagas ejemplares: Lost o la Isla, y Mad Men o la Caída, el Abismo. El carácter insular de Lost, su cosa pequeña, doméstica y cerrada, que se despliega y busca lo abierto puede percibirse en la gran mayoría de las series, desde Fringe hasta Battlestar Galactica (2004). El carácter abisal (en el abismo está el demonio, William Blake dixit), de inminente caída, puede percibirse en Mad Men. En estas series sus personajes, al igual que el Scottie de Vertigo (Hitchcock, 1956), no sólo están al borde de una caída, sino que llevan el abismo en la mirada: algo han visto que no cabe en la superficie del mundo. Y, más terrible, ese algo, el futuro mismo, se construye en esa mirada abisal.

Pero este año 2024 nos descubrió una nueva genealogía de series (o ficciones), las sagas catecuménicas. Sí, sí, es un término irremediablemente católico, pero apartemos eso un momento. Catecúmeno proviene del griego katēkhoumenos, que significa “instruido oralmente, a viva voz” (ēkhein es eco). Pero el katē o “cata” significa abajo, de ahí que catecúmeno se emparenta con catacumba, lo que da a la catequesis no sólo un aire de cosa soterrada y secreta, también clandestina, subterránea. 

El estreno este año de Fallout —la primera temporada de la serie basada en un juego fabuloso que imagina un futuro alternativo y distópico en el que la humanidad no descubrió el transistor pero sí el poder atómico y la robótica y eternizó hasta su destrucción la estética de los años 50—, donde la misma casta que destruyó el mundo perpetuó su deseo de aniquilación en refugios bajo tierra que reproducen su sistema de dominación, da un giro sobre la célebre frase que popularizó Mark Fisher: “Es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”. El capitalismo no es otra cosa que una serie de alternativas sobre nuestra propia aniquilación. Lo dice un personaje de la serie: “El fin del mundo es un producto”. La gran maquinaria que alguna vez vendió futuro, ahora vende apocalipsis y vida bajo tierra, donde los sobrevivientes de un holocausto nuclear son instruidos en las misma filosofía que los llevó a la guerra y el fin.

Ella Prnelle en “Fallout”.

Y sobre el final del año se estrenó la segunda temporada de Silo, en la que la fabulosa Rebecca Ferguson persigue el conocimiento de qué es ese silo subterráneo en el que vivió toda su vida, cuya memoria e historia ha sido borrada y de la que sólo quedan unas reliquias prohibidas que tienen el poder de revelar la vida anterior al silo, ya que la atmósfera del mundo exterior parece envenenada para siempre.

Pero, last but not least, ya casi en el cierre del año, antes de las películas navideñas y estúpidamente polares, se estrena un film llamado Heretic (Hereje), protagonizada por un Hugh Grant villano y dos adorables jóvenes mormonas protagonizadas por Sophie Thatcher (actriz y cantante criada en una familia mormona) y Chloe West

Si Silo es la alegoría de la caverna en tanto el conocimiento sensible de los que viven dentro del silo no posee la paideia (la educación) para hacer inteligible lo que ven por una pantalla que muestra el exterior del silo, Heretic es la pura inteligibilidad —cabría decir la “instrumentalidad”— aplicada a dos jóvenes de Fe. Las dos supuestas “víctimas” —término que, nos lo enseñó el triunfo de la ultraderecha argentina, deberíamos desterrar de nuestro paradigma— del hereje encarnado por Hugh Grant son echadas a las catacumbas de la discreta mansión que él gobierna y habita. Allá abajo deberán descifrar el acertijo de esa inteligibilidad, de esa instrumentalidad de la Fe que su antagonista les opone y ofrece. En cambio producen un milagro desgraciado que de algún modo no las “salva”, pero es capaz de salvarlas de convertirse en meras víctimas.

Rebecca Ferguson en “Silo”.

Todas ficciones protagonizadas por mujeres a su modo heroicas que entendieron, como lo entendió Flora Tristán en el siglo XIX, que la liberación femenina es necesaria no sólo para las mujeres, sino para el hombre que se ha vuelto un esclavo del capital.

Estamos en el momento —no me animaría a llamarle “era”— de la imaginación catecuménica. El momento de la instrucción “a viva voz”, a través del “eco”: son otras voces las que hablan a través nuestro y, acaso, confundan su signo al revelarse.

Me lo dicen las “comunidades” por las que circulé este año, el streaming que conducen muchachas y muchachos que rozan los 30 años. Saben que algo de eso que iba a ser mientras se formaban les ha sido arrebatado, pero pueden sentarse frente a un micrófono e improvisar algo sobre estos tiempos en los que todo parece ser una improvisación sobre el fin. Conversaciones entre su generación y otras más antiguas incluso que la mía. Cerca de fin de año, Clacso sacó un podcast, Los monstruos andan sueltos, en el que los invitados son en su mayorìa los mismos que ya escuchamos en episodios de otros streamers, pero acá son guiados por la voz y el relato de Ana Cacopardo. Todo lo contrario a lo que sucede en los podcast y programas de YouTube que más nos convocaron. No hay una conversación que ensaye los temas de la época, sino una guiada. Justo las voces que mejor interpelan el momento en un formato que nos resulta ajeno y anticuado.

En este mismo espacio puede leerse una entrevista a la inmensa Wendy Brown en la que expresa lo que el papa Francisco reclamó a los progresismos recientes: “A medida que la autoridad religiosa se desvanece, los cimientos de todos los valores, incluido el valor de la verdad misma, se desmoronan. Cuando la ciencia y la razón empiezan a desplazar a la verdad religiosa, los valores pierden sus anclajes, porque estas nuevas formas de conocimiento creíble no reemplazan a la religión como fundamento de los valores y no pueden por sí mismas generar valores. Como nos recuerda Tolstoi, la ciencia nos dice cómo funcionan las cosas, pero no lo que significa nada ni cómo debemos juzgarlo o estimarlo. De manera similar, la razón nos permite calcular, deliberar, analizar o escrutar, pero no puede brindarnos un significado o valor últimos.” De nuevo, son dilemas catecuménicos.

Pero este 2024 no sólo nos dio la oportunidad de ver que los valores democráticos que creímos construir durante 40 años no eran otra cosa que “democracia a condición de que nada cambie” y así seguir acumulando capas de pobreza, sino que nos ofreció la chance de comprobar que esta democracia no lleva a ningún otro lugar que no sea exactamente el que habitamos, la democracia de la derrota, como lo conversamos en uno de los últimos programas radiales de REA con Alejandro Horowicz.

Me importan las ficciones, sus tendencias y las figuras que adoptan. Traen en eso una noticia del mundo que no está en ningún otro lugar. Veo en la derrota que trajo el gobierno actual una suerte de predominio de las ficciones pobres que se basan en la mitologización de un pasado que no es histórico y sirve hasta ahora para darle densidad a ese relato de origen libertario en el que el Imperio Romano, Julio Argentino Roca y el universo Marvel bailan reguetón (la genealogía de este fascismo residual ya la hizo Umberto Eco en un texto clásico de 1995 que tradujimos en Rea en 2020: “El fascismo eterno”).

Con el triunfo de Milei no sólo culmina el proceso iniciado en 2001, culmina también el que comenzó en 1983. Nos queda volover a las catacumbas, acompañar a una generación que se anime a soñar en serio un futuro, que no elija el campo de las víctimas —lo expresó Mario Santucho, editor de Crisis en ésta entrevista—, sino el de los que dan batalla.

Todos vamos a festejar el fin de este año de mierda el martes 31 a medianoche. Pero el 2024 terminó acaso el 4 de diciembre pasado cuando Luigi Mangione, contra la tradición de sus coterráneos de matar a diestra y siniestra y sin sentido, empuñó un arma con un silenciador hecho en una impresora 3D y disparó tres veces contra el CEO de la aseguradora de Salud más importante de Estados Unidos en el centro de Manhattan. Dejó tres casquillos vacíos que llevaban escritas las tres palbras con que las aseguradoras se atajan de pagar tratamientos de vida o muerte a sus asociados: “demorar, negar, deponer” (delay, deny, depose). Alguien habló en serio. Logró “manifestar el malestar del mundo” en una acción concreta, dice Santucho en el último episodio de “El mundo en Crisis”. “El arma es el mensaje”, dice la abogada Marcela Perelman en ese mismo episodio. Las balas grabadas con las palabras del enemigo, que recibe de vuelta esas pabalabras que también mataban (al negarle o demorarle tratamientos a pacientes que los requerían). También —dice Perelman— en el arma está el mensaje porque fue fabricada en una impresora 3D, cosa que puede leerse en diferentes planos, uno de ellos: esto cualquiera lo puede hacer. Él también es detenido con el arma en un McDonald’s, lo que no puede ser considerado un gesto inocente. El arma impresa en 3D, continúa Perelman, es el puente entre el código virtual —las redes y el cifrado cibernético en el que se movía Mangione– y la materialización de algo que viene del código y se transforma en arma para enviar un mensaje político.

Luigi Mangione es llevado ante un tribunal luego de ajsuticiar a un gerente de una aseguradora de salud.

Ni bien se conoció el ajusticiamiento del CEO de United Healthcare, cuando aún no se sabía la identidad del perpetrador ni el manifiesto que llevaba consigo al momento de su arresto, el enorme Chris Hedges publicó en ScheerPost una notita urgente que coincidió en mucho con ese manifiesto.  “Nada absuelve al asesino de Thompson —escribió Hedges, que además es pastor presbiterano—, pero nada absuelve tampoco a quienes dirigen corporaciones médicas cuyos fines de lucro adoptan un modelo de negocio que destruye y extermina vidas humanas en nombre de la ganancia”. Allí también resumía lo que esas aseguradoras de salud representan para los estadounidenses que en su mayoría volvieron a votar por Donald Trump este maldito año. “En términos morales, a estas corporaciones se les permite legalmente mantener como rehenes a niños enfermos mientras sus padres se arruinan para salvarlos. Es indiscutible que muchas personas mueren, al menos de forma prematura, a causa de estas políticas”, escribe Hedges refiriéndose a las quiebras familiares y económicas, atribuidas en un 40% del total de los estadounidenses al accionar de las aseguradoras como United Healthcare.

El mensaje político de Mangione es también un mensaje catecuménico, cifrado, con “varias capas”, como dijo Marcela Perelman. Un “mensaje” —para usar la vieja terminología instrumental— no-cerrado, que se multiplica no en su repetición —de hecho, al día siguiente volvió a haber un tiroteo masivo, esta vez en una iglesia, cuyo tirador era una chica de 15 años— sino en su generación de sentidos, en la manifestación de un malestar crónico, desahuciado, sin futuro que esta vez encontró a alguien que habló en serio.

A mediados de los 90, cuando ya había caído el Muro y la ya disuelta Unión Soviética recibía un último soplo de humillación con la figura de Boris Yeltsin, el filósofo marxista francés Alain Badiou —insospechado de cristianismo y menos de catolicismo— publicó un breve libro titulado San Pablo. Lo que el francés analiza allí no es la verdad que predica el ex sicario judío Saulo de Tarso —Jesús resucitó y vive en nosotros—, que Badiou no cree; sino el hecho de que haya logrado con su práctica catecuménica —epístolas, reuniones clandestinas, viajes y visitas— una prédica universal. Una prédica que, en el presente de Badiou, se hundía con el socialismo realmente existente de mediados de los 90.

Volver a las catacumbas para ensayar una prédica universal capaz de ofrecer un futuro no es algo que pueda reclamarle a mi generación vencida, pero es algo que sí creo escuchar en las generaciones más recientes, las que aún no se dan por vencidas aunque mastiquen la derrota.

 



martes, 17 de diciembre de 2024

el actor como lector

Popularmente conocido por su personaje de comedia, Luis Rubio no había sido “leído” y, por lo tanto, tampoco “escrito” en ese amplio campo de batalla audiovisual que llamaremos cine argentino.

Sí, Juan Vera vio y exploró en 2018 el potencial actoral de Rubio cuando le dio el rol de coprotagonista en El amor menos pensado, junto con Ricardo Darín y Mercedes Morán.  Y lo mismo podría decirse de Matías Bendesky, que en 2023 lo sumó al reparto de la inclasificable y magistral El método Tangalanga.

Tal vez por ese tono de coprotagonista, la primera vez que Alejandro Agresti nos lo muestra en Lo que quisimos ser (2024), es en una de las butacas de atrás de una sala que pasa cine clásico. Ya volveremos sobre ésta presentación.

Agresti convocó a Rubio en 2022, cuando ya tenía el guión de Lo que quisimos ser y le dijo que el personaje masculino de la historia había sido escrito pensando en su actuación. 

El espectador asiste a la escena del nombramiento ficticio de los personajes de la historia: Luis Rubio será primero Yuri, por el primer cosmonauta de la humanidad, el soviético Yuri Gagarin (1934-1968) y, más tarde, cerca del final, optará por llamarse Buzz, por Buzz Aldrin (el segundo en pisar la Luna luego de que lo hiciera el comandante Neil Armstrong). Eleonora Wexler, protagonista junto con Rubio de Lo que quisimos ser, se llamará Irene.



Yuri e Irene se conocen a fines de los años 90 en una pequeña sala de cine donde son los únicos espectadores que asistieron a la proyección de una comedia de Howard Hawks, Ayuno de amor (His girl friday, 1940), con la que su director se jactaba de haber hecho los diálogos más rápidos de la historia de Hollywood hasta el momento —fue también lo que se conoció entonces como screwball comedy (“comedia excéntrica”), un género que de alguna manera satirizaba las comedias románticas hollywoodenses en la década de la Gran Depresión tras el crack financiero de 1929. Un dato que difícilmente se le escape al director cinéfilo que es Agresti: también su película, que transita los bordes del drama y la comedia, pone el amor y la representación de ese encuentro del que el espectador es testigo en un lugar “excéntrico”.

A la salida, Irene y Yuri van a un bar que ella elige —el Brighton, por calle Sarmiento, al que muchos porteños recuerdan con mucha familiaridad— y él define como “pituco”, término que ya a fines de los 90 era un anacronismo y tiñe la conversación de Yuri/Rubio de un fuera de época que ayuda a construir ese momento atemporal en el que sucede ese encuentro a lo largo de la película.

Irene/Wexler propone entonces el juego, la ficción que regirá esos encuentros: van a llamarse por nombres inventados y no permitirán que nada de su vida “real” quiebre ese hechizo de tiempo de los encuentros de los jueves en el que Yuri pide un Old Smuggler etiqueta blanca (otro anacronismo ya en esos tiempos al borde del fin de los 90). Este “hechizo de tiempo” es, de algún modo, el de Somewhere in Time (Pide al tiempo que vuelva, Jeannot Szwarc, 1980), en el que Christopher Reeve, en un hotel, logra volver al pasado que habitó una mujer que descubrioó en un retrato y permanece allí en tanto nada de su presente interfiera en el decorado decimonónico de ese hotel fuera de temporada. Irene es a su vez una escritora reconocida y Yuri un astronauta que le cuenta sus misiones espaciales. 

El viaje, en el personaje de Yuri, pertenece también al plano de la representación: tiene una librería de viejo, es un lector de ciencia ficción y posee una suerte de plano de corte del transatlántico al que define "hermano menor del Titanic" en el que un niño reconoce una sala de cine; como en la escena inicial en las butacas de la sala de cine donde proyectan Ayuno de amor, el transatlántico es también un lugar para el espectador, un espacio a ser leído.

Luis Rubio asume así su primera faceta como actor: Rubio es el lector. Lo fue en El amor menos pensado, donde antes que exhibirse como coprotagonista evita desplegar su protagonismo para que Ricardo Darin vuelva a contemplar su relación con Mercedes Morán. Y será más específicamente un lector en El método Tangalanga, una fantasía en torno a una incierta biografía de Julio Victorio de Rissio (1916-2013), conocido como el Dr. Tangalanga. en el que Rubio es un enfermero que ayuda al personaje de Martín Piroyansky a descubrir su relación con el de Julieta Zylberberg.

Allí donde otros actores necesitan desplegar sus manos aferrándose a objetos, ensayando movimientos frente a cámara, Rubio actúa con gestos del rostro, con miradas, apoyando las manos sobre una mesa, cargando un bolso o dándole unas palmaditas a Darín tras practicar un poco de footing en un parque y despidiéndose porque en ese fuera de escena del final volverá a haber un encuentro que esperaremos incluso cuando ya hayan terminado de pasar los títulos finales.

Autor


Los cinéfilos de los 80 nos endurecíamos con la malentendida frase de Werner Herzog que decía que “los actores son un mal necesario”. Leíamos en ella la magnificencia del auteur cinematográfico encarnado en el director que planificaba en planos la puesta en escena y dejaba al actor como un elemento más de la escenografía: la escritura de una escena que se desplegaba en tomas y recortes. Preferíamos ignorar, claro, que ese Herzog que despreciaba a los actores era, ante todo, un gran director de actores: véase cualquier película protagonizada por Klaus Kinsky que no estuviera dirigida por Herzog (no defiendo el cine de Herzog, que está casi fuera de mis citas, sino la ironía de esas declaraciones que interpretamos caprichosamente).

Por eso, los que sin confesarlo íbamos al cine a ver una película “de Henry Fonda” o “de Clint Eastwood” —quien aún no se había destacado como auteur (director)— nos sentimos reivindicados cuando Eduardo A. Russo escribió en mayo de 1992 un texto sobre Robert Mitchum en la revista El Amante.

¿Qué es actuar y qué es actuar en cine, cuando una cámara se detiene en un primer plano, un plano medio, un picado o un contrapicado? El teatro siempre será la panorámica sobre la escena, la voz, el cuerpo agitado en el escenario: un personaje poseído por una representación que emite gestos que puedan interpretarse a la distancia. En cambio el primer plano exige una “síntesis” particular —el concepto es de Sergei Eisenstein— que resume la totalidad del relato: un primer plano nos muestra en el rostro del actor la totalidad de la trama. 

En otras palabras: ningún actor puede ser en cine otra cosa que el mismo personaje (por supuesto, tenemos esmerados ejemplos de lo contrario: el laborioso Stanley Tucci tratando de desdoblarse infructuosamente en la magia del teatro para ofrecernos actuaciones lamentables o nuestro finado Alfredo Alcón practicando la alquimia del actor teatral hecho carne en el cine).

Disclaimer

Conocí a Luis Rubio ca. 1986 en un bar donde recalamos tras no-me-acuerdo qué festejo en Dorrego y 9 de Julio. Entonces era un actor de Discepolin que viajaba en la parte trasera de la moto del Turquito y desplegaba su humor para fantasear sobre la pobre vida de un actor rosarino cuando la TV de Rosario todavía lustraba las efigies vivas de Evaristo Monti y Alberto Gonzalo. Difícilmente las líneas que siguen se dedicarán a hacer una diatriba de su trabajo. Sin embargo, su actuación en Lo que quisimos ser, exige mucho más que complacencia y amistad.

No voy a hacer un panegírico de mi amigo, sino un análisis de la construcción de una figura que, aunque difícilmente apreciada por las voces rutilantes de la “rosarinidad porteña”, es también inclasificable por la rosarinidad realmente existente. Sigamos.

Lo que quisimos ser

Retomo el texto de Russo del año 1992: “Un actor en el cine es, antes que ninguna otra cosa, una superficie de inscripción. Y un gran actor de cine será ése cuya imagen pueda modelar de algún modo el film que habita y dotar de constancia una serie de películas que puede abarcar directores, productores y guionistas diversos.” Dice también que hay actores que son a su modo autores: capaces de darle una unidad a las películas que protagonizan que no siempre pueden darle sus directores. Menciona a Henry Fonda, a John Wayne, Bette Davis o Cary Grant (que protagonizó Ayuno de amor, película que el personaje de Rubio volverá a ver en televisión, solo, en su departamento, esta vez con un signo diferente en su rostro, ya no se ríe con estridencia como en la escena en que nos fue presentado.

 



 Agresti encuentra para Rubio/Yuri, la anacronía, una cazadora de gabardina que ya era vieja cuando salió a la venta en los locales de prendas sport, a fines de los 80, un vestuario apagado en el que sobresalen unos tonos pastel teñidos por la misma disolución del siglo XX. Pero, también, unas camisas sobre las que se nota una elección, a la fácil opción del jean liso o la leñadora urbana, alguien puso el ojo en prendas que declarasen esa discreta estridencia.

Pero el guión de Agresti encuentra también ese lugar de Rubio en la actuación cinéfila: en un momento detendrá el juego que le propuso Irene (que avanza en la perfección de esa altra vita, “la que toda espera destruye” —la frase es de Claudio Magris—) y pedirá llamarse Buzz (por Aldrin —ya lo dijimos, agregamos también que el momento de este escrito Aldrin tiene 94 años—), el segundo de Armstrong.

Si se lo piensa un poco, el Rubio actor que hace a Éber Ludeuña trabaja con la sátira y la ironía mucho más que con la parodia. Éber parece sacado de algún lugar que podemos reconocer, pero no podemos reconocer su original, que es el material con el que trabaja lo paródico. Y es también, en tanto satírico —como en el humor de los Hermanos Marx—, un personaje “lector”. Lo dijimos a propósito de TV or not TV, que Rubio desarrolló entre 2016 y 2017, en el que componía personajes del mundo de la televisión y recorría —a través de una consola de edición— distintos escenarios televisivos y producía un tipo de humor sutil, “lector” (repasaba y reconfiguraba escenas históticas). Los títulos finales estaban acompañados de Rubio en un overol que llegaba para arreglar un viejo televisor (de la era pre plasma) en el que se escuchaban los gritos indistinguibles de un programa de panelistas. El técnico abría la caja trasera, tocaba unos cables que chisporroteaban en sus dedos y voilà, comenzábamos a escuchar la voz de Tato Bores, giraba la pantalla y ahí veíamos y escuchábamos un viejo monólogo, veloz y claro, el comediante en su tuxedo.

Ésa sería la clave del humor “lector”: no sólo el homenaje, el reconocimiento de los gigantes que ceden sus hombros para que miremos hacia adelante, según la fórmula del padre Leonardo Castellani, también una declaración: cambiar los gritos por la palabra, volver a una cima para ver por dónde se avanza.

Lo que quisimos ser une esa lectura de Rubio a la de Agresti, que supo ver al actor-autor, aprovechar su austeridad, su figura de coprotagonista no para ponerlo en un segundo lugar, sino en esa “superficie de inscripción” con la que el cine inicia el proceso de representación de aquello que no puede ser mostrado.

Una coda final para Lo que quisimos ser como film argentino. Su economía escenográfica, la pequeña trama en la que se sostiene, la escueta cronología recuerda una tradición que desplegó Leonardo Favio en Soñar, soñar —1975, en la que Carlos Monzón actúa una de las mejores borracheras del cine— o la más reciente Cómo funcionan casi todas las cosas (Fernando Salem, 2015) de la que el mismo director nos dijera: “En el nivel de conflicto y en el de intimidad, y en las sensaciones y en lo pequeño y lo doméstico hay una idea de historia mínima que es muy movilizante, que no hacen falta grandes conflictos, sino que esta idea de duelo, de búsqueda de refugios, de preguntas sobre la existencia no necesitan un marco tan ampuloso y estas historias tan universales se pueden dar en estos pequeños relatos”. También Lo que quisimo ser es una película mínima en torno a la ficción sobre la que erigimos la nave para surcar el mare tenebrarum del mundo.




martes, 10 de diciembre de 2024

los estadounidenses odian su sistema de salud

Este artículo se publicó en Jacobin un día antes de que Luigi Mangione, arrestado por el ajusticiamiento de un CEO de la aseguradora de Salud United HealthCare, fuera identificado a última hora del lunes pasado. En esta nota, publicada en el New York Post este martes a la tarde, se traza un perfil del pensamiento político de Mangione, de 26 años, atraído por el manifiesto del Unabomber (Ted Kaczynski) pero no necesariamente un adherente de los métodos de Kaczynski. Se definía, en esa nota, como “socialista en términos de salud pública”.

Al día de la fecha, ya arrestado y conocida su identidad, el nombre de Luigi Mangione retumba en redes y en la internet como el de un héroe para muchos estadounidenses hartos de la gigantesca estafa piramidal de su sistema de salud.

Me pareció oportuno publicar esta nota ya vieja porque despliega el amplio abanico de adhesiones que generó la ejecución del gerente de una de las aseguradoras de salud más prominentes de EEUU. Por último, este sistema de salud representa hoy en Argentina un plan posible para las políticas desreguladoras del gobierno actual.

Nota bene: la traducción respetó todos los hipervínculos de la edición original en inglés.


Una de las muchas pintadas recientes en Park Ridge, Nueva Jersey, poco después de conocerse el arresto de Luigi Mangione.

By Branko Marcetic (“Americans Hate Their Private Health Insurance”)

La respuesta al asesinato del director ejecutivo de UnitedHealthcare sin duda desmiente la afirmación de que los estadounidenses adoran el sistema de seguros de salud privado. Es una fuerza política que espera ser aprovechada, pero pocos en Washington parecen interesados.


Si algo mantiene en el descontento a los estadounidenses es el sistema de salud de su país. Por primera vez en dos décadas, la mayoría califica la atención médica de Estados Unidos como deficiente, incluso se extendió un nuevo récord de calificación que usa el término: “mala”. Casi tres cuartas partes dice que no satisface sus necesidades, y aproximadamente la mitad tiene dificultades para pagar sus facturas médicas. Una mayoría ha tenido algún tipo de problema con su seguro –reclamos denegados, por ejemplo, o problemas con las redes de proveedores o la autorización previa), y una mayoría aún mayor siente que las aseguradoras no son transparentes sobre lo que cubren, o piensan que las facturas de seguros o los diversos pagos que tienen que hacer a las aseguradoras no son fáciles de entender.

Pero olvidémonos de las encuestas. Si se quiere tener una idea de cuán profunda y extendida es la ira de los estadounidenses contra este sistema a menudo absurdo e injusto, basta con observar la reacción pública a la impactante noticia del asesinato de Brian Thompson, el director ejecutivo de UnitedHealthcare (UHC), una de las compañías de seguros de salud más crueles y rapaces del país. Sea cual sea el motivo del asesino, en Internet (en las redes sociales, YouTube, las secciones de comentarios de noticias y más) la respuesta ha sido la misma: los estadounidenses se están burlando alegremente de su muerte, diciendo que entienden por qué sucedió aunque no lo aprueben, o comparten sus propias y espantosas experiencias personales con las aseguradoras de salud.

El hecho de que esta sea la respuesta pública en masa al asesinato de un ser humano dice mucho sobre el descontento generalizado de los estadounidenses con un sistema de atención médica impulsado por el lucro que deja a tantas personas en la indigencia o sencillamente las mata.

“Odio a las compañías de seguros”

Un post de Facebook de la compañía que expresaba tristeza y conmoción por el asesinato de Thompson tuvo, al momento de escribir este artículo, casi ochenta mil reacciones de emojis de risa. Twitter/X explotó con chistes sobre su asesinato.

“Una buena lección aquí es que debes vivir tu vida de tal manera que cuando mueras, nadie saque una hoja de cálculo para explicar matemáticamente por qué están felices de que estés muerto”, escribió la comediante Kristin Chirico en un tuit que hasta ahora tiene 54.000 me gusta.

“Chipotle subió sus precios de nuevo y alguien acaba de preguntar quién es el CEO LMFAOOOO”, tuiteó otro usuario, obteniendo 315.000 me gusta hasta ahora.

Muchas de estas cosas se están recopilando y publicando en Instagram. También corren comentarios furiosos en el rival de X, Bluesky. “La recompensa por la persona que asesinó al CEO de United Healthcare ni siquiera es suficiente para cubrir 1/9 de la factura que recibimos por 28 días de radiación”, escribió la caricaturista Marie Enger en la plataforma, recibiendo miles de me gusta.

Los usuarios de TikTok están escribiendo e interpretando canciones que celebran el asesinato de Thompson, con letras como “el pueblo se sacó un premio en una celebración de sangre” y “nunca deberías tener que enfrentarte a las cosas que enfrentan todos tus clientes”, dirigidas a los directores ejecutivos. Delay, Deny, Defend: Why Insurance Companies Don’t Pay Claims and What You Can Do About It (Retrasar, negar, defender: por qué las compañías de seguros no pagan los reclamos y qué se puede hacer al respecto), un libro de hace catorce años que critica las prácticas de las compañías de seguros de salud y cuyo título coincide con las palabras escritas en los casquillos de las balas que el asesino de Thompson le disparó, se ha disparado de repente al puesto número tres de los libros más vendidos de Amazon en la categoría de negocios y dinero.

En Reddit, un hilo sobre el asesinato en el subreddit r/medicine (un foro que se describe a sí mismo como "un salón virtual para médicos y otros profesionales de salud") tuvo que ser cerrado por los moderadores porque los usuarios respondieron con una serie de bromas. El comentario principal es de una enfermera que escribió una parodia de una carta de denegación de atención de la UHC, en este caso dirigida a Thompson en relación con su tratamiento de emergencia después de haber recibido un disparo. UHC no pudo cubrir sus servicios de emergencia, explica el comentario, porque no había demostrado “necesidad médica”, no había obtenido “autorización previa”, la sala de emergencias a la que fue estaba fuera de la red y no había explorado otras opciones de menor costo.

“Entendemos que realmente te estabas ‘desangrando’, pero esto no te exime de explorar vías de atención de menor costo”, dice el comentario.

Se produjo una escena similar en r/nursing, otro foro dirigido y poblado por profesionales médicos, específicamente por enfermeras. Ese subreddit ahora está lleno de “Hilos de código azul” (es decir, hilos en los que los moderadores tuvieron que restringir los comentarios) en los que proliferaron las entradas sarcásticas al asesinato de Thompson y a los ejecutivos de seguros de salud que se preocupaban por su seguridad o que se retractaban de algunos cambios de política verdaderamente atroces como respuesta. Un moderador tuvo que publicar un recordatorio de que el contenido que promoviera la violencia no estaba permitido y sería eliminado. (“No envidio tu posición en lo más mínimo. Es como tener que ser tú quien impida que la gente juegue al fútbol con la cabeza de Mussolini”, respondió un usuario).

Uno de los hilos de ese subreddit sobre el asesinato llegó a r/SubredditDrama, un foro que cubre lo que se consideran controversias internas particularmente entretenidas en los diversos subreddits del sitio. Un usuario publicó “algunos puntos destacados” de los comentarios sarcásticos en el hilo, como una discusión sobre buenas recetas de ensalada de atún, o uno que afirmaba que una “bala en el pecho… suena como una condición preexistente” y que Thompson debería “probar la fisioterapia”. El autor señala que un comentario que reprendía a la gente diciendo que “celebrar un asesinato y pedir más es asqueroso” recibió votos negativos, lo que significa que recibió una desaprobación masiva de los usuarios.

Comentarios similares o incluso más mordaces abundaron en el subreddit r/nursing: “Espero que le cobren a su familia el viaje en ambulancia en este momento difícil”; “No hay compasión aquí, y sus millones de dólares ahora no valen nada para él”; “Parece que esto está relacionado con la condición preexistente de ser un imbécil amoral”. “El salvajismo absoluto en estos comentarios realmente demuestra lo absolutamente hartos que estamos todos de que las compañías de seguros jodan a nuestros pacientes y familias”, escribió otro usuario. El subreddit r/jokes está lleno de chistes sobre el asesinato, que actualmente son algunos de los hilos más votados en la página (lo que significa que han recibido la mayor aprobación de los usuarios del foro).

Mientras tanto, varios usuarios aprovecharon la ocasión para contar sus propias historias de terror al trabajar con aseguradoras, incluida UHC.

“Trabajo en la facturación de un centro de gastroenterología y, de hecho, tuve que discutir con UHC porque no querían considerar como ‘emergente’ un procedimiento para un hombre que había recibido un disparo en el estómago”, escribió una cuenta cuyo comentario fue recibido con numerosas respuestas de usuarios que compartieron sus propias historias. “Odio a las compañías de seguros. Los seguros son una estafa literal”.

Otro usuario contó que sospechaba que UHC había llegado a un acuerdo con su antiguo empleador, AT&T, para excluir su cirugía de mandíbula de la cobertura, porque su cirujano había tenido al menos trece pacientes con la empresa ese año y había visto rechazos similares. A pesar de que le dijeron que "perdería la capacidad de masticar a los cuarenta", no pudo hacerse la cirugía y ahora, a los cuarenta y dos años, solo puede comer ciertos alimentos cuando el dolor es extremo y está preocupado por los posibles efectos secundarios de volver a intentar el procedimiento a una edad más avanzada. "Así que no diré directamente cómo me siento, pero puede que lo adivinen", concluyó.

Esto no fue exclusivo de Reddit. El mismo sentimiento se puede encontrar en YouTube, en las secciones de comentarios de los videos sobre el asesinato de CNN (“¡Dios mío, qué horrible! ¿Está bien el piso en el que cayó?”), Inside Edition (“Lo siento, pero la empatía está fuera de la red”) y Today Show (“UHC ha destruido muchas vidas y familias. Condolencias: denegadas”; “Si tiene alguna información sobre el tirador, guárdela para usted”), por ejemplo. Cuando CBS Mornings publicó ayer un video que cubría esta manifestación de ira popular, los comentaristas de YouTube se burlaron de los presentadores.

“¿Cómo puede decir con cara seria, ‘somos un país de ley y orden’? ¿Desde cuándo alguna de estas corporaciones corruptas y codiciosas ha sido responsabilizada?” fue el comentario que más "me gusta" recogió.

“Deberían haber llamado a este video ‘Presentadores de noticias ricos y desconectados conmocionados por la ira de la gente común al ver morir a sus familias debido a reclamos denegados’”, fue el segundo comentario con más me gusta.

En las secciones de comentarios de los medios de comunicación de tendencia derechista se está viendo algo similar. Una de las historias del Wall Street Journal sobre el tema tiene más de dos mil comentarios, mucho más que la mayoría de sus otros artículos. “Después de ver Pain Hustlers en Netflix, puedo entender cómo pudo suceder este incidente… No lo aprueben, pero entiéndanlo”, escribió un lector. “Bueno, ¿qué hay para almorzar?”, escribió otro.

Esto se repitió en las historias sobre el asesinato en Fox News (“He sido cirujano durante casi una década y veo a pacientes sufrir diariamente porque las compañías de seguros anteponen las ganancias a la atención médica, algo que encuentro moralmente aborrecible”), el Daily Mail (“Trabajo en atención médica y UHC es uno de los peores seguros con los que trabajamos. Niegan TODO inicialmente y es indignante los obstáculos que tenemos que superar para atender a los pacientes con este seguro”), e incluso el New York Post (“United Health Care también me envió algunos mensajes: Denegado, Rechazado, Deducible, Fuera de la red, Preaprobación necesaria, Copago, Su prima mensual ha aumentado. Eso se traduce en mucha munición”), a pesar de que el periódico adoptó una postura editorial que desaprobaba las respuestas poco comprensivas del crimen. 

Buena moral y buena política

Lo que resulta particularmente sorprendente de todo esto es que uno de los principales argumentos utilizados contra la implementación de un sistema de atención médica pública y común como Medicare para todos en los Estados Unidos (por parte de políticos, comentaristas políticos y voceros corporativos) es que la gente simplemente ama demasiado su seguro médico privado. Los comentarios que proliferaron en estos días demuestran que esto es descaradamente falso.

De hecho, muestran que el odio público hacia el sistema depredador de seguros privados de los EEUU se transmite no solo a los pacientes, sino también a los profesionales de la salud, desde enfermeras hasta cirujanos e incluso a los trabajadores responsables de la facturación en los proveedores de atención médica. Y lo que es más importante, ese odio no se limita al lado izquierdo del espectro político.

Sin embargo, cuando Bernie Sanders se presentó a la presidencia en 2020 pidiendo Medicare para todos, el supuesto amor de los estadounidenses por su seguro fue constantemente arrojado contra él como argumento en contra de su propuesta.

“No voy a apoyar ningún plan que prive a las personas de una atención sanitaria de calidad”, dijo en un debate el entonces gobernador de Montana, Steve Bullock, describiendo algo que ya ocurre con los seguros privados.

“El verdadero obstáculo para el plan de Sanders son las expectativas del público”, decía un artículo de opinión de The Atlantic. “Por mucho que los estadounidenses odien a las compañías de seguros en general, quieren el derecho a tener una relación de amor-odio con su propia aseguradora”.

La postura solitaria de Sanders, prometiendo que aboliría casi por completo los seguros privados, fue calificada por los expertos como tan arriesgada políticamente que varios de sus rivales demócratas la abandonaron. Eso incluyó a la siguiente candidata más progresista en la carrera, Elizabeth Warren.

La otra candidata que hizo lo mismo fue la vicepresidenta Kamala Harris. Esta fue una de las posturas de izquierdas supuestamente impopulares de su campaña de 2019 que, según nos dijeron, Harris tuvo que superar para derrotar a Donald Trump en las elecciones presidenciales de este año, ya que fue objeto de ataques de la derecha por el cargo y, como era de esperar, se acobardó bajo la presión, vendiendo su cambio de postura como un acto de madurez política sensata y moderada.

El diluvio de ira pública hacia las aseguradoras a raíz de este sorprendente crimen (por no hablar del posible motivo relacionado con la atención médica del asesino) arroja serias dudas sobre esta pieza de sabiduría política convencional. De hecho, pone en tela de juicio todo el pensamiento del establishment político sobre la atención médica.

Para los republicanos, eso significa no hacer ningún cambio en la atención médica, más allá de facilitar que empresas como UHC rechacen reclamos y estafen a los pacientes, dificultar que la gente demande a las compañías de seguros y hacer que los estadounidenses dependan más de ellas paralizando los programas de atención médica pública con recortes de gastos. Para los demócratas, eso significa dejar el status quo en su lugar y expandir modestamente Medicare mientras hacen promesas vagas de “fortalecer la Ley de Atención Médica Asequible” (ACA –Affordable Care Act–), a pesar de que el intolerable status quo que los usuarios de Internet están destripando en este momento es un resultado directo de casi quince años bajo la ACA.

Quien sea un funcionario demócrata debe estar arrepintiéndose por la dirección que ha tomado el partido en este tema. Primero, estuvo la decisión de Joe Biden de abandonar la promesa de opción de seguro médico público que hizo en la campaña electoral tras ganar, y eso fue antes de que firmara la legislación que llevó a que más de 25 millones de personas fueran expulsadas de su seguro Medicaid desde el año pasado, incluidos millones que todavía eran elegibles pero lo perdieron por razones burocráticas y de procedimiento.

Segundo, estuvo la decisión de Harris y su equipo de no ofrecer ninguna reforma sustancial de la atención médica a nadie menor de sesenta y cinco años (es decir, cualquiera que no sea elegible para Medicare). Uno de los momentos indelebles en el camino hacia el fracaso electoral de Harris se produjo en un foro abierto de Univisión en octubre, cuando una mujer discapacitada de sesenta y dos años que se había quedado sin hogar debido a una serie de dolencias le preguntó a la vicepresidenta cómo haría para “hacer que Estados Unidos volviera a ser grande” ayudando a personas discapacitadas como ella a obtener nuevamente un seguro médico. Harris, que no tenía ninguna política que ofrecer, respondió con una larga ensalada de palabras antes de sugerir simplemente que se aseguraría de que la deuda médica de la mujer sin hogar no se contabilizara en su calificación crediticia.

La ira contra el sistema de atención médica privado de Estados Unidos no es sólo una cuestión de urgencia moral (para la gente común que sufre constantemente bajo ese sistema, así como para los ejecutivos que reciben sus amenazas de muerte). Es claramente una potente fuerza política que espera ser aprovechada. Nadie en Washington parece tener mucho interés en hacerlo ahora mismo. Si lo hacen, podría causar un terremoto político.