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"I don't want to belong to any club that will accept people like me as a member." Groucho Marx en Groucho and Me (1959).

domingo, 8 de junio de 2014

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Con asombro leo la última edición de El Eslabón, que sigo cada sábado y, además, suelo escuchar en su versión radial. Ernesto Ávila, el Negro, a quien aprecio con devoción y es autor de algunas de las crónicas más desopilantes de la primera época del diario El Ciudadano (no hay enlace porque su dueño, el ex presidente de Newell's Old Boys, hizo que se destruyera todo el archivo), hace una nota que me sorprende: toma como máximo referente de cierto periodismo up-to-date a Ignacio Ramonet –no sé si porque estuvo en Rosario esta semana o porque proviene de una provincia de Europa llamada Cataluña o porque escribió en Le Monde Diplomatique. Pero a partir de unas paupérrimas definiciones de Ramonet (que los periodistas perdieron el rol de "curas seculares" de la modernidad, entre otras reliquias), la nota de mi gran amigo derrapa en las opiniones recogidas entre otros amigos, todos de medios bien constituidos, debidamente oficiales y, salvo Rosario 3, analógicos: La Capital, Rosario 12. Excepto Carlos Del Frade, quien mantiene su espíritu militante –en la única militancia que debe ser celebrada, la de las nuevas generaciones–, todos se muestran escépticos y desconfían de las nuevas tecnologías.
La nota cumple con el mandato de relevar en ciertos medios las opiniones de sus periodistas en función de los preceptos vertidos por el señor Ramonet. Viniendo de El Eslabón, que lleva ya unos veinte años de ninguneo en algunos de esos medios y, sobre todo, en el diario de los empresarios mendocinos –diario que, encima, es el que más atrasado viene en la actualización tecno-ideológica–, uno esperaba que el relevamiento recogiera las voces de gente que tiene cierta formación y prédica en la cuestión digital, que son incluso voces raras veces consultadas debido a su escasa notoriedad en la escena massmediática. Pues no, no sólo plantea un debate que ya caducó hace como siete años, con la explosión de los blogs, sino que descree de la única herramienta que posee un periodista, la histórica, el saber qué se dijo, qué se publicó y dónde hallarlo. Esta escritura sin "enlaces", sin links que señalen una referencia, una opinión, una fuente, una lectura, es la que parece asustar a varios de estos periodistas.  
La hago corta: lo que deberían pagar los empresarios del periodismo (y me permito ponerlo así porque sería deseable que los periodistas demos la pelea para que eso suceda), si es que algo así existe dentro de unos años, no es la capacidad de pedir opiniones, sino la capacidad de dotar de cierta "historia" a una opinión, la capacidad de "leerla". Cierto que en una ciudad que tiene como gran escuela a un diario que jamás linkea ni cita otra fuente que a sí mismo, esto parece imposible de pensar.
Internet no es la panacea del periodismo porque cualquiera pueda decir lo que le plazca, sino porque puede fundamentar lo que le plazca para un público interesado y real, que se puede seguir y calibrar; cosa que no pasa en los medios tradicionales que tratan de ganarse un lugar en la web a costa de ningunear y desoír los criterios editoriales que Wikipedia instituyó hace rato.
Cierto, captar a un público "lector" –es decir, que sea capaz de leer lo que se le ofrece– se hace difícil cuando las redes sólo nos ofrecen un público reproductor, pero ese problema nos excede por ahora.
De todos modos, muchachos, el dinero que no ganamos hoy sacrificando feriados y horas impagas, parece que no lo ganaremos mañana cuando seamos expertos en la navegación de ciertos temas.
Good night and good luck

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