El año termina con Ascension, una miniserie de seis
episodios emitidos entre el 15 y el 17 de diciembre en el canal de ciencia
ficción SyFy –bastante diferente de la mayoría de los programas de la
productora, donde suelen juntarse cacharros estelares y máscaras de monstruos
en desuso. Sin ser descollante, una mezcla de El show de
Truman y las fantasías
paranoicas sobre el primer alunizaje (aquellas que aseguraban que las
imágenes de la
primera misión a la luna habían sido fraguadas, según pedido del gobierno,
por Stanley Kubrick en el Cañón de Colorado), Ascension trae un tema caro a las series actuales, la del “presente
alternativo”.
Ascension narra el
derrotero de una misión ultrasecreta enviada al espacio durante el gobierno de
John F. Kennedy, en 1963: unas 600 personas fueron embarcadas en una nava más
alta que el Empire State para garantizar la supervivencia de la humanidad si
algún incidente de la Guerra Fría terminaba con la vida en la Tierra. Una
misión sin retorno, en la que los nietos de los primeros viajeros serían los
encargados de establecer una colonia humana en una galaxia muy, muy lejana.
Al final del primer episodio vemos que esto no es del todo
así y que nuestros viajeros estelares son “un salvavidas para la humanidad” en
un sentido muy distinto al que ellos mismos imaginan.
Sin embargo, esta idea o, más bien, esta figura que ya tiene
la dimensión de un mito sobre una realidad o presente paralelo, nos resulta
familiar de series como Fringe, Lost y, este mismo año, The Leftovers.
Series en las que el carácter inabordable del presente es pensado desde los
caminos no tomados. Lo que nos devuelve una vez más a la célebre frase de Mark
Fisher: “Es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”.
Más allá de su calidad, Ascension
confirma que el mundo de las series es aún el de la obsesión por reflexionar el
tiempo que nos toca vivir.
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