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viernes, 23 de marzo de 2018

todo futuro es político

para La Capital

El futuro envejece rápido. Las historias de ciencia ficción, comprometidas la mayoría de las veces con relatos que transcurren en el futuro, son a fin de cuentas narrativas políticas. Cada una se escribe en tensión con el presente.
A la vez, para que un futuro tenga lugar, el presente debe conservar cierto horizonte de promesas irrealizadas, lo que hasta hace unas décadas solía llamarse “utopías”. La buena noticia, para los amantes de la ciencia ficción, es que vuelve a las pantallas y será uno de los géneros predominantes también en 2018. La mala noticia, para todos, es que es esas “promesas irrealizadas” son cada vez más fragmentarias y su puesta en escena resulta una pesadilla cercana. Un ejemplo: el episodio “Nosedive” (“Caída en picada”), el primero de la tercera temporada de Black Mirror: lo único nuevo son los dispositivos que permiten dar una especie de “me gusta” a una persona sin usar el celular; y lo que vuelve terrible ese relato es la financierización de la vida a través de la red social, cosa que de algún modo ya ocurre (lamentablemente, no sólo a través de redes sociales).

En espejo

Netflix anunció el estreno, entrado 2018, de la quinta temporada de Black Mirror, la segunda que producirá la plataforma de streaming tras ganársela al canal original británico Channel 4, una serie que se adentra apenas unos minutos en el futuro y cuyo tema explota la relación que ya tenemos con la tecnología y el desdoblamiento de las personas en su vida virtual. En otras palabras: esa “otra vida” en la que aspiramos a una plena realización no sólo no existe, tampoco parece existir ya el deseo, según nos lo dejan ver los casi siempre pesimistas episodios pergeñados por Charlie Brooker, inspiradas en películas, libros, historietas y también videojuegos como Fall Out.
La ciencia ficción que se percibe en Black Mirror es la de la inminencia: algo ominoso y terrible va a suceder, pero ese hecho futuro ya contamina el presente y lo vuelve un castigo anticipado. Como una puesta en escena de la célebre frase de San Pablo en Corintios que inspirara a Lèon Bloy y Jorge Luis Borges, entre otros: “No vemos sino en espejo, en enigma”, la ficción nos propone visitar el enigma de ese mundo espejado que inauguró, de modo real, la vida virtual.
Pero Black Mirror no es el único estreno de ciencia ficción de este año. Quitando de la lista el bodrio copy-and-paste Altered Carbon, estrenado en enero, la plataforma suma este año nuevas series y secuelas, de Stranger Things a la remake de Perdidos en el espacio (13 de abril), aunque, hasta el momento, el mejor y más auspicioso de todos los estrenos fue la película de Alex Garland (Ex Machina, 2015) Aniquilación: inspirada en Stalker (el film de Andrei Tarkovsky de 1979), la ficción de Garland, protagonizada por Natalie Portman, transcurre en el presente y en una zona afectada por lo que parece ser el despliegue de una forma de vida extraterrestre que, al modo de las células cancerígenas, duplica y fusiona seres y organismos. Y hay un detalle: cada una de las mujeres que se internan en esa zona aislada del resto del planeta, de algún modo ha abandonado toda esperanza, todo futuro. La nueva ciencia ficción se desarrolla en ese territorio: un presente contaminado por un futuro acotado y devastado o, mejor, un presente que es el espejismo de esa devastación inminente.
Pero no todo se agota en Netflix. HBO estrena el próximo 23 de abril la segunda temporada de la serie que se propuso, en su momento, como la continuación de Game of Thrones: Westworld (la comparación con la saga basada en los libros de George R.R. Martin la desmerece). Muy vagamente basada en la película de los 70 protagonizada por Yul Brynner, Westworld prescinde incluso del futuro. Todo transcurre en un parque temático ambientado en el lejano oeste estadounidense en el que los anfitriones son androides que copian la forma y el comportamiento humano y repiten ante sus huéspedes ricachones una historia escrita para satisfacer sus ambiciones básicas: matar y tener sexo. Pero el relato se centra en la relación de Anthony Hopkins y sus creaciones, los androides, quienes comienzan, en la primera temporada, una rebelión. Mientras la gran mayoría de las ficciones dramáticas que admiramos entre las nuevas series tratan sobre la transformación del protagonista en antagonista (Breaking Bad es el paradigma), Westworld se plantea como un relato teológico: el creador (Dios) debe sacrificarse para que sus criaturas ganen su voluntad.
También en HBO puede verse, desde mediados de febrero, Counterpart (“Contraparte”), una serie de 10 episodios producida en Estados Unidos por el canal de cable Premium Starz y protagonizada por J.K. Simmons que explota los cabos sueltos de otra serie legendaria, Fringe (Fox, 2008-2013): la realidad paralela al modo que la describió el difunto Stephen Hawkins. Dos universos que, al tocarse, comienzan a separarse.
En Counterpart, ambientada en un complejo de espionaje en Berlín que es también el punto de pasaje entre un mundo y el otro, el elemento disruptivo del universo paralelo es sólo el marco para el despliegue de una guerra fría actual, entre dimensiones distintas e iguales, en espejo, con una Alicia que viaja al otro lado pero, en lugar de encontrar magia y maravillas, halla su parte más oscura y divergente.

El otro lado

En un libro publicado en 1983 (Seeing Is Believing: How Hollywood Taught Us to Stop Worrying and Love the Fifties: “Ver es creer: cómo Hollywood nos enseñó a despreocuparnos y amar los 50”), Peter Biskind analizó de modo ejemplar los films de invasiones alienígenas de los 50 y señalaba cómo “los hombrecitos verdes de Marte quedaron fijados en la imaginación popular como los hombres rojos de Moscú”. Allí planteaba que tales films se dividían en dos grandes grupos: los que dramatizaban el consenso generalizado (amenazas al modo de vida americano), los centristas, y los extremistas, aquellas películas, como El día que paralizaron la Tierra, en las que los extraterrestres traían una alternativa o, en otras palabras, una utopía. Para que esto sucediera, para que la utopía tuviese lugar, era necesario “otro lado”, ya sea detrás del muro de Berlín como más allá del sistema solar.
Es lo que intentan las series como Counterpart, Westworld o el film Aniquilación: crear otro lado a partir de la duplicación, a través del espejo oscuro como el de Black Mirror.
“La ciencia ficción ha perdido preponderancia respecto a la fantasía porque ya nadie cree en el futuro”, dijo George R. R. Martin hace un par de años, cuando presentó uno de los últimos tomos de la demorada saga Canción de Hielo y Fuego, en que se basa la serie Game of Thrones. Ese descrédito en el futuro contamina el presente, que es el tema de la ciencia ficción actual: desde pandemias de infertilidad, como Los niños del hombre o The Handmaid’s Tale hasta clásicos televisivos de los 2000, como Galáctica Astronave de Combate, que trasladó el conflicto generado por Estados Unidos en Oriente Medio a una lejana confrontación espacial.
A principios de los 60, cuando la ciencia ficción no había sido golpeada aún por la llegada del hombre a la luna ni por la caída del estado de Bienestar, uno de los mejores escritores del género y, también, uno de los más grandes del siglo XX, escribía en un artículo para la revista New Worlds: “Los mayores adelantos del futuro inmediato no tendrán lugar en la Luna ni en Marte, sino en la Tierra, y es el espacio interior, no el exterior, el que ha de explorarse. El único planeta verdaderamente extraño es la Tierra”.

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