Mi amigo Juan Pablo estuvo hasta hace dos semanas en Rosario. Con uno de sus alumnos, Nick, un muchacho de Iowa que estaba por primera vez en Argentina, fuimos a La Piamontesa a cenar, establecimos una relación y, producto de la charla, le envié más tarde enlaces con canciones de autores sobre los que habíamos hablado, desde Zitarrosa a Edmundo Rivero.
Entre esos tangos cantados por Rivero estaba "Cafetín de Buenos Aires", del que hallé una traducción en la web que me pareció de algún modo acertada. Allí el "cafetín" (not excatly a caffé, como le había dicho) deviene "tavern" (taberna), porque acaso no existió ni existe en los Estados Unidos o el mundo del Norte algo que se parezca a los cafetines que conocimos hasta los tempranos en 80 en el Río de la Plata.
Me escribe Juan Pablo: "Tavern por cafetín no es del todo afortunado. Un cafetín es (al menos así me lo imagino), un lugar solar, desde donde podés ver el mundo pasar. Una taberna es un lugar crepuscular, donde los que toman se sientan mirando a la barra –y al espejo de la barra– porque es un lugar más bien introspectivo –o de olvido. Dicho esto, no tengo ni idea cómo lo hubiese traducido yo, porque acá no hay algo como un cafetín, de modo que, desafortunado y todo, creo que taberna es casi lo único. Ambos son lugares masculinos, y en el mejor de los casos conversacionales, de modo que eso sí es acertado."
En la traducción, le digo, sopesé la densidad de esa letra. Volví a escuchar tangos con mi hijo los domingos a la noche, cuando íbamos a buscar a su hermana al hospital donde trabaja, cuando terminaba su turno y era muy tarde para que se tomara un colectivo. Me pareció que la actividad ameritaba que le inculcara esa fantasmagoría de un mundo desaparecido. Siempre Rivero (mi hijo –10 años entonces–, con disimulada preocupación llegó a preguntarme si Rivero había muerto: me conmovió la idea de que pensara que todo el tango cabía en Rivero, exactamente como me pasa a mí).
Cuando leí el comentario de Juan Pablo confundí lo solar y lo crepuscular con lo diurno y nocturno. Cuando su observación señala otra cosa y es exacta sobre todo por lo que el tango anuncia (no sólo esa letra: el tango en general): la desaparición de un mundo –y ese anuncio se hace al mismo tiempo que ese mundo desaparece: la Buenos Aires de los 30, el campo que cede a la urbe, la infamia, y así–; por lo tanto, el cafetín es un lugar solar en el sentido en que debe dar lugar a la visión de ese mundo que se esfuma y, a la vez, es un lugar crepuscular, porque es siempre un mundo evocado
La evocación de un mundo con la que se evoca también eso que el narrador del tango no llegó a ser. El tango es ontológico.
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