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"I don't want to belong to any club that will accept people like me as a member." Groucho Marx en Groucho and Me (1959).

domingo, 5 de mayo de 2019

El capitalismo vigilante

Ilustración de Tim Robinson en The Nation.


Antes de que comenzaran su aguerrida y victoriosa huelga el año pasado, los maestros de Virginia Occidental se opusieron a que se introdujera en sus lugares de trabajo un programa de bienestar llamado Go365. El programa forzaba a los empleados a descargar una aplicación que supervisaría su salud y recompensaría con puntos el ejercicio y el buen comportamiento. Quienes no acumularan 3.000 puntos al final del año serían penalizados con una tarifa mensual de 25 dólares y aumentos que se descontarían del sueldo. Aunque la adhesión al programa era voluntaria antes de que comenzara la huelga (desde entonces fue eliminado), la indignación que produjo Go365 ayudó a que se iniciara la huelga. Como le dijo una maestra a The New York Times, “La gente sintió que era muy invasivo tener que descargar esa aplicación y verse obligado a entregar información confidencial”.
Al resistirse a Go365, los maestros de Virginia Occidental libraron dos batallas a la vez: lucharon en las trincheras de la austeridad del estado y en las líneas del frente de la vigilancia digital privada. La aplicación presagiaba muchas de las preocupantes tendencias que Shoshana Zuboff describe en su nuevo libro, La era del capitalismo vigilante, donde explica que las empresas de Silicon Valley buscan tecnologías portátiles y otros dispositivos inteligentes para obtener una visión cada vez más detallada de nuestra salud física y emocional. Go365 midió los pasos diarios de los maestros con la ayuda de un Fitbit; las camas Sleep Number miden las horas que estamos acostados y la calidad de nuestro descanso; una nueva compañía llamada Realeyes planea vigilar nuestras expresiones faciales mientras vemos anuncios, interpretando nuestras emociones en tiempo real.
Sin embargo, las empresas de Silicon Valley no solo quieren monitorear nuestro comportamiento, también planean moldearlo. Su influencia sobre nuestras acciones podría ser indirecta por ahora, efectuada a través de los premios y penalidades que Go365 gatilló contra los maestros. Al integrar estos dispositivos en nuestras vidas diarias, las compañías también establecen el escenario para una futura intervención más directa. Zuboff cita a un desarrollador de software que fantasea en voz alta acerca de la capacidad de la industria tecnológica para presionarnos y estimularnos a control remoto: “Podemos saber si no está en condiciones de manejar, y simplemente podemos apagar su auto. Le ordenamos a la TV que se apague y hacemos que duerma un poco, o ponemos la silla a vibrar porque no debería estar sentado tanto tiempo”.


Capitalismo amable

Basándose en investigaciones exhaustivas y ese tipo de entrevistas alarmantes, The Age of Surveillance Capitalism lanza una urgente advertencia sobre nuestro posible futuro. Zuboff analiza las innovaciones tecnológicas y los mecanismos de mercado que hacen que la vigilancia ubicua sea cada vez más posible. Aunque su diagnóstico es escalofriante, son pocas sus soluciones. A lo largo del libro, se denuncia los abusos perpetrados por las compañías de Silicon Valley y la autora argumenta que representan una ruptura radical de una forma anterior y más amable de capitalismo. Pero al negarse a reconocer las continuidades entre los modos de explotación pasados y los últimos horrores del capitalismo vigilante, aleja a los lectores en última instancia de los caminos de resistencia más prometedores.
Zuboff ha sido aclamada como un “gurú de la gestión inconformista” y una “profeta de la era de la información”. Ex columnista de Fast Company y Businessweek y una de las primeras mujeres en la Harvard Business School, ha sido una voz líder en tecnología de la información y negocios durante más de 30 años. Captó amplia atención por primera vez con su libro de 1988, En la era de la máquina inteligente, un estudio primerizo e influyente sobre cómo la tecnología informática afectaría a la fuerza laboral estadounidense. Este proyecto fue notable en su ambición, y Zuboff se fijó un objetivo aún mayor en un artículo de 2015 que resumió los fundamentos del capitalismo vigilante: “Hace un momento”, escribe, “aún parecía razonable enfocar nuestras preocupaciones en los retos de la informática en el trabajo o de una sociedad de la información. Ahora, las preguntas duraderas de autoridad y poder deben dirigirse al marco más amplio posible, la civilización de la información”. En La era del capitalismo vigilante, que tiene más de 700 páginas, se propone describir el comienzo de una civilización, una que –arguye– estará dominada por Silicon Valley y su aparato de vigilancia.

Primeros días

En la primera sección de su extenso libro, Zuboff rastrea el nacimiento del capitalismo vigilante hasta un momento de 2003 cuando Google presentó una patente titulada “Generación de información de usuario para su uso en publicidad dirigida”. En los primeros días de Google, explica, la compañía vinculó la publicidad sólo para responder consultas. Mientras tanto, las vastas cantidades de datos que recopiló sobre usuarios particulares (incluido “el número y el patrón de los términos de búsqueda, tiempos de espera, patrones de clic y ubicación”) se utilizaron solo para mejorar la experiencia de los usuarios. Sin embargo, la patente de 2003 prometió convertir ese “escape de datos” en un “excedente de comportamiento” que podría usarse para aumentar la precisión de la publicidad dirigida, un negocio mucho más lucrativo. Zuboff argumenta que este enfoque de la recopilación de datos se hizo tan exitoso que llevó a una nueva lógica de acumulación: a partir de 2003, Google buscaba recopilar y monetizar la mayor cantidad posible de datos de los usuarios.
El “imperativo de extracción”, como lo llama Zuboff, eventualmente migró más allá de Google. En 2008, la ejecutiva de Google, Sheryl Sandberg (a quien Zuboff apoda la “Typhoid Mary” –fiebre tifoidea– del capitalismo vigilante) dejó al gigante de las búsquedas para ocupar un puesto en Facebook. Su objetivo era monetizar la información íntima que la compañía de Mark Zuckerberg recopila de los usuarios, transformando a una red social como Facebook en “un gigante de la publicidad”. Desde allí se corrió la voz rápidamente, con gigantes como Microsoft, AT&T, Verizon y Comcast uniéndose al negocio de la extracción de excedentes de comportamiento.
Hoy en día, empresas de todo tipo están tratando de entrar en el juego. La televisión inteligente de Samsung graba conversaciones privadas en salas de estar de todo el país; la última aspiradora Roomba traza los planos de sus usuarios; el CEO de Allstate Insurance espera, según sus propias palabras, “vender esta información que obtenemos de personas que conducen a varios otros y capturar alguna fuente de ganancias adicional”. Estas compañías pertenecen a industrias que están afuera del ámbito tradicional de los dispositivos de alta tecnología y plataformas de internet de Silicon Valley, pero lo que comparten con Google y Facebook es un deseo de generar ganancias a partir de su conocimiento íntimo de nuestro comportamiento y experiencia.
Zuboff muestra que estas invasiones cada vez más frecuentes de nuestra privacidad no son accidentales ni opcionales; son en cambio una fuente clave de ganancias para muchas de las empresas más exitosas del siglo XXI. Por lo tanto, estas compañías tienen un interés financiero directo en ampliar, profundizar y perfeccionar la vigilancia de la que ya se benefician, y en asegurarse de que siga siendo legal.

Datos oscuros

Como resultado de este auge en la extracción de datos, también están surgiendo nuevas tecnologías: los ingenieros intentan desarrollar herramientas que extraigan todo tipo de “datos oscuros” –el término de Silicon Valley para esa dimensión de la experiencia humana actualmente inaccesible para el análisis algorítmico. Para extraer datos oscuros, Google, Facebook y otros están desarrollando hogares inteligentes y dispositivos portátiles, autos que conducen por sí mismos, drones y realidad aumentada. Incluso se esfuerzan por monitorear el funcionamiento interno del cuerpo a través de sensores digestibles y mapean la vida interna de una persona a través de los llamados análisis de emociones.
El propósito principal de estas perturbadoras nuevas tecnologías no es influir en el comportamiento del consumidor, sino generar predicciones precisas. Sin embargo, ese “imperativo de predicción”, como lo llama Zuboff, naturalmente conduce al deseo de influencia. Por ejemplo, Facebook cuenta con un servicio de “predicción de lealtad” que identifica a “las personas que están” en riesgo “de cambiar su lealtad a la marca” e impulsa a los anunciantes a intervenir rápidamente. El objetivo, explica Zuboff, no es solo conocernos mejor, sino también encontrar formas de manipular y controlar nuestras acciones al servicio de los anunciantes. Como le dijo uno de los principales científicos de datos: “El acondicionamiento a gran escala es esencial para la nueva ciencia de la conducta humana masiva”. Las secciones más persuasivas (y terroríficas) de su libro muestran este rápido crecimiento de las ambiciones de Silicon Valley, desde la extracción masiva de datos hasta un monitoreo ubicuo para diseminar una modificación general del comportamiento.

Instrumentalismo

La tercera sección del libro de Zuboff está dedicada a describir una nueva ideología, el instrumentalismo, que dice que dominará el siglo XXI. Para explicar esta nueva especie de poder, regresa primero al trabajo de mediados de siglo del psicólogo B.F. Skinner, quien argumentó que el libre albedrío era una ilusión y que cualquier acción que pareciera libremente elegida o espontánea era solo un comportamiento que aún no se había predicho, explicado, y condicionado por la psicología conductiva. Finalmente, según Skinner, tal análisis podría ser usado para reemplazar el caos de la “libertad” individual con la ingeniería social a gran escala. Esta idea, argumenta Zuboff, ahora ha sido retomada por investigadores líderes como Alex “Sandy” Pentland, del MIT, cuyo artículo de 2014, “La muerte de la individualidad” sugiere que debemos eliminar al individuo como la unidad de racionalidad gobernante y centrarse en cómo nuestra sociedad está gobernada por una “inteligencia colectiva”. Aunque la mayoría de los desarrolladores de Silicon Valley parecen carecer de las ambiciones utópicas (o, más bien, distópicas) de Skinner y Pentland, Zuboff advierte que su búsqueda de beneficiarse de la modificación del comportamiento eventualmente se fusionará con el proyecto de control social del instrumentalismo.
El libro presenta el instrumentalismo como una “ruptura decisiva” de una forma de capitalismo anterior, aparentemente más benéfica. Zuboff elogia ampliamente el capitalismo de mercado cerca del final del libro, argumentando que “despertó la marcha imparable hacia la libertad” en los Estados Unidos y el Reino Unido y ayudó a “sacar a gran parte de la humanidad de milenios de ignorancia, pobreza y dolor”. Pero le preocupa que el capitalismo vigilante de hoy viole algunos de los principios básicos de este modelo anterior, incluido el individualismo liberal, el hogar burgués, la mano invisible y lo que ella denomina las “reciprocidades orgánicas” entre el capital y el trabajo. Al recurrir a Adam Smith y Friedrich Hayek, se queja de que las vastas cantidades de datos disponibles para las compañías de tecnología harán predecibles mercados que alguna vez fueron desconocidos, lo que otorga a esas compañías un poder sin precedentes sobre nuestras vidas económicas. Ella señala que Silicon Valley tiene relativamente pocos empleados y una relación inusual con su base de clientes (dependiendo de los usuarios cuyos datos se extraen, a diferencia de los consumidores tradicionales). Por este motivo, argumenta, Mark Zuckerberg no tiene la misma relación mutuamente beneficiosa para el público que alguna vez tuvo Henry Ford.
Es en su discusión de la democracia de mercado que las limitaciones del análisis de Zuboff pasan a primer plano. Para ella, el mercado –antes del auge del monopolio de las plataformas (y, en menor medida, el neoliberalismo)–, se caracterizaba por la libertad individual y la libre elección. Por lo tanto, a ella no le interesa cómo la vigilancia puede profundizar las formas de explotación y coerción que siempre estructuraron el capitalismo de mercado, en particular para las comunidades marginadas y racializadas. Su compromiso con el libre mercado también explica por qué dedica muy poco espacio a considerar el papel que podría desempeñar el estado para contrarrestar el poder de Silicon Valley. En la reciente colección de ensayos “Economics for the Many” (“Economía para la mayoría”), Nick Srnicek aboga por la socialización de los monopolios de plataformas como Facebook. Aunque su propuesta es defectuosa (Srnicek admite que el estado podría usar nuestros datos privados con diferentes fines distópicos), está a la altura y tiene la ambición necesaria para hacer frente a esta amenaza. Zuboff, por el contrario, pasa mucho tiempo animándonos a actuar, pero nos da muy poca idea de cómo.

Políticamente fallido

La era del capitalismo vigilante logra pintar un retrato oscuro del creciente poder de Silicon Valley, pero finalmente fracasa en su análisis político. ¿En qué servicio y a qué costo es efectivo el control del capitalismo vigilante? Zuboff busca la mayor explicación posible: argumenta que Silicon Valley está en la pendiente de una ideología radical instrumentalista que apunta a suplantar al individualismo liberal con la ingeniería social a gran escala. Pero no necesitamos una nueva teoría política espeluznante para explicar lo que está sucediendo; ya es perfectamente legible en el contexto del capitalismo liberal. Las empresas no buscan el control al perseguir las utopías diseñadas por Skinner o Pentland. Sus objetivos son mucho más simples: primero, acumular ganancias a través de publicidad dirigida y, segundo, promover sus intereses económicos y políticos directos. El problema con el capitalismo vigilante es tanto el capitalismo como la vigilancia.
Al final de su libro, Zuboff busca animar a sus lectores a la acción colectiva contra los gigantes de Silicon Valley. Arguye que no podemos tratar la invasión de nuestra privacidad como un problema personal que debe gestionarse con nuevas formas de cifrado o evasión. En cambio, debemos tratarlo como un problema social que debe abordarse a través de la oposición democrática generalizada. “El individuo solo no puede soportar la carga de la justicia”, escribe, “como tampoco un trabajador en los primeros años del siglo veinte podría soportar individualmente la carga de luchar por salarios y condiciones de trabajo justos. Hace un siglo, los trabajadores se organizaron para la acción colectiva y finalmente inclinaron las escalas del poder. Los ‘usuarios’ de hoy tendrán que movilizarse de nuevas maneras”. Como ejemplo de una acción colectiva tan inspiradora, observa a un grupo activista llamado None of Your Business (No es asunto tuyo), cuyo objetivo es imponer multas significativas a las empresas que no cumplan con las regulaciones de privacidad existentes.
Si bien su deseo de defenderse es, por supuesto, noble, el sutil y retórico desliz de Zuboff de “trabajadores” a “usuarios” es preocupante. Para ella, la batalla por “salarios justos y condiciones de trabajo” es aparentemente cosa del pasado, resuelta hace un siglo cuando los trabajadores finalmente “inclinaron la balanza del poder”. Por supuesto, sabemos que estas luchas están lejos de terminar, y El capitalismo vigilante está preparado para hacerlas mucho más difíciles. Silicon Valley no solo perjudica a los trabajadores en los centros de entregas de Amazon o en las fábricas chinas de iPhone, donde los abusos ya son lo suficientemente horrendos. También hace que todos los trabajadores sean más vulnerables al espionaje y a la persecución de sus jefes. Zuboff describe un nuevo servicio para empleadores (y propietarios) que rastrea y analiza la actividad en las redes sociales de los solicitantes, incluidos los mensajes privados, para evaluar su carácter. Mientras tanto, Pentland propone el uso de “sensores portátiles discretos” llamados sociómetros que ayudarían a los gerentes a “inferir las relaciones entre colegas”.
Aunque Zuboff toma nota de estos ejemplos, dedica muy poco tiempo a discutirlos, en lugar de enfocarse en cómo el capitalismo vigilante puede afectarnos durante nuestras horas de ocio, cuando nos acercamos a la tecnología principalmente como usuarios. Enfatiza la vigilancia en el hogar sobre la vigilancia en la oficina; está más preocupada por la forma en que nos manipulan mientras compramos que cuando trabajamos. Una vez más, su nostalgia por una forma anterior de capitalismo de mercado limita el poder de su crítica: Zuboff tiene la intención de proteger una imagen idealizada del individuo liberal (alguien que intercambia libremente en el mercado y luego regresa a la privacidad del hogar) y presta poca atención a los rincones de nuestra sociedad en lo que el capitalismo siempre ejerció la vigilancia: prisiones, hospitales, fronteras, lugares de trabajo.
Sin embargo, la buena noticia es que si bien Zuboff acaso lo ignora, el trabajo también ofrece un sitio de resistencia mucho más prometedor que las regulaciones y multas que defiende None of your Business. Si los que están en los márgenes de nuestra sociedad son los más propensos a verse directamente afectados por la vigilancia, entonces construir el poder en esos márgenes (entre inquilinos, deudores, inmigrantes, presos y, por supuesto, trabajadores) nos permitirá resistir los peores abusos del capitalismo vigilante en su punto de aplicación. Los maestros en Virginia Occidental sabían que Go365 amenazaba su dignidad y su sustento. Usaron el poder de su sindicato para luchar y ganar. Para resistir el auge del capitalismo vigilante deberíamos mirar ejemplos como esos.



* Katie Fitzpatrick es editora de Humanidades en Los Angeles Review of Books y profesora de la Universidad de British Columbia.

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