socio

"I don't want to belong to any club that will accept people like me as a member." Groucho Marx en Groucho and Me (1959).

viernes, 10 de enero de 2020

el problema de medir el crimen


El año pasado, legisladores de Nueva Jersey y Pensilvania propusieron legalizar en sus estados la marihuana recreativa. Se produjo un debate. Algunos argumentaron que legalizar el porro haría que crezca el crimen; otros, que bajara. Hay evidencia para favorecer a los optimistas: un artículo reciente en el Journal of Economic Behavior & Organization informa que, después de que el Estado de Washington legalizó la marihuana recreativa, en 2012, las violaciones disminuyeron allí hasta en un 30 por ciento y los robos, alrededor de un 20 por ciento.
Sin embargo, también hay muchos pesimistas sobre la legalización: muchos de ellos trabajan como agentes de la ley. Curioso por saber sus puntos de vista, contacté a más de 75 alguaciles de condado en California, Colorado, Maine, Massachusetts, Michigan, Nevada, Oregón, Vermont y Washington, estados donde la marihuana recreativa es legal. (También es legal en Alaska). De los 25 sheriffs que me respondieron, la mitad dijo que no habían notado una tendencia, y el resto estaba seguro de que la legalización de la marihuana había aumentado el crimen. “Podemos decir por nuestra experiencia que cada vez que se esté cerca de la marihuana, o de la industria de la marihuana, la probabilidad de resultar víctima de algún tipo de delito es mayor”, dijo Ray Kelly, sargento del sheriff en el condado de Alameda, California. Paul Bennett, capitán del Departamento del Sheriff del condado de Riverside, en California, me dijo: “Puedo decir que los policías en las calles, y específicamente los oficiales de narcóticos, experimentaron un aumento en el crimen violento, todo relacionado con el tráfico de marihuana, las ventas y el cultivo, tanto legales como ilegales”. Pregunté a los alguaciles sobre el artículo en el Journal of Economic Behavior & Organization. “Quien le haya dado esas estadísticas está tan lleno de basura que ni siquiera puede ver cuán ridículas son estas declaraciones, puede citarme al respecto”, dijo Kendle Allen, el sheriff del condado de Stevens, Washington. Frank Rogers, el sheriff del condado de Okanogan, Washington, tenía una hipótesis diferente: “Tal vez cuando lo escribieron se estaban deleitando con un poco del pastito verde”.
Ilustración de Nick Little en The New Yorker.

Si fumar marihuana es causa del crimen es una pregunta importante: forma opinión sobre si fumar marihuana debería ser un delito. Según el FBI, hubo más de 600 mil arrestos por posesión de marihuana en 2018, aproximadamente el 6 por ciento de todos los arrestos a nivel nacional. Incluso si un arresto no conduce a prisión, crea antecedentes penales, interrumpe la vida laboral y familiar, y acumula honorarios legales y otros costos; además, la aplicación de las leyes contra la marihuana se centra de manera abrumadora en las comunidades pobres de color [el “of color”, se sobrentiende en inglés, refiere a todas las comunidades que no son “blancas”, incluye a latinos, afroamericanos, asiáticos].

Causa y efecto

Dada la importancia de la pregunta, es tentador tomar partido: legalizar el porro conduce a más crímenes o no. Y sin embargo, la verdad puede ser incognoscible. “No tenemos un buen mecanismo para rastrear por qué una persona comete un delito”, me dijo Timothy Tannenbaum, un teniente de alguacil en el condado de Washington, Oregón. “No estoy seguro de que la mayoría de los datos que busca estén disponibles”. En un correo electrónico, el portavoz del sheriff Joseph McDonald, de Plymouth, Massachusetts, advirtió que “a menudo es difícil identificar la marihuana como la causa o el elemento disuasorio de una conducta criminal”. Le llevé todas estas respuestas a David Weisburd, un criminólogo de la Universidad George Mason. “Los alguaciles plantean una pregunta importante”, dijo Weisburd. En su opinión, es probable que los efectos de la marihuana sobre el crimen sigan siendo confusos; de hecho, el efecto de casi cualquier cosa sobre el crimen rara vez es transparente como el cristal.
Sabemos algunas cosas sobre las causas y la prevención del delito. El “Manual de delitos relacionados”, de 2009, un libro de referencia compilado por tres criminólogos, enumera más de cien factores de riesgo demográficos, económicos, relacionales, institucionales, cognitivos y biológicos; en conjunto, sugieren que los hombres jóvenes en tiempos difíciles se encuentran con problemas. Un informe de 2015 del Centro para la Justicia de Brennan identifica una docena de explicaciones plausibles para la gran disminución de la delincuencia que se desarrolló en los Estados Unidos entre 1990 y 2010, entre ellas, más policías, una disminución en el consumo de alcohol, una economía más fuerte y la adopción de CompStat, un enfoque basado en estadísticas para administrar los departamentos de policía, inaugurado en la policía de Nueva York. Pero cada uno de estos factores puede explicar solo un pequeño porcentaje del panorama más amplio. Después de analizar 169 estudios de criminología publicados entre 1968 y 2005, Weisburd descubrió que, en promedio, cada estudio –a pesar de combinar muchas variables–, podía explicar solo un tercio de los cambios que se dieron en la delincuencia. Un informe de 2018 en la Revista Anual de Criminología concluyó que los hallazgos en uno de cada diez estudios de delitos no podían ser replicados, y que otro 15 por ciento eran solo parcialmente replicables.
“El mundo es complicado”, dijo Weisburd. Muchas personas están seguras de saber cómo reducir la delincuencia. Y promueven la aprobación o derogación de leyes basadas en esa convicción. Pero el crimen y las estadísticas del crimen son más misteriosas de lo que parecen.

El crimen

El primer problema para entender el crimen es que medirlo es más difícil de lo que se piensa. El Departamento de Justicia aborda el problema de dos maneras. El Programa Uniforme de Denuncia de Delitos del FBI, o UCR (Uniform Crime Reporting), solicita datos de unas 20 mil agencias de aplicación de la ley en todo el país. Simultáneamente, la Encuesta Nacional de Victimización del Delito de la Oficina de Estadísticas de Justicia, o NCVS (National Crime Victimization Survey), entrevista a una muestra nacional de unos 150 mil ciudadanos preguntándoles si han sido víctimas de un delito.
Las dos bases de datos tienen problemas. Uno obvio es que no hay consenso sobre lo que se considera actividad criminal. En algunas jurisdicciones, sólo los delitos dignos de encarcelamiento son considerados crímenes. En otros, las infracciones multadas también cuentan. (¿Manejar a alta velocidad es un delito? ¿Qué pasa con los hombres que se sientan en el transporte público con las piernas muy abiertas –manspreading–, que tiene multas de 75 dólares en Los Ángeles?) Como la UCR extrae sus datos de los investigadores y el NCVS, de las víctimas, pueden presentar imágenes muy diferentes del crimen. Según el UCR, la violación casi se duplicó entre 1973 y 1990. El NCVS, por el contrario, muestra que disminuyó alrededor de un 40 por ciento durante el mismo período. Los investigadores de la Universidad de Vanderbilt investigaron la discrepancia; descubrieron que en la tendencia al alza de la UCR, los datos se correlacionaron con aumentos en el número de mujeres policías, y con la llegada de centros de crisis por violación y reformas en los estilos de investigación. En resumen, podría ser que un enfoque modernizado para la vigilancia de la violación aumentara drásticamente la frecuencia con la que se informaba al tiempo que reducía su incidencia. Pero historias coherentes como estas solo a veces surgen de los datos en conflicto.
En 2016, un panel convocado por las Academias Nacionales de Ciencias, Ingeniería y Medicina sobre la modernización de las estadísticas de delitos de la nación concluyó que necesitamos incorporar datos adicionales que complementen la UCR y el NCVS –datos más detallados y cuidadosamente clasificados. Pero la panelista Janet Lauritsen, criminóloga de la Universidad de Missouri, St. Louis, reconoció que recopilar e informar estadísticas detalladas requiere recursos y capacitación que no están debidamente disponibles en los departamentos de policía. Mientras tanto, las ideas derivadas de un conjunto de datos a menudo resultan incompatibles. En 2007, por ejemplo, un estudio realizado por Jessica Reyes, profesora de la Universidad de Amherst, llegó a la conclusión de que la eliminación del plomo de la gasolina a finales de los años setenta y principios de los años ochenta podría explicar el 56 por ciento de la reducción de la violencia del crimen entre 1992 y 2002. (Reyes se basó en una gran cantidad de literatura que teorizó que el plomo, al dañar el cerebro de los niños, los había hecho más propensos a convertirse en delincuentes). Ese estudio utilizó datos del UCR. Cuando Lauritsen y sus colegas volvieron a realizar el análisis con datos de la NCVS, se encontró que la gasolina con plomo tenía aproximadamente cero efecto sobre las tendencias de la delincuencia violenta.

Sistema caótico

Incluso si tuviéramos medidas perfectas de las tasas de criminalidad, tendríamos que ordenar la correlación de la causalidad. El consumo de drogas puede ser un factor de riesgo para cometer un delito, un comportamiento que se correlaciona con él y, por lo tanto, ayuda a predecirlo. Y, sin embargo, las drogas en sí mismas podrían no ser causa del crimen. El uso de drogas y la delincuencia pueden tener otras causas (desempleo, por ejemplo, o falta de vigilancia). La conexión también podría ser aleatoria. Los criminólogos algunas veces describen el crimen como un “sistema caótico”, y un sinnúmero de factores que contribuyen a él.
El paso del tiempo hace que sea especialmente difícil separar la correlación de la causalidad. Los estadísticos siempre están atentos a un fenómeno que llaman “regresión hacia la media”. Si el crimen aumenta al azar, pronto puede volver a los niveles promedio por sí solo. El aumento y la posterior reducción pueden ser un problema estadístico. Y, sin embargo, una intervención fortuitamente cronometrada, una nueva ley, por ejemplo, aprobada a raíz del aumento aleatorio, puede parecer, incorrectamente, lo que puso el crimen bajo control. “Hay evidencia empírica de esto al acelerar la represión”, me dijo Mark Kleiman, investigador de políticas públicas de la Universidad de Nueva York, quien murió en julio. “Normas de tráfico más duras tienden a ser promulgadas inmediatamente después de los picos de mortalidad carretera, y la reversión a la media hace que parezca como si esa dureza funcionara.” La medición de los efectos de los nuevos castigos, por otra parte, requiere averiguar si la gente los conoce. “Lo que importa para la disuasión no es cuánto castigo realmente se aplica, sino cuánto castigo piensan que tendrán los delincuentes potenciales”, continuó Kleiman. “Si la percepción se desentiende del castigo, cosa que presumiblemente ocurre, entonces se tiene otro desastre de modelo en las manos”.

Mecanismos

Los mecanismos también importan: además de saber que algo funciona, queremos saber por qué funciona. Los autores del artículo sobre marihuana en el estado de Washington sugieren que legalizar la marihuana podría reducir el crimen al sedar a las personas, mediante la sustitución de alcohol u otras drogas –disminuyendo el atractivo del mercado negro y permitiendo que la policía se concentre en otros delitos. Sin embargo, describir los mecanismos es más fácil que demostrar su existencia. Los criminólogos a veces toman pistas de la investigación médica y hacen ensayos controlados aleatorios. Pero Robert Sampson, un sociólogo de la Universidad de Harvard, argumenta que, debido a que los departamentos de policía y los vecindarios no son laboratorios, estos ensayos a menudo están diseñados y ejecutados de manera imperfecta. Muchos tampoco logran rastrear los efectos a largo plazo de los programas contra el crimen que estudian.
En algunos casos, deben pasar décadas antes de que los efectos de una intervención se hagan visibles. El primer ensayo aleatorio controlado a gran escala de criminología, el Estudio de la Juventud de Cambridge-Somerville, tuvo lugar entre 1939 y 1945. Los investigadores juntaron a 253 pares de niños que vivían en hogares de jóvenes del área de Boston por edad, inteligencia, estabilidad en el hogar y otros factores, luego se arrojó una moneda para ver quién de cada par recibiría asesoramiento, tutoría y un viaje al campamento de verano. Los resultados iniciales mostraron que las intervenciones tuvieron poco efecto. Luego, en los años setenta, una criminóloga llamada Joan McCord rastreó a casi todos los hombres. Encontró que los recibieron consejo eran en realidad más propensos a haber cometido múltiples delitos, y tenían tasas más altas de alcoholismo y enfermedad mental.
El campamento, al parecer, había fallado. (Quizás reunir a muchos niños en riesgo en un solo lugar había profundizado sus problemas). En 1992, un metanálisis de 443 estudios publicados sobre programas de delincuencia juvenil descubrió que un tercio de ellos había hecho más daño que bien. La evidencia sugiere que DARE y Scared Straight –programas actuales similares al Estudio de Juventud–, también pueden haber sido contraproducentes.
En algunos casos, los resultados se invierten, para volver a invertirse más tarde. A principios de los años ochenta, el Experimento de Violencia Doméstica de Mineápolis descubrió que el arresto obligatorio de delincuentes redujo en un tercio la violencia contra las víctimas. Muchos estados promulgaron leyes que exigen arrestos por violencia doméstica. Sin embargo, en las siguientes décadas, seis estudios que se repitieron en diferentes ciudades encontraron efectos mixtos; algunos incluso sugirieron que los arrestos fomentan la venganza contra las víctimas. En 2002, un trío de criminólogos publicó un metanálisis de esas experiencias en Criminology & Public Policy. Descubrieron que sus colegas en los años ochenta habían seguido el camino correcto: esa política funcionaba después de todo.
Más allá de medir el crimen y determinar sus causas, una tercera dificultad radica en predecir los efectos de las intervenciones. Peter Grabosky, un politólogo, escribió que “la tendencia a generalizar en exceso” podría ser “la trampa más común” en el estudio de las intervenciones contra el crimen: “Lo que funciona en Wollongong podría fallar en Palm Island”, dijo. Barrios, ciudades y estados son diferentes.

Efectos políticos

Lo contrario también es cierto: el crimen no es un fenómeno puramente local, y las intervenciones en un lugar pueden afectar el comportamiento criminal en otro. Legalizar la marihuana en un estado, por ejemplo, podría reducir el robo allí y aumentar el tráfico de drogas en otro lugar. “La legalización estatal no es lo mismo que la legalización nacional”, me dijo Jonathan Caulkins, profesor de políticas públicas en la Universidad Carnegie Mellon. Incluso en un solo lugar, las disminuciones en un tipo de delito pueden generar aumento en otros. “El mayor efecto de la legalización de la marihuana ha sido el aumento de personas que conducen bajo la influencia de la marihuana”, dijo Will Reichardt, el sheriff retirado del condado de Skagit, Washington. Debido a que la detección de marihuana requiere una prueba de sangre o saliva, que a menudo se administran en un hospital, en lugar de un alcoholímetro: vigilar eficazmente las carreteras se ha vuelto más lento y costoso. Tales efectos indirectos de los cambios en la ley son difíciles de predecir. Por esta razón, Sampson argumenta, “los practicantes (es decir, los policías en acción) podrían ser mejores ‘teóricos’ acerca de qué podría disparar un cambio de política en el terreno, cosa sobre la que los criminólogos académicos teorizan con un considerable margen de error”.
Sampson cree que los criminólogos deberían dedicar menos tiempo a tratar de descubrir qué causa la delincuencia (en muchos casos, es una tarea imposible) y, en cambio, investigar los efectos de las políticas de aplicación de la ley. Dicha investigación podría proporcionar a los políticos y votantes una visión más contextual de las medidas propuestas para combatir el crimen. Como disciplina, señala Sampson, la criminología no se centra precisamente en los delincuentes y sus motivos; también estudia las comunidades, la economía y los tipos de concesiones que los ciudadanos están dispuestos a hacer. En febrero de 2019, por ejemplo, un artículo en la American Sociological Review analizó el efecto de Operation Impact de la policía de Nueva York –un esfuerzo de varios años para aumentar la vigilancia en los barrios de mayor criminalidad de la ciudad– en 250 mil estudiantes entre los 9 y los 15 años. El estudio encontró que, aunque la operación probablemente condujo a una reducción de la delincuencia, también redujo significativamente los puntajes de los exámenes de los niños afroamericanos, a quienes los policías detienen en la calle más que a cualquier otro grupo. Dicha investigación sugiere que las intervenciones contra el crimen no pueden contemplarse de forma aislada. Afectan a la sociedad en su conjunto.
Los criminólogos pueden estar en desacuerdo sobre cuestiones de causalidad, pero están de acuerdo en que los extraños subestiman la complejidad de la criminología. “Todos piensan que saben qué causa el crimen”, me dijo Sampson. Lauritsen estuvo de acuerdo: “Todos tienen una fuerte opinión de que algún factor es responsable, ya sean videojuegos, mala música o actitudes sexistas”, dijo. Kleiman se quejó de los “modelos muy primitivos que las personas tienen en sus cabezas” cuando se trata de delitos: “La mayoría de esos modelos implican que una mayor severidad del castigo es mejor, lo cual es casi seguro falso”. Continuó: “Cualquiera que no haya estudiado esto profesionalmente tiene más confianza de la que debería tener. Hay que mirarlo con mucha dedicación para ver lo confuso que es”.

La sobredeterminación

Los criminólogos enfrentan un problema que es común en muchos campos: la sobredeterminación. ¿Por qué alguien comete un delito? ¿Fue la presión de sus pares, la pobreza, una familia deshecha, ventanas rotas, genes defectuosos, malos padres, falta de vigilancia, gasolina con plomo, Judas Priest? “Podrías seguir hurgando hacia atrás y atrás y atrás y atrás, y te preguntás cuándo, en última instancia, vas a trazar la raya”, me dijo Lauritsen. “El dibujo podría estirarse en miles de puntos”. Los criminólogos no son los únicos investigadores que estudian sujetos sobredeterminados: los biólogos, que durante mucho tiempo han buscado los genes específicos de las enfermedades, se han dado cuenta de que muchos rasgos y enfermedades pueden ser “omnigénicos” –determinadas por innumerables genes. El sociólogo David Matza resumió la dificultad en 1964: “Cuando los factores se vuelven demasiado numerosos, estamos en una posición desesperada de argumentar que todo importa”.
Aún así, está en la naturaleza humana preferir historias comprensibles a la complejidad ininterpretable. Nos gustan las historias simples, y preferimos algunas historias sobre otras. Un estudio de 2007 en el European Journal of Social Psychology mostró que las personas encontraron que las explicaciones para eventos como los incendios forestales eran satisfactorias cuando involucraban a personas. (El incendio provocado puede ser un acto sin sentido, y es solo un pequeño porcentaje de los incendios forestales, pero es más apreciable que un infierno provocado por la luz solar concentrada al atravesar vidrios rotos, en parte porque se puede castigar a una persona, pero no a una botella.) Otra investigación muestra que evitamos las explicaciones que implican soluciones que no nos gustan. En 2014, los investigadores de la Universidad de Duke pidieron a algunos partidarios del control de armas que leyeran un artículo que contenía evidencia falsa de que las armas a menudo ayudan a los propietarios en caso de una invasión de la vivienda. Después de leer el artículo, que parecía justificar la posesión de armas, redujeron sus estimaciones de la frecuencia con la que ocurren las invasiones de viviendas. Los principios morales pueden dar forma a lo que se piensa de los hechos en los que deberían basarse: un estudio de 2012 en la Universidad de California descubrió que los sentimientos cambiantes de las personas sobre la aceptabilidad moral de la pena capital afectaban sus creencias sobre cuán efectiva era esa práctica como elemento disuasorio criminal.
El crimen tiene una carga moral, y también nuestras historias al respecto. Cuando Joan McCord, la investigadora que rastreó a los hombres de Cambridge-Somerville, publicó por primera vez sus hallazgos sobre el fracaso del proyecto, en 1978, recibió llamadas telefónicas amenazadoras y gritos llenos de insultos de personas que no querían creer sus hallazgos: los programas que ella estaba investigando encajaban en una narrativa positiva y redentora que la gente encontró difícil dejar de lado. Ya en 2017, el Fiscal General, Jeff Sessions, todavía promocionaba el éxito de DARE [las siglas del programa también se leen como “desafío” o “atrevimiento”].
Quizás, cada vez que alguien ofrezca una explicación especialmente convincente para un aumento o disminución de la delincuencia, debemos ser cautelosos. Podríamos reconocer que la criminología también es lenta y confusa, con respuestas que pueden llegar décadas más tarde o no llegar. La complejidad moral y social del crimen hace que las descripciones simples de él sean aún más atractivas. Al escuchar una explicación de su ascenso o caída, podríamos preguntarnos: ¿qué tipo de historia está tratando de contar su portador?

* Matthew Hutson, es un escritor científico que vive en Nueva York. Es autor de The 7 Laws of Magical Thinking (Las siete leyes del pensamiento mágico).

Publicado en The New Yorker bajo el título “The Trouble with Crime Statistics”. Traducción y edición: P.M.

Nota bene: Se respetaron los hipervínculos de la edición original en inglés.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Los comentarios se moderan, pero serán siempre publicados mientras incluyan una firma real.