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sábado, 13 de agosto de 2022

El espía que nos salvó

La semana pasada se cumplieron 77 años desde que los Estados Unidos arrojaran las bombas nucleares sobre Hiroshima (6 de agosto de 1945) y Nagasaki (9 de agosto de 1945). Este artículo, publicado en el periódico californiano de izquierda CounterPunch bajo el título “Dos días que conmovieron al mundo.. y al planeta”, pondera la acción de dos científicos estadounidenses que notaron la gravedad de que su país fuera el único en poseer armas nucleares y decidieron entregar su secreto a la potencia rival.

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Por Dave Lindorff*

En marzo de 1976, cuando era un joven periodista que trabajaba para el Evening Outlook –el diario que poseía una familia conservadora y se publicó hasta 1998 en Santa Mónica, California–, escribí un artículo sobre personas que tenían refugios antiaéreos en sus propiedades, las que se desplegaban frente al mar en el borde occidental de Los Ángeles.

Pude descubrir las ubicaciones de estas construcciones de la Guerra Fría porque desde Santa Mónica se había requerido un permiso de construcción especial para refugios antiaéreos, y los registros de esos permisos tenían su propio archivo municipal. También existía, en aquellos días previos a la computadora, algo llamado directorio telefónico inverso, un elemento básico para cualquier diario que permitía a un periodista buscar una dirección y obtener el número de teléfono vinculado a ella.

Mientras marcaba esos números, descubrí que, debido a que la mayoría de estos refugios habían sido instalados o construidos a fines de la década de 1950 o principios de la de 1960 en el cambiante sur de California, muy pocos de los propietarios de los escondites eran (o admitirían ser) las personas que los habían instalado. Algunos afirmaron no saber que había un refugio antiatómico en su propiedad.

Sin embargo, todavía hay un caso que recuerdo. Había tenido mala suerte ese día con mis llamadas antes de marcar el teléfono en una dirección en la que contestó una mujer que parecía tener un acento japonés. Cuando le expliqué que era un periodista, le pregunté por su refugio antinuclear, Yoko Yanai parecía genuinamente sorprendida. “¿Refugio antinuclear?”, me respondió. “No tenemos un refugio antiatómico en nuestra propiedad”.

Le aseguré que sí lo tenía porque tenía un permiso de construcción para la casa, que mostraba que se instaló un refugio en 1962.

“¿Dónde?", me espetó como si fuera una orden. Sonaba enojada.

Me sentí avergonzado por lo molesta que se mostró conmigo y le describí la ubicación del permiso. Estaba en una esquina de su sótano. Básicamente eran dos paredes de concreto unidas a las dos paredes de cemento del sótano mismo, y se le había agregado agregó un techo de concreto reforzado.

“¡Un momento!”, me dijo. “¡Quiero ir a mirar! Ya vuelvo.”

Después de un par de minutos, regresó. “¡Lo encontré!”, dijo, con la voz aún agitada. Luego, con más calma, me dijo: “Lo lamento, está ahí”. Me explicó que debía haber sido construido por el propietario anterior, llamado Frank Burger (un trabajador de McDonald Douglas, según descubrí, quien en ese entonces, irónicamente, ayudaba a construir el misil nuclear Thor). Había vendido la casa a Yoko y su difunto esposo Michio varios años antes sin mencionar el refugio.

“¿Por qué está tan molesta?”,pregunté.



“Recuerdo los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki”, dijo esta mujer que había cumplido 12 años en Japón el 8 de agosto de 1945, dos días después del bombardeo de Hiroshima y un día antes de la bomba de Nagasaki. “No puedo aceptar la idea de una guerra nuclear, y no creo que los refugios sean algo bueno. Los japoneses sabemos lo desastrosa que sería una guerra nuclear. Las personas que se están preparando para una aquí no pueden imaginar cómo sería una guerra así. No importa cuánto concreto uses, el desastre aún sería arrasador”.

Me recordó que cientos de miles de japoneses habían muerto en los dos bombardeos y que muchos todavía sufrían los efectos de las dos únicas bombas nucleares lanzadas con furia, razón por la cual el sentimiento antinuclear, incluso hoy en día, sigue viviéndose entre los japoneses en el panorama político actual.

“Prepararse para una guerra nuclear es una forma de hacer aceptable la idea”, dijo. “Deberíamos trabajar para prevenir una guerra nuclear en lugar de construir refugios para sobrevivir”.




Asteroide

Esa conversación reveladora ocurrió hace 46 años antes de que los científicos se dieran cuenta de que una guerra total con armas termonucleares modernas, cada una cientos de veces más poderosa que las únicas dos bombas atómicas que EEUU lanzó en la guerra de 1945, produciría tanto humo, polvo y lluvia radioactiva que crearía un invierno nuclear similar al causado por el asteroide que acabó con los dinosaurios hace 65 millones de años. Incluso un primer ataque relámpago exitoso por parte de una sola potencia nuclear como Rusia o los EEUU –cada uno de los cuales tiene más de 4.000 armas de este tipo– haría lo mismo, incluso sin represalias.

Entonces, lógicamente, con un arma que no se puede usar, las naciones del mundo que tienen armas nucleares deberían haber prohibido estos horrores hace mucho tiempo, de la misma manera que se prohibieron las armas químicas y microbianas. Pero a pesar de que el año pasado casi todas las naciones del mundo se sumaron a la promulgación de una adición a la Carta de las Naciones Unidas que declara ilegales las armas nucleares, ninguna de las nueve naciones nucleares, entre ellas EEUU, pusieron su firma y, en lugar de reemplazar las armas nucleares, se avocaron a idear sistemas más siniestros que eviten las contramedidas para alcanzar sus blancos.

La carta

El genio físico Albert Einstein lanzó a EEUU a su carrera frenética para desarrollar una bomba atómica con una carta de 1939 al presidente Franklin D. Roosevelt advirtiendo que la Alemania nazi podría intentar construir una bomba atómica que destruya ciudades y que EEUU necesitaba obtener ese arma primero. En 1955, en medio de la Guerra Fría, de la carrera armamentística nuclear, después de varios llamados que estuvieron cerca de un conflicto nuclear, Einstein se arrepintió de esa carta y, postrado en cama dos semanas antes de su muerte, le confió al premio Nobel que lo visitaba, su amigo Linus Pauling, que su carta había sido “el mayor error que había cometido”.

Un genio de la física mucho más joven, el estadounidense Ted Hall, que vivió y trabajó como biofísico investigador en la Universidad de Cambridge desde 1962 hasta su jubilación mientras vivía en Newnham –murió de cáncer de riñón en 1999 a la edad de 74 años–, también tuvo de qué arrepentirse. En enero de 1944 había aceptado una oferta de trabajo para el Proyecto Manhattan por el que dejó sus estudios en Harvard para convertirse en el científico más joven de Los Álamos en ese proyecto. Pasó gran parte del último año de la Segunda Guerra Mundial al frente de un equipo que estaba afinando el complicado sistema de implosión para detonar la bomba de plutonio utilizada en la primera prueba Trinity en Alamogordo y luego arrojada sobre Nagasaki. Hall se dio cuenta a fines del verano de 1944 de que Alemania, con su ejército para ese entonces abatido y repelido en todos los frentes, nunca conseguiría la bomba. También se enteró de que el objetivo real de la bomba estadounidense ya perfeccionada se había desplazado de Alemania hacia el entonces aliado de guerra de Estados Unidos, la Unión Soviética, y decidió que “recaía” en él proporcionar los secretos de la bomba atómica a la URSS.

Ese octubre, él y su compañero de habitación de Harvard, Saville Sax, hicieron exactamente eso, establecieron un increíble contacto en Nueva York con un agente soviético de la NKVD. Durante el año siguiente, inicialmente con Sax como su mensajero, Hall envió a los soviéticos planos y detalles clave para la bomba de plutonio que permitió a la URSS construir y detonar con éxito una copia virtual al carbón de la bomba atómica “Fat Man” (El Gordo) de Nagasaki en agosto de 1949, entre tres y cinco años más rápido de lo que esperaban los científicos y estrategas militares estadounidenses. Su acto de valentía probablemente impidió que EEUU lanzara un ataque preventivo planificado con 3-400 o más bombas atómicas contra la Unión Soviética ya en 1950 o 1951.

The Fat Man, "El gordo", la bomba arrojada sobre Nagasaki. 

Ted, que nunca fue procesado por su espionaje, esperaba que con dos naciones rivales que tenían la bomba, su futilidad como arma sería evidente y conduciría a su prohibición. En cambio, el enfrentamiento sin salida** resultante entre las potencias nucleares condujo a décadas de competencia aterradora para la construcción de bombas cada vez más poderosas y la creación de sistemas de lanzamientos destinados a conseguir una capacidad letal en el primer ataque que, afortunadamente, nunca logró nación alguna. A pesar de lo costosas y escalofriantes que fueron esas décadas de la era nuclear –con una serie de alertas extremas en el camino–, es innegable que esos años de Destrucción Mutua Asegurada y Guerra Fría le han dado al mundo 77 años (y contando) en los que ningún arma nuclear fue usada de nuevo en la guerra.

Con suerte, el mismo estancamiento de esta destrucción mutua asegurada*** que aún existe evitará que la guerra actual en Ucrania se extienda por Europa o se vuelva incluso nuclear, y también evitará que surja una guerra nuclear entre China y EEUU por Taiwán o en algún otro punto crítico.

Si es así y alcanzamos un año 78 o 79 sin el uso de una bomba nuclear, Ted Hall, el científico más joven del Proyecto Manhattan y el espía atómico más joven de la Unión Soviética, y su amigo y mensajero Sax (quien, como se informó en The Nation, nunca fueron capturados y procesados a pesar de haber quedado expuestos en cables de espionaje soviéticos descifrados ya en 1950), merecerán gran parte del crédito.

Periodista de investigación estadounidense nacido en 1942; cineasta, columnista de CounterPunch y colaborador de Tarbell.org, The Nation, FAIR y Salon.com. Su trabajo fue destacado por Project Censored 2004, 2011 y 2012. Dirige This Can't Be Happening. Tiene una entrada en Wikipedia.
** El original en inglés dice “Mexican stand-off”, frase tomada del cine y en uso desde los 90 que significa, como lo pone en escena el film The Good, the Bad and the Ugly (Sergio Leone, 1966): un enfrentamiento entre dos o más rivales en el que ninguno toma la iniciativa del ataque por temor a la represalia, aunque todos se mantienen armados en su posición. 
*** La sigla en inglés de “destrucción mutua asegurada” (mutual assured destruction) es MAD, que significa locura.

Nota bene: se respetaron todos los hipervínculos de la edición original en inglés en CounterPunch. Traducción, edición y notas: Pablo Makovsky.

Ted Hall –cuyo nombre de bautismo era Theodore Alvin Holtzberg (lo cambió a Hall en 1939 para evitar el antisemitismo imperante entonces en Estados Unidos)– tiene una entrada en Wikipedia. Fue aceptado por sus destrezas matemáticas en la Universidad de Harvard a los 16 años.

 

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