para 32 pies
Y un día hacemos la
llamada convenida por Skype y Robin Wood aparece en la pantalla. Luce tal como lo
conocimos en fotos, lejanamente parecido a Tino Espinoza, el protagonista de Mi novia y yo. Se mueve en la silla, se
acoda frente a la webcam; atrás se cruza su mujer, y una muchacha joven que
hace alguna otra cosa; habla con un pequeñísimo pero perceptible delay, como para darnos a entender que aquí
también se trata de un artificio.
La vida de Wood
parece una aventura, y acaso, por el modo un poco despreocupado con que la
cuenta, una aventura de historieta. El hombre que está ahí enfrente no sólo es
el autor de Nippur de Lagash, de Gilgamesh, de Pepe Sánchez, de Mark, de
Savarese, de Aquí, la legión y cientos de guiones inolvidables, es la fuente de
muchos de los chistes de la juventud, que vuelven de vez en cuando de esa
constelación insondable en la que conviven las lecturas y la vida.
Robin Wood se llama
Robin Wood, en efecto, pero ha firmado con cientos de seudónimos, entre ellos
el de Cristina Rudlinger: “Fui la primera guionista de la historieta”, anota
para su récord.
Wood vive en
Asunción, en Paraguay, donde nació hace 67 años. Dice que escribe casi sin
darse cuenta, que se sienta frente a una hoja y pasadas unas horas tiene tres o
cuatro guiones escritos.
Cuenta que nació en
una colonia socialista fundada por australianos en los años 20. Un caserío en
medio de la selva paraguaya que se llama Colonia Cosme, en el departamento de
Caazapá, que hoy en día aún carece de los servicios básicos. Cuenta que habla
siete idiomas y que su formación fueron los libros y las historias que contaba
su familia.
“Con el inglés
crecí desde chico –dice–, mi familia irlandesa hasta el acento me dejó; y el
gaélico, que hablaba con mi bisabuela, que no hablaba ni inglés, ni hablemos
del castellano, porque eso para ella fue siempre un continente desconocido.
Ella hablaba en gaélico, que es el idioma antiguo de los celtas, que es como
hablar en vasco”.
Pregunta: ¿Tuvo
algo que ver el conocimiento de estos idiomas antiguos con la creación de
personajes como Gilgamesh o Nippur? “Sí, absolutamente. Cuando yo era chico –responde
Robin Wood–, en esta colonia perdida en la selva, integrada por quinientos
lunáticos, donde no había nada, ni electricidad ni agua corriente, los domingos
se reunían todos en un gran círculo, en una especie de parque porque no había
nada construido, y uno de los elders,
los viejos, leía un libro. Era el entretenimiento del fin de semana, era el
cine, el teatro, el ballet, todo en una sola pieza. Y el gran lector era mi
bisabuelo McCloud, que era escocés, o mi bisabuelo Wood, que era irlandés. Y a
mí me gustaba escuchar esas historias del folclore y la tradición celta”.
Shanachie
La colonia donde
creció el joven Wood era “rarísima”, dice: “Sobraban los libros y yo los leía a
todos. Hasta ahora soy un lector fanático, por eso no tengo biblioteca. Me
dicen: los libros hay que cuidarlos. No, a los libros hay que leerlos. Yo los
leo y releo: poesía, historia, novelas, de Corín Tellado a Shakespeare; todo es
legible, para mí la lectura es mágica. A los 8 años leí a Hemingway, a
Faulkner, a Simone de Beauvoir”.
Vista a la
distancia, desde el horizonte que traza el relato de Wood, aquella colonia
parece haber nacido para que nuestro autor contara historias. “De chico –dice –
reunía a los otros niños y les contaba cuentos que inventaba mientras los
contaba. Los chicos me venían a buscar a la nochecita para que les narrara
historias. Eran cuentos que fabricaba sobre las proezas, como yo las quería
creer, de mis abuelos y mis hermanos, que fueron a pelear a la Primera Guerra,
y que yo escuchaba en la mesa familiar, hasta hoy día las recuerdo. Es que
tengo una memoria prodigiosa, excepto mi teléfono no me olvido de nada. En la colonia
los viejos me bautizaron como el shanachie
(también sennachie), una palabra
gaélica antiquísima que significa el que cuenta cuentos, el relator”.
Las historias de la
guerra de los abuelos eran reales. Los McCloud habían peleado en el frente
europeo y los Wood, en Arabia, donde habían visto a Thomas Edward Lawrence
(Lawrence de Arabia), lo que llevó a Robin a leer Los siete pilares de la sabiduría a los 12 años.
Viajar
La formación de
Robin Wood, quien dejó la educación formal en sexto grado, se completa con los
viajes. “Llevo 30 años casi ininterrumpidos viajando”, dice: “Ponés eso en la
cacerola, sacás conclusiones y te volvés mucho más comprensivo de todo. La
cultura es una cosa y la educación es otra. Tengo cultura, probablemente una
gran cultura; mi vida fue muy dura hasta cierto punto y de repente, como por
golpe de magia –yo creo en la magia–, aparece una profesión que me gustaba y me
daba dinero y me iba con mochila y máquina de escribir”.
Habla de principios
de los tempranos años 60, cuando vivía en Buenos Aires y trabajaba en una
fábrica del conurbano bonaerense. En esa época Wood –que contó la anécdota
muchas veces– estudiaba en la Escuela Panamericana de Arte, donde enseñaba
Alberto Breccia, porque quería ser dibujante, oficio del que lo disuadieron
pronto (“No tenía talento”, admite él mismo). Uno de sus compañeros era Luis
Olivera, con quien compartía la afición por la sumeriología (el estudio de la
civilización de Sumer, de donde saldría Nippur
de Lagash) y dibujaba historietas para la editorial Columba.
Olivera le pidió un
día que hiciera unos guiones, a partir de las historias de sumeriología que
compartían, para reemplazar otros que le habían dado para dibujar. Wood los
hizo, se los dio. El dibujante presentó el trabajo en la editorial, se
publicaron y hasta ahí llegaron por el momento, porque Olivera no sabía dónde
contactar al escritor, a quien había visto en su casa o se lo había encontrado en
las clases de la Panamericana o Bellas Artes.
Wood se enteraría
de la publicación de los guiones cuando vio una de las revistas de Columba en
un quiosco. Ese mismo día se presentó hecho un estropajo (había caminado desde
el conurbano hasta el centro porteño bajo la lluvia) en la editorial y dijo
“Soy Robin Wood”. El primer cheque, del banco de Londres y América del Sur, que
cobró por su trabajo como guionista fue también el primero que vio en su vida y
superaba cien veces o más lo que ganaba en la fábrica. Las revistas de la editorial
tenían entonces un tiraje semanal de 250 mil ejemplares y el número real de lectores multiplicaba varias veces
esa cifra.
De modo que cuando
los cobros comenzaron a medirse con fajos de billetes Robin Wood comenzó a
viajar por el mundo y desde allí enviaba sus guiones, cosa que sigue haciendo
hasta el día de hoy, ya sea desde Paraguay, donde reside ahora, como desde
Italia, donde su personaje Dago tiene una inmensa popularidad y donde el
ministerio de Cultura le encargó una suerte de biografía de Giuseppe Verdi. “Es
una mezcla rara, muy dramática y muy poética. Todos conocen las óperas y la
música de Verdi, pero conocen poco de su vida. Verdi era un loco por la
unificación italiana. Dago –dice Wood– también ve a Italia cortada en pedazos:
franceses, austríacos, y él también cree que deben unirse esos pedazos”.
Los viajes también
dibujaron una sinuosa biografía de Wood: se divorció en Dinamarca, volvió a
Paraguay, donde contrató a Graciela Stenico para que lo asistiera en el
trabajo. “Y ella completó el trabajo –dice– casándose conmigo”. Pero Stenico es
también el nombre de una localidad de Trento, en el norte italiano, donde tuvo
lugar una de las primeras rebeliones campesinas, que fue masacrada. De modo que
la historia de Graciela, la de la localidad trentina y la de su personaje de
Dago se mezclan en los guiones de Wood, quien ensayó varias veces el cruce de
lo autobiográfico y la ficción, y así aparece en Dago la principesa Stenico.
Cuaderno espiral
Escribe a mano, en
cuadernos con espiral. “Cuando me siento a escribir –dice–, cuando lo haga esta
tarde, no sé de qué voy a escribir, pero sé qué me siento y escribo. Hago
quince páginas en un par de horas, después en la computadora meto toda la guía
de dibujos, cuadro por cuadro”.
Dice que nunca corrige.
“Mi querida mujer –dice– tenía una imagen de esos escritores que aparecen en
las películas, tipos atormentados que se agarran la cabeza y tiran bollos de
hojas de papel en blanco al cesto de basura. Y a mí jamás me vio arrancar una
hoja y tirarla al piso. Y no te creas, yo soy el que más me asombro”.
Robin Wood vuelve a
veces sobre lo que ha escrito. Relee, todavía se ríe con episodios y chistes de
Mi novia y yo (la tira tenía mucho de
autobiográfico, incluso el personaje, Tino, lleva un apodo que alguna vez
usaron para llamar al guionista). “Nunca pienso qué bien escribo, incluso no lo
siento como una creación mía, simplemente salió, lo hago con placer y me
divierte”.
Hay en principio
algo actoral en el hallazgo y el primer soplo de vida de cada personaje de
Robin Wood. “Primero –dice–, el personaje te da la historia, porque tiene que
tener una personalidad, puede haber humor, drama, pero siempre hay una reacción
que es lo normal: hay los que son impacientes, otros más impacientes, como Nippur”.
Sin embargo, muchos
personajes de Wood son recurrentes, o lo son sus referencias, o lo son los
cruces en ese bosque de historias que es su obra como guionista. Ya dijimos
cómo la señora Stenico muta en la princesa Stenico; también Poppy Andersen, ex
pareja de Wood, protagoniza Mi novia y yo.
Héctor G. Oesterheld, a quien Wood admira y al que vio una sola vez en la vida,
dijo en un reportaje que la periodista Helena Goñi aparece en una de las tiras
como Helena Ñoqui (como reportera de la revista Gentío); es más, señala Oesterheld: tiene un compañero “Mario (¿Mario
Mactas?) y su compañero Emilio. Lo curioso es que versiones de estos tres
personajes también aparecen en Nippur
bajo los nombres de Aneleh, Oiram e Ilioem, sencillos anagramas de Helena,
Mario y Emilio, respectivamente. En Don
Rómulo T. Perina, el homenajeado es, obviamente, el tal Rómulo Perina.
Perina fue a Robin Wood lo que Macedonio Fernández fue a Jorge Luis Borges, así
que sobran las palabras”.
Estas operaciones
de Wood tuvieron tal popularidad en su momento que Basallo, uno de los
directivos de Columbia, llamó indignado a nuestro autor porque había recibido
una invitación a una cena aniversario de los boy scouts de su parroquia con el
nombre de Balbastro, que era el personaje con el que Robin Wood lo hacía
aparecer como gerente de la editorial “Palomita” en Mi novia y yo.
“Me han dicho que
Robin Wood escribe for export –dice
Robin Wood–, y no, si siempre escribí cosas autobiográficas”.
Osadía
Para Wood, la
malaria editorial argentina en el terreno de la historieta se explica por la
falta de osadía. “Lo que cambió es que no está Columba –dice – y los editores
tienen miedo. En Europa, donde el trabajo se hace en serio, no es así. Ni en
México, en Estados Unidos ni hablar. A ver, cuando apareció la televisión
dijeron que el cine iba a morir, pero no entienden que una cosa no sustituye a
la otra, que hay públicos diferentes, hay gente que sigue gustos, la historieta
en Europa tiene mucho nivel y la mayor parte de los dibujantes son argentinos.
En Argentina se tiene la idea de que tales cosas pueden funcionar y tales otras
no. Hay una falta de osadía total, y me duele porque mis lectores me reclaman
mucho. Veremos si sacamos mis historietas por internet”.
Pregunta: sin
embargo, en la última época de cierta pujanza de la historieta argentina, a
principios de los 80, cuando apareció Fierro,
¿no lo llamaron? Dice Wood: “No, porque estaba considerado de derecha, decían
que era fascista”.
Wood se refiere a
un párrafo de La historia de la
historieta, en la que Guillermo Saccomano y Carlos Trillo (y hay que
agregar que en aquella reseña de Mi novia
y yo, Oesterheld señala ese guión de Wood como el antecedente directo de El loco Chávez –1975-1987–, de Trillo y
Horacio Altuna) lo señalan como fascista. Incluso recuerda una reunión con
colegas en torno a la necesidad de tomar partido, en tiempos del gobierno de
Héctor Cámpora en la que se negó a definirse políticamente. “Pero aquí yo soy
el único que ha sido obrero, todos ustedes son universitarios, estudiantes,
burguesía, aquí el único que ha sido obrajero en el Alto Paraná, que ha
trabajado como levantador de piedras en el Chaco, que ha sido obrero de
fábrica, soy yo. ¿Y ahora ustedes me llaman a mí fascista, capitalista,
burgués?”, les espetó según un reportaje que puede consultarse en Robinwoodcomics.org.
“En esa época –nos
dice Wood–, ellos (se refiere a un grupo no identificado en particular, pero en
el que entrarían Trillo y Saccomano) decían que para renovar la historieta
argentina había que quemar la editorial Columba. Era una idiotez, porque todos
los grandes dibujantes e historietistas pasaron por Columba”.
Robin Wood volvió a
su modo como guionista a Argentina a fines de los 90, cuando escribió La condena de Gabriel Doyle, una serie
de televisión que dirigió Sebastián Borensztein para Canal 9, cuyo último
episodio fue levantado por falta de rating en momentos en que se emitía el
mundial de balompié de Francia.
Hoy prepara guiones
de televisión con seis de sus personajes, entre ellos Dago, Nippur de Lagash, Mark,
cosa de la que Wood prefiere no explayarse demasiado. Los tiempos y las
condiciones en que se desarrollan estos proyectos son siempre muy ajenos al de
la historieta.
Doppelgänger
Hubo otro Robin
Wood que nos fascinó en aquellos años en los que aún no se conocían los libros
sobre cine o películas escritos por Gilles Deleuze o Slavoj Zizek. Los más
despistados hasta creímos, por la afición de nuestro autor por el cine y los
libros, que podía tratarse de la misma persona.
“Mirá qué cosa –nos
dice Wood–, las casualidades son increíbles. Yo vivía en Londres y tenía cuenta
en el Royal Chameleon Bank, donde me hacían los depóstios. Ahí iba a sacar el
dinero, porque en esa época no había tarjeta de crédito. Un día me dan el saldo
y me pareció raro: las cantidades no coincidían con mis cuentas y mis
extracciones. Además, la cuenta estaba a nombre de «Robin Wood,
escritor». De modo que hablé con uno de los contadores y chequeamos la dirección
y se trataba de otro Robin Wood, el escritor de cine, que tenía cuenta en el
mismo banco que yo”.
El asunto se
arregló, el banco sacó de acá, puso allá y cuentas claras. “Pensé incluso –cuenta
nuestro autor– en dejarle un mensaje para encontrarme a cenar, pero me olvidé y
pronto ya me fui a otra parte. Y mirá, de nuevo, lo que son las coincidencias.
Otra vez estaba en un hotel de París, me registré y me recibieron muy bien. «Le
vamos a enviar una botella de champán a su cuarto, señor Wood», me
dijeron. Bueno, cómo no, les respondí. Subí a la habitación, me bañé, me cambié
y, al bajar, cuando pasé por la conserjería el mismo conserje me preguntó si
había estado bien la botella. Le dije que no había recibido nada. Y,
sorprendido, revisó el registro y se dio cuenta de que había dos Robin Wood, y
que quien debía recibir el champán era el otro, el crítico de cine, cosa que
había sucedido”.
El bosque del mundo
El shanachie, el narrador de la comunidad,
reúne a los suyos para acercarles historias que vienen de los mayores y los
implican en la medida en que se dejan implicar por ese pacto común del que
cuenta y el que escucha o, en términos comunitarios, de lo que cuenta cuando se
escucha. Las historias “salen” de aquella ronda de relatos, de esa comunidad
que debía contarse un origen, abrirse un camino en el bosque del mundo.
Bosque,
cabe recordarlo, es uno de los significados de la palabra inglesa “wood”. El
Robin encapuchado (“hood” es capucha) y fabulesco que hacía justicia en el
bosque, parece haber cedido, a través de aquellos padres que dieron nombre a
nuestro guionista, las dotes del disfraz y el reparto de dones en este otro
Robin que también conoció en su infancia, en la selva, la versión americana del
bosque.
Me gusto mucho la nota! Robin es un grande! Saludos!
ResponderEliminarMe encanta Robin wood...escribe mágicamente...y crees que estas en otro mundo..te desconectas de la realidad y viajas hacia otra vida.
ResponderEliminarHola amigos de las historietas,tuve una niñez dura,y parte de mi adolescencia tambien y para no sentir rechazos,desprecios,etc mi refugio fué la lectura,gracias jesus por hacerme entrar en el mundo de la aventura a traves de estos maravillosos guionistas,como robin wood jose l arévalo,pedro m mazzino,ferrari,q me introducian a su mundo lleno de magia,a traves de sus escritos y me hacian olvidar mi realidad cruel,dartagnan,el tony,fantasia,intervalo!!!por Dios,como olvidarlos!!!Q hermosos recuerdos!!!hoy justamente tomé una revista intervalo y leí de robin wood HERMOSOS OJOS CIEGOS DE ANNA DE HUNGRIA!!Está en una vieja revista intervalo año 1996,mes julio,GRACIAS,GRACIAS,POR EXISTIR,Y POR DARME UN REFUGIO EN SUS BELLOS ESCRITOS Y Q DIOS LOS BENDIGA,!!!!
ResponderEliminarComentan que en el caso de Storm de Los aventureros, también se basaron en una persona real para crear al personaje. Al parecer se trató de una asistente en el estudio Nippur IV
ResponderEliminarFlorencia