Le llaman un drama sobrenatural,
de modo que In the Flesh,
que el próximo domingo emite el cuarto capítulo de su segunda temporada (tuvo
una primera, el año pasado, con tres episodios y este año contará con seis), como
otras series de zombies, es un cuento de hadas –tal como ya
lo expusimos acá–, es decir, un relato en el que lo sobrenatural convive
con lo cotidiano, sólo que en este caso las hadas y los gnomos fueron
reemplazados por muertos resucitados. Sin embargo, esta serie británica (la
produce la BBC Three, un
canal digital cuya programación busca insertarse en un público de entre 14 y 34
años), ganadora de un premio Bafta, tiene mucho menos que ver con The
Walking Dead que con Les Revenants,
la serie francesa sobre muertos que regresan a un pueblito alpino sin saber que
han muerto y que tiene este año una
versión algo cambiada en la televisión estadounidense.
In the Flesh es,
en algún punto, una serie “autoconsciente”: por
ejemplo, su protagonista (interpretado por Luke Newberry) se llama
Kieren Walker, un guiño a los “walkers” de The
Walking Dead y en esta segunda temporada quiere mudarse a Francia (guiño a Les Revenants), abandonar el pueblo de
Roarton donde vive, etcétera.
En la serie, tras un “Amanecer” zombie (“The Rising”: el
levantamiento en el original), los científicos encuentran una droga que
devuelve a los muertos la memoria y los hace sociales. Así, queda en manos de
la sociedad aceptar de nuevo a sus muertos y en manos de los muertos,
“maquillarse” para la sociedad, disimular con cosméticos la piel grisácea y con
lentes de contacto los ojos casi vacíos.
Los premios y el aplauso que recibió la serie en 2013 se
deben, claro está, al hallazgo de la crítica social: los zombies son los nuevos
inmigrantes, los nuevos excluidos y, además, el programa científico de
reinserción extiende un manto de corrección política que, antes que despertar
valores solidarios, crea una corriente subterránea de odios y una lenguaje
clandestino para referirse a los revividos (“podrido”, “zombie”, etcétera).
A su vez, en Roarton, donde la mitad más uno de los
personajes estuvo involucrado en las milicias que salieron a cazar zombies durante
el Amanecer –incluída la hermana de Kieran, quien se había suicidado antes de
revivir), en la segunda temporada se instala una base de Victus, un partido
radical que defiende los derechos de los vivos al tiempo que los muertos –a los
que con corrección se les llama Partially Deceased Syndrome (PDS: Síndrome del
Occiso Parcial)– también se radicalizan en las grandes ciudades y consumen una
droga azul que los vuelve “rabiosos”, es decir, los devuelve a su primer
estadio: deformes, monstruosos y sedientos de cerebros humanos.
Pero el gran antecedente de In the Flesh es menos Les
Revenants que Homecoming,
una película para televisión que dirigió en 2005 Joe Dante para el ciclo Masters of Horror. El
film transcurre durante una elección presidencial en Estados Unidos que el
espectador sigue a través de dos asesores políticos especializados en medios
masivos. En una audición de tevé, una madre que tiene a su hijo en la guerra de
Irak pide ante las cámaras que su vástago y todos los jóvenes que están
muriendo lejos de casa regresen, como sea, que regresen. Y, como en el clásico
cuento “La
pata de mono”, su deseo se cumple: los soldados comienzan a volver a la
patria, después de muertos, un vasto ejército de zombies deambula por las
calles del país decididos a depositar su voto en las urnas para impedir que el
presidente que los mandó a la muerte vuelva a ganar las elecciones. “Esta es
una película de terror porque la mayoría de sus personajes son republicanos”,
declaró Dante con humor. A diferencia de otras películas de zombies y muertos
vivos, Homecoming –que es también una
comedia oscura– no apuesta a la sorpresa, sino a la rutina: en el andar
desgarbado de los muertos reverbera la imagen de los parias.
Ni mejor ni peor que otras series sobre el tema, In the Flesh tiene varios hallazgos
notables, ninguno como el del segundo episodio de esta segunda temporada.
Maxine Martin, legisladora de Victus en Roarton, impulsa el programa “Give
Back” (Devolución), en el que los muertos vivientes deben hacer trabajos
voluntarios –es decir, gratis– para “devolver” a la sociedad lo que hizo por
ellos y reparar, de algún modo, el daño que provocaron al levantarse. Una
filosa recreación de lo que la gran máquina del capital construyó en los campos
de exterminio durante la Segunda Guerra.
El sitio oficial acá.
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