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"I don't want to belong to any club that will accept people like me as a member." Groucho Marx en Groucho and Me (1959).

miércoles, 29 de agosto de 2012

gracias por preguntar



Conversamos por Gtalk sobre una suerte de compilación de unas notas que escribí entre 2003 y 2008. Le digo que leídas ahora me parecen algo que escribí para no escribir otras cosas, del todo pretenciosas en su precariedad. Lo que se me pide, le digo, es algo que creo que está en el recuerdo de la editora –que para colmo es sutil y dueña de una escritura sencilla y luminosa– antes que en esos textos.
Él me recuerda “aquella escena de Blade Runner: «El cazador de androides –escribe– accede a la información de que la mina es androide sin que ella lo sepa. Para decírselo cruelmente. Le nombra los recuerdos que ha leído que le implantaron, los que ella creía que nadie podía conocer. Él le demuestra que no es humana, pero lo único que tiene ella, lo único que es, son esos recuerdos». Claro, quiero decirle, escribir es de algún modo implantar recuerdos. Qué gran escena; y qué amable que él la traiga a colación. Y me dice también: «Lo que me duele de habernos distanciado vos y yo, no ahora, sino hace muchos años, es haber perdido el trabajo sobre el sentido… Dejamos de nadar juntos en el sentido».
Es que todo empezó a partir de la intervención de César Aira en un encuentro de literaturas, en el que habla de Amalia y el origen de la literatura nacional y, tras plantear una confederación rioplatense monstruosamente habitada sólo por Amalias, define el origen: “La representación única de la multiplicidad”. Para mí, le digo, hay una conexión entre ese origen, el sentido y aquél río en el que nadábamos… (“C’era una volta un bel linguaggio che mai più/ ho parlato, non ti spiace ricordarmelo?…”, como en la canción de Conte).
La charla sobre el sentido y el río nos llevan al gran tema de estos 50 años: “Amores como viajes, duran lo que una flor”, me escribe. Me habla de su novia, me dice: “Tiene la edad de mi espíritu”. Le pregunto sobre ella. Me dice, me habla de ella, de los dos, y pone: “Gracias por preguntar”. Le digo que hay un estilo ahí, en esa pregunta. Un estilo que, efectivamente, lo distrae de todo ese “ahogo” de sentido con el que sucumbimos tantas veces al escribir. El “gracias por preguntar” –esto lo pongo ahora– desnuda ese deseo de la conversación en la charla al tiempo que lo viste con las mismas palabras. Pone: “El asunto es que lo que vale de lo que hacemos es todas esas vueltas que damos con el tema en insomnio”. Y agrega: “Es como la traducción que fracasamos con Lo Yuao vivo: escribir los diálogos del intento de la traducción, no la traducción”. Y cuenta: “Lo dije en una entrevista de un documental que están grabando sobre la inmigración china. Dije que tenía los textos y se armó una, ahora me los piden. Tendré que escribirlos”. Me recuerda el chiste de los hermanos Marx: “Groucho, hay un tesoro en la casa de al lado. Pero, al lado no hay ninguna casa. Eso no importa, construiremos una”. ¿No es así como construimos sentido, origen y escritura?

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