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lunes, 24 de octubre de 2016

el socialismo desaparecido del siglo xix (entrevista a horacio tarcus)

Horacio Tarcus (Buenos Aires, 1955) es historiador, doctorado por la Universidad Nacional de La Plata. En 1998 fue uno de los fundadores del Cedinci (Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas en Argentina, que hoy depende de la Universidad Nacional de San Martín), que creó en base a un archivo propio de libros, revistas, publicaciones políticas, enterrado durante la última dictadura en una quinta del Gran Buenos Aires cuando la mera posesión de ese tipo de materiales era de una peligrosidad temeraria.
Fue director del “Diccionario biográfico de la izquierda argentina. De los anarquistas a la “nueva izquierda. 1870-1976” (2007, que escribió, como bromeaba entonces, para que las agrupaciones universitarias pudieran variar los nombres de sus agrupaciones, por lo general acotados a Agustín Tosco o Santiago Pampillón) y compilador de “Cartas de una hermandad. Leopoldo Lugones, Horacio Quiroga, Ezequiel Martínez Estrada, Luis Franco, Samuel Glusberg” (2009). Entre sus libros, se cuentan: “El marxismo olvidado en la Argentina: Silvio Frondizi y Milcíades Peña” (1996), “Mariátegui en la Argentina o las políticas culturales de Samuel Glusberg” (2002) y “Marx en la Argentina. Sus primeros lectores obreros, intelectuales y científicos” (2007).
Fotografía de Diego Spivacow, tomada de La Nación.
El viernes último presentó en Rosario “El socialismo romántico en el Río de la Plata. 1837-1852” (2016): “El libro está animado –nos escribe– por una búsqueda en el pasado de otras izquierdas, de otras potencialidades que luego se truncaron y que iban en el camino de una izquierda no tan sindicalista, no limitada al techo de la reivindicación sindical, y que se conectaba con todo un programa vital de pedagogía moderna, creación de bibliotecas populares, emancipación de la mujer, fundación de mutuales y cooperativas, arte orientado al pueblo, políticas de higienismo, de eugenesia. No es una tradición liberal, al contrario, es antiliberal. Y manifiesta una voluntad popular, que no tiene que ver con el peronismo. Ciertamente, es un mundo desaparecido, pero al ignorarlo u olvidarlo lo desapareceríamos dos veces”.
—¿Decías que el socialismo fue el ideal de juventud de Sarmiento y Alberdi? ¿Qué significa ese pasaje?
—(Esteban) Echeverría, el joven (Juan Bautista) Alberdi, el joven (Domingo) Sarmiento y demás compañeros de generación –Vicente Fidel López, Juan María Gutiérrez, Miguel Cané padre, etcétera– entendieron hacia 1937 que el programa ilustrado de los unitarios habría fracasado, que el triunfo del rosismo era el resultado de una incomprensión. El problema estaba en el racionalismo abstracto de la Razón Ilustrada, al que le contraponían una Razón histórica, un historicismo que también era hijo de la Ilustración pero que les permitía entender el “momento rosista” como una reacción popular a la imposición rivadaviana de leyes e instituciones que no se correspondían con nuestra cultura. Renovar las instituciones era un empeño más profundo que hacer aprobar leyes modernas, o consagrar una Constitución liberal, era laborar simultáneamente para modernizar la sociedad civil en el sentido de la novísima Economía política, era trabajar para que emergiera una cultura nacional, una literatura nacional, tal como estaban surgiendo entonces en las naciones europeas bajo el signo del romanticismo.
—El romanticismo debe entenderse como nacionalismo, como se lee en “El socialismo romántico”.
—Pero lo curioso es que este historicismo romántico llegó al Río de la Plata teñido de socialismo, pues las principales fuentes de los jóvenes de la Generación de 1837 eran los libros y las revistas que publicaban entonces los discípulos de Saint-Simon, sobre todo Pierre Leroux. Entonces, ese historicismo vino acompañado de ideas avanzadísimas –aunque en el Río de la Plata no pudieran desplegarse en toda su radicalidad–, como la emancipación de la mujer, la expansión de la educación pública y la elevación del trabajador, la promoción de valores solidarios y comunitarios que permitieran mitigar el individualismo posesivo propio de la ideología liberal. Este primer programa, desde luego fracasado, que elaboró la Generación del 37 tuvo sus continuadores después de la Batalla de Caseros, en los años de la Organización Nacional: fueron los exiliados románticos europeos que venían del reflujo de las Revoluciones de 1848 los que van a levantar en los tiempos de la Confederación de Urquiza un programa de avanzada, que integra federalismo, participación ciudadana, educación popular, mutualismo, creación de bibliotecas populares, de escuelas técnicas, cooperativas. En 1863 Bartolomé Victory y Suárez va a proponer que los “derechos sociales” se incorporen a la Constitución Nacional, Francisco Bilbao va a sostener que las sociedades americanas debían conformarse por la integración de las tres “razas”: indios, criollos y europeos migrantes. Me propuse rescatar estas figuras, con sus obras, sus folletos, sus periódicos, sus artículos en la prensa de la época: es una historia borrada tanto por la “tradición republicana” como por la historiografía revisionista.
—Si el socialismo y el utopismo europeo fueron tendencias intelectuales antes de mitad del siglo XIX, ¿qué sobrevivió de esa tradición en Argentina? ¿Podría ser el actual partido Socialista santafesino heredero de esa tradición?
—Con este libro –más otro que saldrá el año próximo, “Los exiliados románticos. Socialistas y masones en la formación de la argentina moderna. 1852-1880”– me propuse rastrear la tradición socialista del siglo XIX. Es frecuente que los libros de historia del pensamiento nos hablen de un socialismo que nació con Juan B. Justo hacia 1894 y cuyo único precedente sería el Dogma Socialista de Echeverría, al que se presenta habitualmente como un liberal “de avanzada”, o “influido” por el socialismo romántico francés. Yo trato de reponer la historia de dos generaciones –la Generación de 1837 primero, y la Generación de los exiliados de las revolución del 48, después– como los exponentes de dos momentos previos a la generación de 1890, la de Juan B. Justo y José Ingenieros.
Ciertamente, el PS de Santa Fe es un retoño del partido de Justo. Pero heredar no es algo sencillo, no es recibir algo pasivamente, hay allí un problema, hay un trabajo en recibir, en heredar. Lo que queda de aquel “viejo y glorioso” Partido Socialista es una pequeña máquina electoral, con escaso, sino nulo interés en recibir, en trabajar esta tradición. Es el partido que renunció hace añares al mundo de las ideas, del pensamiento.
—Si ese socialismo pre-marxista es una corriente de izquierda, ¿qué sentido tiene la “izquierda” en esa perspectiva?
—La noción de izquierda tiene dos sentidos. Se la puede definir programáticamente, digamos por las ideas; o posicionalmente, por el espacio que está “a la izquierda de”. Programáticamente, las ideas del socialismo romántico son las que, a su modo, anticipan los grandes temas del socialismo del siglo XX, incluso de las conquistas democráticas del siglo XX: la emancipación del obrero, de la mujer, la educación popular, la pedagogía moderna, la laicización de la sociedad, el mutualismo, el cooperativismo. Desde el punto de vista de su posición política, la Generación del 37 intentó convertirse en una suerte de “tercer partido”, más allá de Unitarios y Federales, y sabemos que fracasó en el intento. La generación de los “cuarentaichistas” fue una suerte de “ala izquierda” de la Confederación Urquicista. Alejo Peyret traducía “El Principio Federalista” de Proudhon para el diario “El Uruguay” de Paraná!
—¿Puede encuadrarse esa idea de socialismo en lo que hoy llamamos “progresismo”?
—Puede, pero con el riesgo de que lo más distintivo y radical de este pensamiento se diluya en “progresismo”. Porque ciertamente mantuvieron, como sus rivales liberales, una fe en el Progreso inevitable de las sociedades modernas. Y fueron hasta cierto punto aliados de los liberales en dimensiones como el laicismo de la sociedad, las instituciones, el Estado. Pero el Partido Democrático del siglo XIX, del que se van a desprender las primeras corrientes socialistas a mediados de siglo, era rival político del Partido Liberal. Las grandes conquistas democráticas de fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX fueron impulsadas por las corrientes democráticas y socialistas, y resistidas por los liberales. El problema es que la historia del liberalismo se ha apropiado de conquistas que no sólo no le pertenecen, sino a las que se resistió durante décadas. Y nuestra izquierda actual es muy corporativa, muy sindicalera, muy ignorante de toda esta riquísima tradición, que acaso mirará con desprecio como “culturalista” o “pequeñoburguesa”. Pero aunque nos cueste creerlo, tuvimos una izquierda entre fines del siglo XIX y primera mitad del siglo XX, que iba más allá de las reivindicaciones salariales, que tenía propuestas sobre la educación, la pedagogía, el arte, el cooperativismo, el consumo, la buena alimentación, que discutía temas como las modernas tecnologías, la eutanasia, la sexualidad. No le eran ajenos ninguno de los temas de la vida y de la muerte. Era una izquierda que quería llegar a la sociedad con un proyecto civilizatorio, no con un programa ultimatista de cinco puntos: ¡aumento salarial inmediato o huelga general por tiempo indefinido!
—¿Cómo analizás la experiencia de la izquierda durante los 12 años de kirchnerismo?
—Los populismos dislocan a las izquierdas y también a las derechas. No sólo Lilita Carrió quedó “dis-locada”, también las izquierdas en todas sus variantes. Como sucedió con otras experiencias semejantes en el pasado, cierto sector de la izquierda se integró para disolverse en el kirchnerismo (el PC y sus variantes: sabbatellismo, Heller, etcétera), otro sector hizo una oposición cerril, sectaria, improductiva. A menudo se dice que los populismos no dejan mayores márgenes, pero la política consiste justamente en producir esos márgenes. Hacer una política independiente en estos doce años podría haber pasado por cuestionar la corrupción, el capitalismo de amigos, la economía extractivista, la manipulación de las estadísticas; por apoyar críticamente ciertas políticas (como la asignación universal, ciertos aspectos de la gestión educativa y científica, o de la política exterior, o el garantismo jurídico) y sobre todo mostrar en la práctica el techo político de una experiencia pragmática como la del kirchnerismo, sin mayor estrategia ni programa.
—¿Y cómo analizás el rol de la izquierda en lo que va del macrismo? ¿Hubo votantes de izquierda que votaron a Macri?
—Yo creo que existe una izquierda social que es mucho más grande que la izquierda política existente. Cientos de miles, acaso millones de ciudadanos se han sentido entrampados al tener que elegir en Scioli y Macri, el populismo conservador y la derecha liberal, entre la corrupción de los advenedizos y la corrupción de las élites. Pero no sólo la izquierda radical es incapaz de contener a ese electorado con sensibilidad de izquierdas, también la centro-izquierda se suicidó en esta alianza con el macrismo. La centro-izquierda se alejó del mundo de las ideas hace añares, pero ahora perdió la más mínima dignidad.
—Cuando renunciaste a la vicedirección de la Biblioteca Argentina mencionaste algo en torno a la posición de la izquierda con respecto al empleado público, ¿seguiste pensando en eso? Me refiero a la posición de la izquierda en relación al Estado.
—Sigo pensando que una de las deudas de la izquierda es una propuesta de reformulación de la relación Estado-sociedad civil, que implica no sólo replantear el estatuto del empleo público sino el sentido mismo de la gestión estatal. Hoy oscilamos entre el crecimiento del empleo público como bolsa de trabajo de los gobiernos populistas aliados al sindicalismo mafioso; y los despidos de los gobiernos liberales como medida más inmediata de reducción del gasto público (también aliados a cierto sindicalismo).
Vivimos en lo que los sociólogos llaman “sociedad dual”, por un lado, los que “se salvaron”, los empleados públicos que están en la planta del Estado, intocables aunque sean ñoquis; por otro, los que “perdieron”, los precarizados, los desempleados. Los gobiernos que coquetearon con reformas progresistas del Estado (el alfonsinismo o la Alianza), fracasaron clamorosamente; el menemismo, bajo el lema de la “reforma del Estado” llevó a cabo un desguace neoliberal feroz; y el kirchnerisno dejó las cosas como estaban, no se propuso ni reformar, ni refundar el Estado, apenas servirse de él para construir su maquinaria política. Sin embargo, no todos los populismos fueron igualmente ciegos ante una necesidad de reforma del Estado. La experiencia ecuatoriana es en este sentido curiosa, porque la retórica populista e igualitarista del gobierno convive con un proyecto de modernización estatal casi meritocrático. Sin ir tan lejos, creo que necesitamos una izquierda que proponga repensar el Estado y sus funciones sociales, no como bolsa de trabajo, no como espacio condenado a la ineficiencia, inerte, sino en términos de recursos materiales y humanos que deben retornar a la comunidad para servirla del modo más eficiente posible. Si la izquierda le tiene miedo a la palabra Estado, si le escapa a la palabra eficiencia, si presupone que lo público es necesariamente costo, ineficiencia, atraso, está jodida, seriamente jodida.

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