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"I don't want to belong to any club that will accept people like me as a member." Groucho Marx en Groucho and Me (1959).

martes, 8 de agosto de 2017

guerra por el planeta de los monos

En la fundación de Roma –siete siglos antes de Cristo, según la leyenda–, Rómulo traza los límites de la ciudad y ordena que nadie los traspase. Pero su hermano Remo lo desafía, cruza los límites, hay una pelea y Rómulo termina matando a su mellizo. Roma se erigirá sobre la tumba donde yace Remo. La ciudad, cuna de la civilización, nace en ese crimen originario. Para decirlo con un concepto más moderno: no hay acto de civilización que no lo sea también de barbarie.
La historia de Los Monos, que Germán de los Santos y Hernán Lascano siguen a través de varios hilos en su libro Los Monos. Historia de la familia narco que transformó a Rosario en un infierno narra lo que podríamos llamar la refundación de Rosario a comienzos de los 2000, cuando comienzan a expandirse las cocinas de cocaína en manos de grupos criminales familiares, con la complicidad de policías –la mitad de los 25 procesados por la causa son agentes policiales de rangos medios y altos– y empresarios que inyectaron el dinero sucio, ensangrentado de la droga a través de inversiones que van desde autos de alta gama hasta la compra de propiedades.
“Los monos”, la historia del clan Cantero que narran De los Santos y Lascano es también el dibujo de un mapa de la ciudad, de sus límites y su tolerancia: la violencia que generó el narcotráfico a través de bandas criminales comenzó a ser un dolor de cabeza para las autoridades políticas una vez que los muertos comenzaron a salpicar las veredas del centro: el Fantasma Paz en Corrientes y 27 de Febrero; el Quemadito Rodríguez en Pellegrini y Presidente Roca. Sin embargo, para cuando esos muertos asaltaron la vista de los ciudadanos respetables de la zona céntrica –donde la tasa de homicidios es equivalente al de algunas ciudades europeas– en la zona sur, en los barrios La Tablada y Las Flores, donde se concentraba la actividad de Los Monos, ya había muerto un tendal de de jóvenes que, a falta de perspectivas, habían abrazado la causa y la economía narco; además de los inocentes que quedaban en medio de los disparos. Entre los caídos de esas zonas donde las crisis sociales y económicas encuentran sus primeras víctimas, el libro también cuenta a las familias desplazadas porque los narcos se apropiaban de sus casas para usarlos como búnkeres de venta de drogas.
“Cuando los flujos económicos allí generados se insertan en la economía –leemos en la página 259–, las marcas de sangre dejan de verse”.
Fotografía de Marcelo Manera publicada en La Nación.
El libro, escrito por dos periodistas que siguieron el caso incluso antes de que se visibilizara en medios nacionales, se detiene en más de una ocasión en esos detalles, acaso lo más político de un relato que comienza con la escena en la que el Pájaro Cantero, líder de la banda, encuentra la muerte en un boliche de Villa Gobernador Gálvez, el 26 de mayo de 2013, desatando una guerra feroz que sembró de muertos las calles de Rosario.
De los Santos y Lascano hurgan en la causa judicial, escuchan a testigos, a funcionarios judiciales y policiales, se encuentran con las escuchas telefónicas. Como en la serie The Wire (su creador, David Simons, un ex periodista de Baltimore, conversó con el presidente Barack Obama en la Casa Blanca acerca de la inutilidad de la guerra contra las drogas luego de ganarse el respeto con el planteo de la serie televisiva) los investigadores judiciales incursionaron en la escucha telefónica para conocer cómo funcionaba la banda y sus relaciones con la policía, que despejaban la zona, avisaban cuando los buscaban y permitieron así que Los Monos desarrollaran el negocio. “Los búnkeres son el modelo de fuerza de ventas que proliferó en Rosario cuando el auge de las cocinas locales, a inicios del nuevo siglo, multiplicó la disponibilidad de una cocaína más abundante y más económica”, leemos en la página 103.
En Los Monos, que no son la única banda, se visibiliza el funcionamiento de todas: la complicidad policial, la pelea por el territorio a través de sicarios, el traslado de de droga y productos para “estirarla” a través del río y las rutas nacionales 34 y 11, que llegan al norte del país y a Bolivia y Paraguay, desde donde provienen los mayores cargamentos. Entre las pocas causas que tiene el Viejo Cantero, padre del Pájaro y patriarca de la familia, figura una federal por tráfico de marihuana pero en Itatí, Corrientes, en 1999. “Pasaron 18 años –nos anota Germán de los Santos– desde que al Viejo Cantero lo apresan por primera vez por una causa federal. Es en la YPF de Itatí (que ahora es una Axion), lo detienen en un Ford Escort con 70 kilos de marihuana. Y él declara ante la justicia que sólo había ido a darle gracias a la Virgen porque se había podido comprar su primer auto”.

Violencia y política

“Creo que los dos teníamos como intención hacer un libro –nos dice Hernán Lascano– que pudiera contar la violencia descomunal y con visos teatrales que existió en los hechos de esta historia reciente de Rosario. Nos interesaba eso porque hay una trama sangrienta llena de matices originales que facilitan una narración atractiva, porque ese atractivo está en los elementos de la realidad, más que en la calidad de la escritura. Pero no queríamos que esa oleada de hechos muy brutales se volvieran lo más importante. La historia que queríamos contar pasaba por cómo la violencia era un instrumento para asegurar negocios económicos”.
En el séptimo episodio de la primera temporada de la serie televisiva Ozark, la maestra les pide a sus alumnos de 12 años que firmen un documento en el que se comprometen a decirle no a las drogas. Pero Jonah, cuyo padre es un contador que huye de un cartel de drogas para el que lava dinero, le dice si puede pensarlo. “¿Qué es lo que hay que pensar?”, le espeta la maestra. “La economía de todo este asunto –comienza el niño–; ¿no pretenderá que firme algo en lo que no creo, verdad?”. Y la maestra: “¿No piensa que es importante decirle no a las drogas?” “Bueno, no es tan simple –continúa el niño–. Es cierto que las drogas son adictivas y llevan al crimen y la muerte, pero también impulsan la economía de Estados Unidos. Digamos que firmaría algo que dijera ‘Sería grandioso que la gente no sea adicta a las drogas’. Pero la gente es adicta a las drogas y debe comprarlas, ¿no? Hay una teoría que dice que el dinero de la droga fue lo único que previno el colapso de la economía global en 2008; ya sabe, cuando explotó la burbuja inmobiliaria, porque el dinero de la droga era el único efectivo disponible para apuntalar a los grandes bancos, sin mencionar los 350 millones de dólares con los que se pagaron puentes, caminos y servicios de salud. Incluso hasta educación, tal vez hasta parte de esta escuela”.
Lo que el niño expresa, si bien es una teoría, describe el efecto que la economía del narcotráfico produce en los barrios, donde hay una respuesta económica para algunos jóvenes y vecinos, y en la ciudad, en la que respetables concesionarias de autos, firmas financieras y desarrolladores inmobiliarios que nunca pisaron el barro de La Tablada, La Granada o Las Flores, en zona sur, se encuentran con montañas de dinero. "La plata llegaba en bolsas de consorcio negras, en billetes ajados de baja denominación, con el humano olor a escoria del dinero", leemos en una de las páginas de “Los Monos”.
Desde la operatoria de los sicarios, jóvenes que se desplazaban en moto con armas que iban desde pistolas 9 milímetros hasta ametralladoras poderosas, hasta la historia casi legendaria de dos departamentos alquilados sólo para ser llenados de billetes, cuidados por soldaditos en pleno centro de Rosario, hasta el seguimiento de un testigo por los pasillos de Tribunales: el libro despliega ese laberinto de límites que es la ciudad y los expone allí, en su realidad más brutal, el dinero y la sangre; “el dinero que es la sangre del pobre”, como decía en sus diarios –ahora que el papa vuelve a citarlo– León Bloy.
“La violencia es una herramienta que usan las organizaciones criminales, por precarias que sean –dice Lascano–, para cimentar su estructura de negocios. Me parece que Los Monos tienen dos distintivos en ese sentido. Por un lado, un uso eficaz de la violencia, que aterroriza a rivales, los saca de competencia, impone respeto y una forma de regulación del territorio. Lo otro que los distingue es una asociación estratégica con la policía que le facilita ese predominio. Lo político pasa por ahí, no por ver a la violencia como un recurso en sí mismo –si bien tal vez aporte agilidad a la trama y detalles que ayudan a la lectura. Lo político es ver que hay un negocio que vertebra todo. Porque el comercio ilegal del búnker entra de lleno en la actividad económica donde están los factores de poder real. La plata de Los Monos está en concesionarias, en inmobiliarias, en estudios de contadores, escribanos, abogados y arquitectos, en financieras. Esta última parte queda invisibilizada o por debajo de los hechos de violencia, y sacarla de ese lugar recóndito era nuestro objetivo. A estos ámbitos de negocios y de poder formal se los interpela poco. En general vamos por el foco que es el hecho violento. Nadie quiere saber nada con limpiar la sangre de las veredas. Pero con esos crímenes se genera rentabilidad que es captada por la economía formal. Y esta parte no genera sobresalto”.

Civilización y barbarie
Foto tomada de Conclusión.

En el prólogo a “Los Monos” Osvaldo Aguirre recupera el mote con el que Rosario ganó los titulares de la prensa nacional en la década del 30: “la Chicago argentina”, nacido primero del próspero mercado de granos que tenía su centro en el puerto de la ciudad y luego, cuando se ganó las calles la guerra entre Chicho Grande y Chicho Chico (Juan Galiffi y Francisco Marrone). “Los narcotraficantes –escribe Aguirre, uno de los escritores rosarinos que más estudió la historia criminal de la ciudad– son inversores cuidadosos de su dinero y consumen bienes suntuarios que el sentido común eleva como sus objetos más preciados, (…) también la violencia y el afán de lucro de las organizaciones criminales aparecen como un reflejo exasperado de tendencias más generales, que pasadas en limpio en otros ámbitos son valores de la sociedad y justificaciones de su ordenamiento. La identidad de Rosario cristalizada en el apodo ‘la Chicago argentina’ asocia así el desarrollo económico con la expansión criminal, en una sola moneda”.  
En su Breve historia del neoliberalismo David Harvey explica cómo en las grandes ciudades la especulación inmobiliaria convirtió a la tierra en un bien de intercambio, desplazó a grandes barriadas de sus zonas históricas para ganarles valor, las “gentrificó”, las convirtió en barrios de lujo con el 25% de sus viviendas ocupadas, y marginó a esa gente que antes los habitaban a zonas donde el único recurso, la única economía, es el narcotráfico.

Los Monos, con su nombre pre-civilización, provenientes de una barriada que la dictadura escondió para que los turistas que llegaban al Mundial 78 no vieran la miseria, la gigantesca desigualdad que generaba su política económica –De los Santos y Lascano no ahorran ese dato–, encajan en ese diagrama en el que el acto de barbarie parece desplazar al de civilización, cuando es en realidad al revés: “Estos instantes recientes y dispersos en el trazado urbano –leemos en una página cerca del final del libro– están organizados en una misma trama. Ocurrieron en un tiempo que la ciudad, a fuerza de una negación de lo que está a la vista, no estuvo preparada para comprender. Cuando la violencia estalla, las preguntas aturden a los funcionarios del Estado, a las fuerzas empresarias, a los vecinos comunes. ¿Dónde se incubaba esta desmesura? ¿Cómo se vuelve rutinario que sicarios en moto maten gente bajo el sol? ¿Por qué pasó todo de golpe? ¿Qué se desmadró en una ciudad de fuerzas económicas multifacéticas, con una universidad poderosa y vida cultural desplegada?”

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