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martes, 1 de agosto de 2017

lecciones maquiavélicas


"Me gustaría enseñarles el camino al infierno para que puedan alejarse de él".

El infame filósofo italiano Nicolás Maquiavelo escribió esas palabras en 1526, cerca del final de su vida. Advirtió a los ciudadanos de la República de Florencia del siglo XVI que no debían ser engañados por los líderes astutos.

El libro más famoso de Maquiavelo, “El Príncipe”, es visto por lo general como un manual de instrucciones para tiranos, y es de algún modo así. Pero hay más Maquiavelo que eso. Es cierto que enseñó a los gobernantes cómo gobernar despiadadamente, sí, pero al mismo tiempo mostró a los gobernados cómo los estaban conduciendo.

En otras palabras, entregó un manual para los dos lados.
Mauricio Macri y Donald Trump (fuente: el gran diario argie).


Maquiavelo también tenía mucho que decir sobre cosas que hoy importan. Escribió acerca de por qué las democracias se enferman y mueren, sobre los peligros de la desigualdad y el partidismo, e incluso acerca de por qué la apariencia y la percepción importa mucho más que la verdad y los hechos.

Erica Benner, profesora de filosofía política en la Universidad de Yale (Nueva York), escribe sobre todo esto en su nuevo libro “Be Like the Fox: Machiavelli in His World” (“Ser como el zorro: Maquiavelo en su mundo”). Le hablé recientemente sobre el legado de Maquiavelo y sobre lo que nos podría enseñar acerca de Donald Trump y el declive de las democracias liberales en todo el mundo.

"Cuando se mira a sociedades como Estados Unidos, Gran Bretaña y otras democracias liberales –me dijo–, ves los tipos de grietas que Maquiavelo advirtió, y debería incomodarnos".

Esta es nuestra conversación completa.

—Incluso personas que nunca lo leyeron conocen a Maquiavelo como el gran maestro de la inmoralidad. ¿Es esa una reputación ganada?

—Es merecido en el sentido de que cuando se lo lee por arriba, especialmente en su traducción, parece que te está enseñando a ser malo, a hacer lo que sea necesario para obtener y mantener el poder, incluso si eso significa hacer lo que la gente piensa que está mal. Pero hay mucho más que eso. Para verlo, sin embargo, tenés que leer entre las líneas y notar todos los giros y matices.

—El libro más famoso de Maquiavelo es “El Príncipe”. ¿De qué se trata y por qué debería leerse hoy?

—Se trata de cómo los individuos ambiciosos que quieren conseguir y mantener el poder político pueden hacer eso. Parece ser un libro de consejos que pone al revés todos los libros de consejos habituales para líderes, que les dicen que sean justos y honorables. Al contrario, Maquiavelo dice: "Tenés que estar dispuesto a ser feroz y frío y reservado si querés salir adelante en un mundo como el nuestro".

—Pero hay una desventaja en ese tipo de crueldad, ¿no?

—Absolutamente. En realidad nos muestra cómo estas tácticas pondrán a cualquiera en apuros si se lee el libro ingenuamente y se lo toma al pie de la letra. Para los más perspicaces, está claro que está siembra todo tipo de pistas acerca de por qué no funcionará a largo plazo, aunque sin duda resulte útil a corto plazo.

—“El príncipe” es también una especie de advertencia para los ciudadanos. ¿Cuál es el mensaje?

—Está tratando de mostrar a los ciudadanos comunes las maneras en que las personas ambiciosas llegan al poder y cómo esas personas pueden parecer una solución a los problemas, pero al final sólo empeoran las cosas. Le dice a la gente: si complace a un político que promete arreglar todo sólo si se está dispuesto a darle un poco más de poder, a la larga el sufrimiento será mayor.

—Maquiavelo fue uno de los primeros en popularizar esta noción de que las percepciones importan más que la realidad, que un líder astuto debe torcer la verdad a su voluntad. Me pregunto qué pensaría de frases como "posverdad" y "hechos alternativos".

—Creo que diría: "Nada nuevo". Esto ha estado ocurriendo desde que los humanos empezaron a hacer política. Pero pensaba que los ciudadanos son más responsables que los políticos. Sí, podés sentarte y decir "Mirá Donald Trump o Vladimir Putin", o quienquiera que sea, y señalar cómo se encuentran aquí y allá y cómo eso les da una ventaja o les permite explotar ciertos temores. Pero al final del día, depende de nosotros, depende de los ciudadanos ver a través de estas manipulaciones.

Una cosa que Maquiavelo intenta hacer es hacer que los ciudadanos vean a través de los trucos que los políticos usan para conseguir salirse con la suya y para manipularlos con sumisión en una postura acrítica. Si estuviera vivo hoy supongo que repetiría todas estas advertencias y probablemente diría: "Se los dije".

—Pero Maquiavelo tenía poca fe en la capacidad de la persona promedio para notar que estaba siendo engañada. Sabía que quien forzara los hechos encontraría una audiencia entre aquellos que quisieran escuchar como cierto lo que dijese, aunque obviamente no lo fuera.

—Si alguien quiere ofrecerse como un salvador en tiempos difíciles, siempre encontrará gente que lo apoye, y le resultará más fácil adquirir ese apoyo si juega el tipo de juegos que Maquiavelo describe en “El Príncipe”, es decir, usando el engaño para convencer a la gente con fines políticos. Pero sí, no tenía ilusiones sobre la credulidad del ciudadano medio. Sin embargo, insiste en que sólo el pueblo puede defenderse de este tipo de manipulación. Simplemente advirtió que si no lo hacían, si involuntariamente se entregaban a un príncipe mentiroso, acabarían por encontrarse bajo el yugo de un líder absoluto. Y una vez que eso sucede, es demasiado tarde, ya sea ha renunciado a la libertad.

—Todo esto se vincula con las ideas de Maquiavelo acerca de por qué las democracias se enferman y declinan, que son quizás sus ideas más importantes y seguramente las más relevantes hoy en día.

—Sí. La pregunta clave para Maquiavelo, además de todos los interrogantes filosóficos sobre la naturaleza humana, es cómo defender una democracia o una república. Él pensaba que la democracia era la mejor forma de gobierno, y siempre se preguntaba por qué algunas duraban más que otras. Observaba dos grandes problemas en la base de la democracia. Uno es el partidismo, y no se refería necesariamente a la organización política partidaria, sino más bien a una sociedad que termina dividida en partes, grupos o bandos. Cuando la gente comienza a verse entre sí como rivales a muerte, como grupos con intereses divergentes y visiones de la sociedad incompatibles, no se puede sostener una democracia. La confrontación civil fue una de sus principales preocupaciones por esa razón. Cuando se mira a sociedades como Estados Unidos, Gran Bretaña y otras democracias liberales, se ven los tipos de grietas que Maquiavelo advirtió - y debería incomodarnos.

—Sus preocupaciones acerca del partidismo estaban vinculadas a otro tema contemporáneo: la desigualdad. ¿Cómo estaban vinculados y cuáles eran sus advertencias sobre las desigualdades en una democracia?

—¡Conocés a tu Maquiavelo! No era un estricto igualitario. No creía que las mejores sociedades fueran comunistas, donde se comparten todas las propiedades, pero sí pensaba que un exceso de desigualdad destruiría una democracia porque aplastaría cualquier sentido de proyecto compartido o de un compromiso compartido con valores e instituciones comunes. Cuando se llega a desigualdades grotescas del tipo que vemos hoy en los Estados Unidos, la democracia se enferma. La gente deja de hablar una con otra, deja de preocuparse por las preocupaciones del otro; las divisiones se profundizan a medida que el acceso a los recursos se hace cada vez más desigual. Maquiavelo escribió de manera constante que se tiene que mantener un equilibrio razonable entre las oportunidades sociales y el bienestar o las instituciones democráticas se derrumbarán.

—Maquiavelo era un historiador, ¿qué naciones o principados o repúblicas señaló como ejemplos? ¿Ves hoy muchos paralelos?

—Bueno, Roma era el principal ejemplo. Prestó mucha atención a la caída de la República Romana, y pensó que la decadencia de Roma estaba impulsada por el partidismo y las desigualdades. Los partidos que en Roma terminaron en guerra civil se correlacionaron más o menos con los ricos y los pobres; era una guerra de clases.

Se enfrentó exactamente a estos problemas en su propia ciudad natal, que tenía una tradición muy larga y orgullosa de tratar de ser una república bastante igualitaria, pero con el tiempo fue atraída por este tipo de divisiones internas. A medida que los ricos se hacen más ricos, tratan de ganar más poder, y cuanto más poder político ganan, más ricos se vuelven. Al mismo tiempo, los pobres se hacen más pobres. Lo que se consigue, en última instancia, es un conflicto civil. Él vio que esto sucedía en Florencia, escribió sobre cómo sucedió en Roma, y ​​pensó que las futuras democracias morirían si se fallara en inculcar estas lecciones.

—¿De qué maneras son las personas responsables de mantener la buena salud de sus democracias?

—De muchas maneras. La ciudadanía en el tiempo de Maquiavelo no involucró a tantos individuos como hoy en día, pero sus lecciones no son menos relevantes. Él pensó que la primera responsabilidad era afilar sus sentidos y notar las maneras por las cuales el poder es abusado y aquellas por las cuales los líderes se exceden y despojan con cautela libertades y estándares. Hay que prestar atención cuando los líderes empiezan a diseñar argumentos para enfrentar a un grupo de ciudadanos contra otro, cuando afirman que necesitan más poder y tienen que limitar los tribunales, cuando comienzan a socavar el imperio de la ley por conveniencia. Lo más importante para Maquiavelo siempre fue valorar el imperio de la ley, eso es lo que los ciudadanos deben hacer. Es por eso que tienen que ser cuidadosos con respecto a quién han puesto en el poder. Las democracias nunca son enteramente estables, y una vez que el estado de derecho es subvertido, es muy difícil recuperarlo. Todo lo que se necesita es un partido autoritario o dictatorial para socavar toda norma que sustente la vida democrática.

—Mucha gente ve precisamente este tipo de amenaza en la indiferencia de Donald Trump hacia el imperio de la ley.

—Y por buenas razones. Los intentos de Trump de debilitar el estado de derecho a principios de su presidencia son bastante descarados. Hasta ahora, la ley y las instituciones que la sustentan han parecido robustas. Pero Maquiavelo diría que esto no es algo con lo que se pueda contar. Las grandes instituciones no se protegen a sí mismas. En el caso de los EEUU y los ataques tempranos de Trump sobre el estado de derecho, las leyes no se protegieron a sí mismas. Fueron los individuos y las personas quienes bajaron el pie y dijeron: "No, esta cosa que estás tratando de hacer no la autorizaremos".

—Entonces, ¿cuál sería hoy el consejo de Maquiavelo para los ciudadanos democráticos?


—No den sus instituciones por garantidas. No den por garantidas sus leyes. No den el orden por garantido. Si lo hacés vas a perder tu democracia. 

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