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sábado, 23 de mayo de 2020

la vacuna


Desde Moderna, uno de los laboratorios estadounidenses que trabaja en base a ARN, estiman que para septiembre podría existir una cura para el covid-19, según esta nota del New Yorker.



A principios de abril, a medida que los casos de covid-19 y las muertes en la ciudad de Nueva York aumentaban a cifras horripilantes (a mediados de abril casi 11 mil neoyorkinos habían muerto por coronavirus), Tal Zaks, el director médico de Moderna, una compañía de biotecnología con sede en Cambridge, estaba preocupado por el tiempo. En solo tres meses, su compañía había creado una vacuna experimental contra el covid-19, y comenzó a inyectar la vacuna en humanos, bajo la guía del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas (Niaid), en un ensayo clínico de Fase I que involucró a cuarenta y cinco hombres y mujeres sanos. Este tipo de velocidad en el desarrollo de vacunas no tenía precedentes, y provenía en gran medida de una tecnología biomédica revolucionaria –y, sin embargo, no probada a gran escala–, detrás de la vacuna de Moderna. Aun así, si hubiera alguna posibilidad de obtener la vacuna con licencia federal para luego fabricarla en cientos de millones de dosis, en doce a dieciocho meses –como lo dijo Anthony Fauci, el director del Niaid, que es la cronología más rápida posible–, Zaks sabía que la compañía tendría que poder demostrar el potencial de la vacuna, o una “expectativa de beneficio”, como él lo expresó, para este verano (julio-agosto de 2020).

Para lograr esto, Moderna tendría que demostrar tres cosas: primero, que la vacuna no causa efectos secundarios adversos significativos en las personas sanas que reciben la dosis; segundo, que la vacuna puede prevenir enfermedades en otros mamíferos, como ratones y monos; y, tercero, que la vacuna induce anticuerpos neutralizantes en la sangre de los participantes del ensayo, que se prueba agregando sangre inoculada a una placa de Petri y observar si se previene la infección del virus y mueran las células en un cultivo de tejidos. “En virología –me dijo Zaks–, generar anticuerpos neutralizantes es un buen sustituto de la capacidad que tiene el humano de protegerse de una enfermedad”. Una vez que se tienen estos resultados de la Fase I, “se convierte en una decisión judicial”, dijo. “¿Cuándo esa expectativa de beneficio se vuelve lo suficientemente fuerte como para justificar exponer a más y más personas a un riesgo desconocido?”

El 15 de mayo, Zaks recibió su respuesta en la bandeja de entrada de su correo: un informe de ciento cuarenta páginas que analizaba los resultados iniciales. Mientras leía, su sonrisa se hizo más grande. “Fue realmente tranquilizador”, dijo. Después de dos dosis, una primera inyección y una inyección de refuerzo, ocho de los participantes en el ensayo produjeron anticuerpos neutralizantes en los niveles que se observaron en la sangre de las personas que se recuperaron de covid-19. (Moderna todavía espera datos sobre los otros treinta y siete participantes del Niaid y sus socios académicos, que están llevando a cabo los experimentos peligrosos en los laboratorios de Bioseguridad Nivel 3). En todo el grupo de cuarenta y cinco participantes del ensayo –todos entre los 18 y 55 años–, la vacuna era segura y tolerada, casi sin efectos secundarios adversos. Entre los dos grupos de dosificación más baja, una persona tenía algo de enrojecimiento alrededor del sitio de inyección y, en el grupo de dosificación alta, tres personas experimentaron síntomas leves similares a la gripe de corta duración. En ratones, la vacuna proporcionó protección completa contra la replicación viral en los pulmones, que los investigadores probaron al administrar la vacuna a los ratones para infectarlos luego con el virus. (Los científicos colocan una pequeña gota de líquido lleno de virus sobre las fosas nasales del ratón. Ensayos similares están a punto de realizarse en macacos mulatta).

Con estos resultados, Moderna y el Niaid podrían continuar con su ambicioso y extendido plan para comenzar los ensayos de Fase II casi de inmediato en seiscientos participantes, sin límite de edad máxima y luego, en julio, comenzar los ensayos de eficacia de Fase III, que probablemente involucrarán a más de diez mil personas. Después de terminar su revisión del informe, Zaks ya estaba en una llamada con otros ejecutivos y científicos de Moderna, y también con investigadores de Niaid. “La excitación era palpable”, me dijo en una videollamada el lunes, todavía sonriente, con una corbata roja como la sangre. “Hubo aplausos”. Pero enfatizó que aún quedaba un largo camino por recorrer. Los ratones no son humanos. “Tengo que decir que el grado de emoción es el mismo que el grado o sentido de responsabilidad”, dijo Zaks. “Ahora tenemos que hacer bien lo que sigue. Depende de nosotros”.

Stéphane Bancel, el gerente de Moderna, dijo la semana pasada que, a la espera de los resultados del ensayo de eficacia de Fase III este verano, la vacuna podría estar lista para su aprobación y licencia ni bien llegue el otoño (septiembre de 2020). En el ensayo de Fase III, un grupo recibirá un placebo y otro recibirá la vacuna. Todos tienen las mismas precauciones para evitar infecciones. Luego, los investigadores tienen que esperar a que las personas tropiecen con el virus o se infecten; una vez que haya muchos más casos entre el grupo de placebo –lo que probaría que la vacuna está funcionando–, una junta de revisión independiente analizará los datos y decidirá si el ensayo alcanzó su meta. “El mayor riesgo es la rapidez con que infectamos a suficientes personas para tener datos significativos”, dijo Zaks. “Diseñar la versión de prueba y elegir el lugar adecuado para ejecutarla va a ser ahora la clave “.

La ciudad de Nueva York, donde probablemente habrá una circulación comunitaria del virus este verano, es uno de los lugares bajo consideración. Zaks aún no pudo confirmar cuántos casos de infección serían necesarios para demostrar que la vacuna es efectiva. A menudo, en este tipo de ensayos de Fase III, los investigadores y los reguladores quieren tener entre sesenta y cien casos de infección con síntomas clínicos (del tipo que hace que una persona vaya al médico) en el grupo de placebo. Idealmente, habría cero casos de infección entre el grupo vacunado. “Cincuenta a cero sería genial. Treinta a cero sería bueno “, dijo Zaks. “Cuanto mayor sea la proporción, más pronto podremos demostrar que, de hecho, es una diferencia estadísticamente significativa y, por lo tanto, acertamos”. Pero la mayoría de las vacunas no son cien por ciento efectivas. “Incluso la eficacia del cincuenta por ciento o setenta por ciento sería útil aquí”, dijo Barney Graham, subdirector del Centro de Investigación de Vacunas del Niaid, quien estuvo profundamente involucrado con el desarrollo de la vacuna Moderna y los ensayos clínicos.

Por lo general, el desarrollo de una vacuna lleva una década o más, y la probabilidad estadística de fracaso, históricamente, es más del noventa por ciento. Pero Moderna, que se fundó hace una década, ha invertido miles de millones para crear vacunas (y también medicamentos terapéuticos) utilizando el ARN mensajero que es, esencialmente, el código –como los ceros y unos de la informática–, que les enseña a las células a construir nuevas proteínas (es decir, cómo reproducir la vida). Para fabricar estas vacunas, todo lo que los investigadores de Moderna necesitan saber es la secuencia genética a nivel atómico –el ARN mensajero– de la proteína que se requiere que creen nuestros cuerpos. Todo lo demás sobre la vacuna –la cadena de suministro. las enzimas y los ácidos nucleicos, los lípidos, los plásticos y los procesos de distribución (purificación, pruebas de estabilidad e integridad de la vacuna)– es lo mismo que para cualquiera de las otras vacunas. Por eso pueden moverse tan rápido. Con este coronavirus, el ARNm de la vacuna instruye a nuestras células para que produzcan la proteína espiga ahora famosa, la parte del virus que es particularmente experta en unirse a nuestras células, lo que provoca que nuestro sistema inmunitario cree anticuerpos que puedan desarmarla. La compañía probó algo de su propia capacidad de fabricación, lo que le permitió hacer las primeras dosis. En abril, la Autoridad de Investigación y Desarrollo Biomédico Avanzado de EEUU (Barda) otorgó a la empresa casi quinientos millones de dólares para acelerar el desarrollo y, el 1 de mayo, Moderna anunció que colaboraría con Lonza, una empresa multinacional suiza de productos químicos y biotecnológicos, para fabricar hasta mil millones de dosis de la vacuna contra el coronavirus en 2021.

Aún así, esta vacuna será la primera de Moderna en entrar en ensayos de Fase III, una primicia histórica para las vacunas y terapias de ARNm. Fauci, durante su testimonio en el Senado del 12 de mayo, dijo: “No hay garantía de que la vacuna sea efectiva”. También señaló que ha habido al menos dos vacunas en el pasado que tuvieron efectos adversos; las vacunas indujeron el tipo incorrecto de anticuerpos y las personas expuestas al virus enfermaron más gravemente. Eso es poco probable en este caso, dijo Zaks, gracias a años de investigación de Barney Graham y otros en el Centro de Investigación de Vacunas. Pero sigue siendo una posibilidad teórica. En esta etapa, casi cualquier cosa podría suceder. Para Moderna, habrá presión de todos los lados –la crisis de la pandemia en sí, la administración Trump, una economía deprimida– para demostrar en breve que la vacuna funciona. A pesar de la primera ronda de evidencia prometedora, Zaks sabe que la compañía debe esperar la prueba. “Habrá una tensión entre nuestra capacidad para generar datos de seguridad y eficacia y nuestro deseo de usar la vacuna a medida que aumentamos la fabricación”, dijo. “Vamos a tener un montón de vacunas antes de tener datos reales que demuestren su perfil de seguridad y beneficio”. Para un mundo desesperado, la espera será dolorosa.


* Se respetaron todos los hipervínculos de la edición original en inglés (en negritas en el texto), que puede leerse acá.

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