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"I don't want to belong to any club that will accept people like me as a member." Groucho Marx en Groucho and Me (1959).

domingo, 5 de febrero de 2012

au revoir

Con el Renault 12 fuimos a San Luis, a la costa de Rocha, a Paysandú, Uruguay; a Colón, Victoria, Camps y Diamante, Entre Ríos; a Buenos Aires; a San Nicolás; a La Lucila; a Zavalla, Casilda, Mugueta (toda la ruta familiar) y a lugares que hoy no recuerdo. La única vez que tuvo un percance en ruta se le había tapado el filtro de nafta, y tuvo el decoro de detenerse en una estación de servicio, sobre la Panamericana. Leo cosas fantásticas sobre el R12 y entiendo que son todas reales. Aprendí a tocarle el acelerador, a conectar el cable que va del burro de arranque al encendido, bajo el carburador, aprendí, entre otras cosas, a llevar a mi familia de vacaciones y a hacer los trámites de la ciudad que exigen un viaje. Me robaron el equipo de música, la batería, la auxiliar y una vez, pensando que abrí mi R12, me metí en otro, hasta más cómodo y más nuevo.
Aún la imagen del matrimonio es un atardecer, caerca de la entrada de San Nicolás, en la que mi esposa me cebaba mates y hablábamos de nuestras cosas, mientras mi hija dormía en el asiento de atrás. 
Mi hija aprendió a cebarme mates, una vez que volvíamos a Rosario; mi hijo se subió a este auto, dos días después de nacer, para ir a casa.
Mi hija, recuerdo, salió un día de la puerta de casa para ir al jardín, verano todavía, hacía unos pocos días que habíamos vuelto de La Paloma, y corrió hacia el auto que estaba estacionado contra el cordón, con los brazos abiertos, como si quisiera abrazarlo, y dijo "¡autito!" Y recuerdo que me dije que algo mío, algo que debí haberle transmitido, había en ese diminutivo lleno de cariño.

No me gusta hacer una prosopopeya del auto, pero hay que decir que parte de mí se va en esa masa gris que tantas veces dejé abandonada y observé con pena, como una prenda amorosa con la que se quiere arrancar una lágrima que haga más cierto el amor.
No habrá otro igual, querido Renault 12.

Una hora y media más tarde

Me llega este mensaje a través de Facebook: 
Gabi Chaia
«Au revoir... Mis saludos al R12.
PD: que también nos ha alojado en varias oportunidades... te relato: me trajo el día que fueron hasta Arroyo Seco el día que tenías que hacer la famosa inspección... los recorridos a la salida de plástica... o en ocasión de algún evento de las chicas... Pasar de casualidad por delante de tu casa y mirar a ver si estaba el bicho gris, a ver si estaban Uds... Todo eso.»
Es cierto lo que dice Gabi, el auto es también una señal y en este sencillo ritual de despedida entran quienes llegaron hasta nosotros precisamente en auto. Una milagrosa y cotidiana constelación de amigos, parientes, caben en el "bicho gris", como si su figura, al fin y al cabo, nos dibujara algo, algo tan propio como el espacio que llevamos para alojar afectos.
 

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