Bien, esos eran los Redondos, los incidentes que terminaron con la vida de dos personas en Olavarría y dejaron una docena de heridos el sábado pasado tuvieron como principal protagonista al ex líder de la banda.
Foto de DyN/El Popular de Olavarría (tomada de La Nación).
Pero nos interesa señalar, en principio, esta suerte de rulo, esta figura del pasado inmediato que se parece a una serpiente que se muerde la cola: la semana pasada comenzó con una movilización docente, siguió con una marcha de la CGT que convocó a una cantidad de manifestantes inédita desde los años 80 (un estimado de 250 mil personas) y terminó con una rebelión de las bases que pedían la cabeza de los dirigentes por no definir la fecha de un paro general. El miércoles siguiente, la movilización por el Día de la Mujer reunió en distintas ciudades del país una cantidad impresionante de manifestantes que volvieron a hacer reclamos de clase.
La calle volvió a ser un lugar de disputa y ejercicio de la política, con cientos de miles de personas movilizadas.
El recital del Indio Solari en Olavarría, el sábado último, reunió casi el doble de gente que la marcha de la CGT, según estimaciones que llegan a la cuenta de 500 mil seguidores del Indio movilizados. Las dos muertes y los heridos que hoy deshacen la fiesta de ese recital –además de los disturbios debidos a la mala organización: Olavarría vio superada al menos dos veces su población– es, en la enumeración que estamos ensayando acá, una suerte de "vuelta a la normalidad" que se lee en las declaraciones del presidente Macri: "Esto es lo que sucede cuando uno pasa por arriba de las normas". Nuevamente, el cinismo: el tipo que se hizo su fortuna y la engrosa gracias a la estatización de su deuda privada se da el lujo de señalar el debido respeto de las normas. Con esa sentencia, acaso sincera, transparenta su pensamiento: el mal es producto de uno o más individuos que no supieron atenerse a las normas, como si se tratara de un negocio que salió mal.
No quiero llamar tragedia a lo que sucedió en Olavarría –porque la tragedia exige una "unidad" de sentido comunitaria y este incidente está lejos de proveerla–, pero tampoco puedo olvidar el dolor de los deudos de las víctimas. Digamos que el incidente de Olavarría le devuelve al régimen macrista la foto que el régimen deseaba (encima, con los fantasmas del gobierno anterior y hasta con algunos zombies K merodeando la escena), la de la movilización convertida en una decisión individual, privada. En ese sentido, y volviendo al libro que mencionamos al principio, Olavarría pareció ofrecerle al Indio el océano de gente ideal para que le líder de los Redonditos claudicara en su deber de "fugar de lo que la época tenía para ofrecer".
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