Pocas cosas envejecen tan rápido
como el futuro. Es cierto lo que dice Guillermo
Piro, Julio Verne debería ser considerado un autor de “política
ficción”: en su época estaba “notablemente familiarizado con el conjunto de
las tensiones políticas del planeta”. Pero de alguna forma muchos escritores de
ciencia ficción lo estuvieron. Y cito tres casos que nos interesan: Philip
K. Dick, J.G.
Ballard y Cordwainer
Smith (este último, seudónimo de Paul Lineberger, especialista en guerra
psicológica norteamericano). El futuro de Dick y de Ballard, más allá de
algunas ambientaciones espaciales del primero, es ni más ni menos que el
actual, el del mundo sumergido: en Dick, la sumersión en lo que llamamos
virtualidad; en Ballard –su segunda novela se llamó The Drowned World: El mundo
sumergido, literalmente, ahogado–, el hundimiento en “la quietud terminal
de mundo satisfecho” (la descripción es de Marcelo
Cohen). Cordwainer Smith (1913-1966), en cambio, es una rara avis, con un
futuro que aún sigue siendo futuro, es decir, conserva cierta promesa
irrealizada, incluso corrida de esa cosa decimonónica que confundía futuro con
progreso. De todos modos, su procedimiento es el de tantos fabulistas, sitúa
sus historias en lo remoto del porvenir, catorce mil años allá adelante, cuando
la humanidad se ha lanzado a la conquista definitiva y total del universo. Lo
que nos inquieta de semejante fábula no es tanto la epopeya futurista (nuestro
autor despliega su obra de modo elíptico y fragmentario, a través de cuentos
que saltan de un a otro milenio), sino algunos detalles, por ejemplo, que para
tamaña aventura el hombre deba mutar, unirse al animal como en los tiempos
primigenios.
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