Como el jubilado
de 91 años que se quitó la vida en la sede de Anses de Mar del Plata el
jueves último, Mark
Fisher también se suicidó este año en Gran Bretaña, donde vivía y había
nacido, sólo que no había cumplido los 50 y todos esperábamos aún de él otros
grandes libros, además de Realismo capitalista.
El suicidio, claro, es algo difícil de atribuir
al capitalismo. Fisher había escrito mucho sobre este asunto, por ejemplo, publicó en
2013 un texto sobre su depresión: “Escribir sobre la propia depresión es
difícil. La depresión está en parte constituida por una voz ‘interior’ que te
acusa de auto-indulgencia –no estás deprimido, solo sentís lástima por vos
mismo, calmate– y esta voz es susceptible de ser activada cuando hacés pública
tu condición. Por supuesto, esta voz no es una voz ‘interior’ en absoluto; es
la expresión internalizada de fuerzas sociales reales, y tienen un interés particular
en negar cualquier conexión entre la depresión y la política.”
El estado gerencialista que impulsa la
administración del gobierno actual necesita eso: que la vida de cada ciudadano
pueda ser medida como una mercancía. La burocracia resulta así una herramienta
pedagógica: un viejo de 90 años aprende en un día perdido y lleno de planillas
que si dispone de todo ese día para perderlo en trámites, su tiempo, que es su
mercancía, es insignificante.
Es cierto, como dicen los economistas: el
dinero que la administración macrista perdió al condonarle impuestos a los
sectores más ricos y concentrados de la economía (mineras, exportadores de
granos), debe recuperarlo quitándole derechos a los pobres (medicamentos,
cobertura de salud, fondos de pensión). Pero esa es una ecuación económica
hasta ahora intrascendente: unos cientos o miles de millones de pesos que
apenas cuentan frente a los miles de millones de dólares de la deuda que se
fugan al exterior.
La burocracia es ejemplar. Como le decía un
agente de la Gestapo estalinista a su víctima en el primer episodio de la
tercera temporada de la
serie Fargo: “Si usted dice que
lo que digo es mentira, significa que el Estado se equivocó. Y, como usted
sabe, el Estado nunca se equivoca”.
Y se trata de un Estado inequívoco porque
es un Estado sin Historia. La base de sustentabilidad del neoliberalismo que
encarna el gobierno de Mauricio Macri es, precisamente, la negación de la
Historia: lo que sucedió siempre –el saqueo de un grupo de zátrapas que se
enriquecen a costa de que los pobres paguen sus deudas (las de los
privilegiados)– es presentado como una novedad. Eso debe reproducirse en cada
individuo y el área encargada de esa pedagogía es la burocracia: cada individuo
se enfrenta ante el Estado sin historia. Debe probar que cada año de aporte es
el que ya declaró, que su esposo o esposa está muerto, que es quien es. Todo
eso el Estado lo olvidó. Olvidó que es un discapacitado, olvidó que debe
consumir medicamentos crónicos –desde insulina a remedios para la
hipertensión–, olvidó quién es.
Volvamos a Fisher: según lo relata en
una entrevista, es al analizar la burocracia –la de la educación, pero
también la de los call centers que tramitan un reclamo– cuando comienza a
definir el concepto de “realismo capitalista”. Dice: “Gradualmente me di cuenta
que éste tipo de actividades (la burocracia) no eran solamente un gasto de
tiempo –su aceptación cumplía una función ritualista. Hacer las cosas
mecánicamente y sin interés, hablar con la retórica de los negocios incluso a
pesar de que uno no crea en ella: todo esto era crucial para imponer un marco
ideológico. Así que llamé a este marco ideológico realismo capitalista, en
parte porque el argumento para hacer estas cosas desde el nivel de la administración
era que resistirlas no tenía sentido; la única cosa ‘realista’ que se podía
hacer, si uno quería mantener su trabajo, era seguirles la corriente. Pero
luego comencé a ver los efectos del realismo capitalista en todos lados: no
solamente en el trabajo o en la política, sino también en el clima afectivo de
las sociedades neoliberales, a las cuales vi caracterizadas por una depresión
hedónica: había muchas nuevas posibilidades de placer, pero, en vez de ser una
alternativa a la melancolía, alimentaban una especie de abatimiento nuevo y
completamente ubicuo”.
La burocracia es así el ritual por el cual una
mujer, un hombre es bautizado como mercancía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los comentarios se moderan, pero serán siempre publicados mientras incluyan una firma real.