El circo tenía un tren
que iba de pueblo en pueblo
y paraba en cada andén,
entre nubes de humo negro.
Y a los chicos convocaba
a través de un altavoz.
En el circo había un payaso
con un sólo tirador
y todo el mundo se reía
cuando perdía el pantalón.
El circo era tan pobre
que el único acomodador
vendía las entradas,
animaba la función;
también era el maquinista
y hacía de domador.
Domaba una jirafa
y un elefante panzón,
y les contaba cuentos
a la noche en el vagón.
El maquinista del circo
Un pañuelo rojo al cuello
en el bolsillo un reloj;
el maquinista del circo
ha terminado la función.
Volverá desde muy lejos
haciendo silbar el tren
y los niños muy contentos
lo esperarán en el andén.
El payaso del circo
Usaba un moño amarillo
y en el sombrero, una flor.
Bajo el alero, el flequillo
era anaranjado y chillón.
El payaso del circo
cantaba una dulce canción
que aprendió cuando era chico
en el país de la ilusión,
que es un país de payasos
con edificios de cartón.
El elefante del circo
El elefante soñaba
con las sierras cordobesas
y en su sueño caminaba
esquivando las malezas.
En el sueño iba pensando:
Qué hago acá, me siento extraño,
cuando vió que allá adelante
había otro elefante.
Siguieron avanzando
y así, entre las sierras,
se fueron encontrando
y armaron una orquesta...
Elefantes Serranos
Cuenta Cuchipe:
En aquél viaje a las sierras,
con mamá, papá y abuelos,
me llevaron de paseo
por caminitos de tierra.
Vi senderos y vi arroyos,
de arena color del oro,
vi peces, vi hasta un mono;
perros, gallinas y pollos.
El auto subió y bajó
por rutas color del coque,
y un mediodía llegó
hasta el dique San Roque.
Y allí conocí una llama,
no tenía más de un año;
unos hombres la cuidaban,
olvidada del rebaño.
«Una foto con la nena»,
dijeron aquellos hombres.
«Ahora no, cuando despierte»,
dijo mi madre con pena.
Dimos una larga vuelta;
compramos dulces y un mate
y al llegar a aquella parte
la llama estaba despierta.
«Yo soy Sonia, cuando duermo»,
dijo entonces la llama,
«tengo siempre el mismo sueño
y despierto asustada.»
«Avanzo por un camino
muy angosto, allá en la sierra,
que si el paso descuido,
ruedo abajo como piedra.»
«Entonces veo, frente a mí,
una orquesta de elefantes
que avanzan muy campantes
sin fijarse que estoy allí.»
«Hago señas, grito “¡paren!”,
y aunque corren, ríen, bailan;
ni me escuchan ni se caen
y es horrible lo que cantan.»
«Y ya van a pisarme
o el abismo va a tragarme,
nada puede consolarme
cuando logro despertarme.»
Y esa ha sido la historia,
según puedo recordarla,
de la pequeña Sonia,
y un viaje en Semana Santa.
El Capitán Tristeza
El Capitán Tristeza
vuela como colgado
de una capa turquesa,
en el cielo encapotado.
El Capitán Tristeza
es un galgo cimarrón,
que no usa camistea
pero usa pantalón.
El Capitán Tristeza
ha nacido en Uruguay:
un país donde se empieza
contando lo que no hay.
El Capitán Tristeza
defiende a los más chiquitos
y a la cucha regresa
contento por un ratito.
El Capitán Tristeza
era un perro callejero
al que amargó una promesa
un día, en Montevideo.
El Capitán Tristeza
cruzó el Río de la Plata,
una noche sin estrellas
en un barquito de lata.
Al Capitán Tristeza
lo secuestró un día un ovni
y allí adquirió su destreza
para ayudar a los hombres.
El Capitán Tristeza
tiene superpoderes;
y el poder también lo aleja
de lo que puede y no quiere...
El Capitán Tristeza
se acongoja entre sus sueños:
toda su fortaleza
no puede contra el recuerdo.
El Capitán Tristeza
oye que alguien pide ayuda;
recupera su entereza
y apechuga con ternura.
Milonga para una casa de sombras
Como bruma en el camino
flota una casa sin nombre
que se aparece si un niño
la llama con voz de hombre.
La casa, que es gris y oscura,
parece triste y vacía.
Mueve el viento celosías
y chifla en las rajaduras.
Pero si se observa bien,
se ve una ronda de sombras
que echan todas a correr
cuando la luz las prolonga.
No quiero asustar gurises
al cantar esta milonga,
pero es mi deber que avise
que es bravo ese antro de sombras.
Según cuenta la leyenda,
la casa fue un día hermosa
y brillaba esplendorosa
allá al final de una senda.
De noche en el caminito
un bandido enterró a un hombre
que no había sido bendito.
La casa se esfumó entonces.
Desde esa noche ahí adentro
las sombras pierden sus dueños
y andan temblando en el viento
prisioneras de un mal sueño.
Si anda usted por la autopista
y tiene la mala suerte
de hallar la casa maldita,
siga de largo y no entre.
Y si al pasar por la casa
ve que su sombra se escapa,
ofrézcale una caricia
hecha de aliento y de risas.
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