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jueves, 14 de abril de 2011

el espacio exterior

Leo que el nombre clave de Yuri Gagarin durante el vuelo espacial que realizó el 12 de junio de 1961 alrededor de la Tierra era "cedro". Y pienso enseguida que "cedro" me recuerda a Cernan, que es el apellido del último hombre que pisó la Luna, Eugene Cernan, casi once años más tarde. Me digo que la Historia, para no quemarnos el bocho, gusta de esas pequeñas simetrías, que vienen a dibujar una suerte de camino, que acaso no nos conduce a ningún lado, pero ofrecen una senda, hacen de guía y en esa guía nos damos espacio y tiempo para construirnos una meta.
 Tomado de Wikimedia Commons.

Quería anotar acaso unas apostillas a mi nota sobre la Luna, que al fin y al cabo serían como apostillas a cosas que ya dijeron otros. Es que este 12 de abril último seguí como ajeno la efeméride, por radio primero, por Facebook después.
Hasta que leí, ahí en Facebook, un comentario a una entrada de la poeta mexicana Enzia Verduchi —a quien conocí en el último Festival de Poesía de Rosario—: Jorge Histerésico —incorporado a mi lista de amigos en la red social—, locutor y traductor mexicano, ponía que había estado con Cernan unos tres años atrás. Ponía: "Hace como tres años tuve oportunidad de platicar con Gene Cernan, conocido como el último hombre que pisó la Luna. Me dijo: «Sé que existen el infinito y la nada por que los vi de frente. Y fui en una nave que llevaba a bordo menos tecnología que la de tu teléfono celular»".
Y aquí viene la cuestión —difícil de fundamentar y sostener—: lo que me mantuvo en cierto vilo, aunque distante, de esa efeméride (50 años de Gagarin en el espacio), no era sólo el viejo sueño con el que fue educada mi generación (la conquista del espacio, pisar la luna, etcétera que, a todo esto, hay que señalarlo, tal como cito a Ballard en aquella nota, una conquista como la del Oeste, con unos carromatos semejantes a las antiguas carretas), sino ese detalle tecnológico que parece vino a socavar ese sueño. Es decir, la tecnología, aplicada a los celulares, las computadoras, la web, es también una conquista del tiempo y el espacio —cfr. Paul Virilio—; pero es también una conquista virtual, desorientada, como diría Virilio, que nos convierte, a la larga en avatares del sueño irrealizado, como si nuestra existencia toda fuera el asomo de otra que quedó allá, en ese fuera de campo del viaje espacial que inauguró nuestra infancia. 
 Cernan en la Luna y, de fondo, "La canica azul". Foto de Genecernan.com.

Porque es eso lo que Cernan —y hay que entrar a la página del astronauta y leer la última intervención en el Congreso cuando defiende el presupuesto para la "exploración" espacial y no la "explotación": es el Capitán Kirk, con la consigna del Enterprise y todo— le dice también a Histerésico: "Toda ese periplo espacial cabe ahora en tu teléfono celular".

De las visiones del espacio que he leído en litearatura —y que acaso no sean tantas—, la más fascinante me sigue pareciendo la de Cordwainer Smith —a lo que hay que agregar el estudio que le dedicara Pablo Capanna—: un espacio vivo, amenazante, cuya conquista, en una saga que se extiende por milenios (y a la que sólo accedemos mediante pequeños fragmentos que son los cuentos de Smith), termina volviéndose "virtual": los hombres ya no atraviesan los inconmensurables espacios estelares, sino que su peripecia es algo así como mental. Pero, además, la conquista de ese espacio que tiene en sus profundidades unas especies de serpientes de oscuridad —dragones, les llaman—, exige al hombre una "asociación", un reencuentro biológico con especies animales capaces de percibir esas presencias que ningún instrumento detecta. Por ese camino —que resumido en estas líneas puede sonar absurdo—, el hombre deja de ser la única especie dominante en la Tierra —en el mundo— y ya no camina solo.
Eso quería decir, sobre Yuri Gagarin —de quien se esperaba que muriera en ese viaje—, de Cernan —cuyo Apolo 17 era ya un artefacto del pasado cuando llegó a la Luna—, que acaso caminaron solos y, a pesar suyo y a pesar de su grandeza, nos legaron su soledad.

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