La entrevista se publicó este domingo en Tiempo Argentino. Gracias Ivana. Alberto Fuguet me escribió el 24 —anteayer—, aclarándome una inquietud que le había transmitido cuando preparaba la entrevista: Ariel, el protagonista de Velódromo, habla tan rápido que no entiendo si dice "Me encargan los prólogos" o "Me cargan los prólogos", en cualquiera de los dos casos significa que detesta los prólogos, según la jerigonza santiaguina. Bueno, en la nota de Tiempo quedó "encargan", en la carta del 24 Alberto me dice que mi interpretación es correcta, pero que es "cargan". Eso.
En el Centro Cultural Parque de España de Rosario, a donde llegó Alberto Fuguet para participar del Primer Encuentro de Literaturas Americanas, le dieron entre otros libros Rosario ilustrada, una especie de mapa de la Rosario que imaginaron, fragmentariamente, unos ochenta autores seleccionados por Nora Avaro, Martín Prieto y Pedro Cantini. Fuguet me dice que se sorprende de saber que Raymond Carver estuvo en la ciudad. Leyó el texto en el que el autor de Catedral refiere su paso por el Jockey Club. También, la escena de Viajes con mi tía en la que Graham Greene cuenta que estuvo estacionado en un barco en la orilla del Paraná. Mientras el taxi enfila por calle Sarmiento, hacia el bar El Cairo, Fuguet pregunta por el Palacio Fuentes, que aparece descripto por César Aira en una página de aquél libro. El edificio, que lleva el nombre del terrateniente santafesino que lo mandó construir a principios del siglo 20, se alza frente al bar. El escritor lo mira un rato, escucha la breve e improvisada historia que sé y le cuento y nos metemos en El Cairo, del que también oyó hablar y quiere conocer.
Un sábado a la mañana el bar es una máquina de ruidos. El mismo César Aira, que el día anterior estuvo en el Encuentro, entra en un momento con su esposa y se sienta en una de las mesas cercanas a la puerta. Como vinimos hablando de Aira en el camino no sé si decirle a Fuguet, que lo tiene a sus espaldas, como a quince metros, que allá está. Pero Fuguet habla y habla, y me da no sé qué interrumpirlo.
Acabo de leer Missing con fascinación. “En dos días la leí”, le digo a Fuguet después de que su compatriota Luis Cárcamo-Huechante nos presentara. Había leído hace mucho los cuentos de Sobredosis, pero nada más. Missing es muchas cosas: una crónica, una novela familiar, un testimonio, un equívoco. El libro tiene esa cosa ladeada: el título alude, de costado, a la célebre película de Costa-Gavras del 81, la que vino a mostrar lo que sucedía en el Chile de la dictadura pinochetista. El libro trata de alguien que se perdió, que desaparece: Carlos Fuguet, pero esto es en Estados Unidos y por la época en que Costa-Gavras estrenaba su película financiada por Hollywood y protagonizada por Jack Lemmon. Y Carlos, claro, es tío de Alberto: todos chilenos. Bueno, eso le digo a Fuguet, que Missing tiene esa cosa ladeada, como si abordara todo desde un costado: la historia, pero también el género: ¿novela, crónica, testimonio?
Pero Fuguet sigue con Rosario. “Esta ciudad es el oeste”, me dice. Entiendo que lo del oeste tiene una acepción más bien metafórica: una ciudad que no es el centro, de algún modo periférica. El modo de hablar de Fuguet es el del prologuista: anuncia algo, devela sus secretos, siembra expectativas, pero ese anuncio ya es un argumento y construye un diálogo.
Un par de días después de encontrarnos descargo a sugerencia del mismo Fuguet su película Velódromo (está on line en bazuca.com): “Me cargan (me fastidian) los prólogos —dice su personaje Ariel Roth—, claro que para un prólogo necesitamos una historia, y no sé si hay mucha aquí”. ¿No es el mismo Fuguet el que se pregunta cuánta historia tiene para contar? Escribe en Missing: “Me transformé en escritor (en alguien que vive en la cabeza, que se dedica a crear aunque sea anécdotas o artículos o posts o cortos) porque perdí un país pero, sobre todo, porque perdí un idioma”. Me había dicho en el taxi: “Lo que me interesa es llegar a la mayor cantidad de lectores posible”. De hecho, llegó a su tío perdido.
Le menciono entonces sus procedimientos: el uso deliberado de referencias generacionales como la música —la canción country, sobre todo—, el cine, las lecturas azarosas, todo un mapa, un recorrido pop que funciona como un escenario, y una escritura que no teme ser íntima, o perderse. “Hay que tener cuidado de saber cuáles son tus temas, no hay que saber tanto de uno”, me dice. Y también: “Creo en los libros o los escritores que te dan ganas de escribir, que son entrenadores, ya que estamos en la tierra de (Marcelo) Bielsa. No hay mejor halago que la imitación, o el plagio, porque todos los libros uno los hace robando otros libros”.
—Pero tu libro, Missing, roba sobre todo recursos, porque la historia se parece por momentos a un testimonio.
—Ahora que conozco actores, directores, escritores, creo que es impresionante cómo la obra se parece al autor. Por eso los libros aburridos tienden a ser hechos por gente aburrida o cobarde, libros no resueltos. Por ejemplo, los escritos por gente muy culta, que ha ido a estudiar a la UBA y ha leído todo, y quiere escribir pero a lo mejor no puede contar su historia, y terminan siendo libros bonitos, quizás con buena prosa, hasta tienen buena recepción en España, acaso en la editorial Anagrama —ese sábado a la tarde, en el Centro Cultural Parque de España, cuando el editor catalán Ignacio Echevarría dice que quien iba a estar en su lugar era Jorge Herralde, Fuguet se alegra efusivamente, sentado entre el público y me dice que no simpatiza nada con Herralde.
—¿Es cierta esa anécdota que dice que asistías al taller literario de José Donoso y cuando escribiste sobre tu vida en un suburbio de Los Ángeles, California, te dijo que no podía haber literatura en un suburbio angelino, que si al menos hubiera sido en el Bronx?
—Ahí está mi carrera literaria resumida en una palabra.
—¿Construir el suburbio de Los Ángeles que Donoso te dijo que no podía ser literario?
—Claro, él me dijo que yo no era escritor, lo que habla bien de mí. Él, siendo mucho más famoso de lo que jamás voy a serlo yo, le dice a un chico de veinte y tantos años que no tiene capacidad creativa. O que no tiene un mundo artístico. Y también te dice que uno escribe con su memoria, más allá de su inteligencia y su cultura, y no con su avatar, con la memoria de otro.
—¿Cómo es lo del avatar?
—Me cuesta mucho y admiro, irónicamente, a aquellos escritores que pueden escribir sobre cosas que no les interesan. Que tienen que involucrarse e investigan. Novelas históricas, por ejemplo. O mira García Márquez: yo siento que García Márquez era un chico de pueblo, me parece normal que haya escrito Cien años de soledad, pero después de eso era un periodista de la ciudad grande, de Bogotá, un viajero. Vivió en Barcelona, en México, en París, y me parece que su vida personal es muy distinta al mundo que escribe. En cambio me gusta mucho su hijo (Rodrigo García), ¿viste la serie In treatment (Analízame)? La hace el hijo de García Márquez y me parece mucho más interesante que García Márquez, además el hijo es colombiano, es mexicano, hace 20 años que vive en Hollywood, habla cinco o seis idiomas, es un niño rico. Es decir, yo lo considero un autor, porque alguien que hace televisión es un narrador. Me parece que la descripción que hace In treatment de Los Ángeles puede llegar más lejos que El amor en tiempos del cólera. Además, que un colombiano-mexicano se meta a de esa manera a contar la intimidad norteamericana hace que el tema termine siendo universal, en cambio Cien años de soledad es muy latinoamericana, pero termina siendo tan rara que uno la lee como un cuento de hadas, ¿no?
—Missing ofrece un recorrido, un retrato de los Estados Unidos (más allá de que se quiera o no retratar el país) que vuelve familiar a Los Ángeles con sólo describir un departamento, una esquina. Y todo esto se hace echando mano a la cultura “pulp”, popular y barata.
—Es que he visto muchas películas, como París Texas, las de Jeff Bridges. Ahora, ¿cuál es la gracia de esa cultura?, que toda esa gente que hizo ese arte pulp, el mismo Jeff Bridges, nunca miente, mientras que acá en América Latina todo el mundo miente. Por miedo, por la familia, porque acá la cultura es una manera de subir de status, de ganar el premio Cervantes. Acá un escritor rosarino es alguien más bien importante, cuyo nombre puede ponerse a una calle. En Estados Unidos es alguien que gana poco dinero, entonces el arte no está tan sobrevalorado. Hay mucho artista en América Latina. En Estados Unidos hay mucho arte hecho por gente muy básica: pobre, de familias muy disfuncionales, o gente que ha tenido trabajos que nunca un escritor latinoamericano va a tener en su vida. Por ejemplo, Johnny Cash, gente que estuvo presa. Y no digo que todo el mundo mienta acá, pero hay una cultura. El mismo Manuel Puig, que tuvo sus detractores, hablaba de su lugar, de su pueblo de mierda y todo eso. Y me parece que a la larga es más universal Puig que García Márquez.
—En Missing, como distraídamente, hacés cuentas con algunos de los grandes nombres chilenos contemporáneos, así como está la anécdota de Donoso, mencionás un taller con Antonio Skármeta. Y al mostrarnos Estados Unidos reconocemos canciones, películas y libros. ¿Lo chileno también aparece como un producto de la cultura, de cierta cultura pop armada en torno a nombres?
—Bueno, si yo tuviera muy claro lo que iba a escribir no lo hubiese escrito, porque no me hubiera atrevido. Pero es que yo quería escribir un libro sobre cómo se escribe un libro, una especie de making of, como si el libro medio no estuviera ahí, el libro va a venir después. Bueno, incluso hay making ofs que son mejores que las películas. A mí me parece una obra maestra Apocalypse Now, pero el libro de la mujer (Eleonore Coppola), Heart of Darkness, es casi tan bueno como la película. Y sin duda me parece que es mucho mejor el documental sobre Fitzcarraldo que la película, que está filmada en Iquitos, donde la calle principal se llama Fitzcarraldo.
—El libro tiene también un plus, aquello de la literatura o la vida, el plus de que hay un encuentro real del tío y como que se plantea para cambiar una vida.
—Cuando la literatura tiene una urgencia a mí me gusta mucho, y me impresiona.
—¿Una urgencia?
—Sí, que no sea simplemente una masturbación. De muchos autores que amo, si hubiera, digamos, un apocalipsis, los libros que salvaría de ellos serían los raros, los de no ficción, o al menos pensaba así antes de hacer este libro. Y no es que me interese hacer libros de no ficción. Ahora quiero ver cómo puedo recuperar la ficción. Por ejemplo, me gusta Hemingway. Y creo que si bien de Hemingway hay como setenta cosas increíbles, podría haber hecho París era una fiesta y nada más. Y no es poco, es un libro cuya lectura puede crear un escritor. O Fitzgerald, hoy día para mí se lee mejor El derrumbe (El Crack up) que El gran Gatsby. Y no es por morbo, porque puede pensarse que la no ficción tiene más morbo. Y así también con Carver. Carver tiene un libro sobre su padre que es tan bueno como sus ficciones.
—¿Y qué va a pasar con la ficción?
—Yo quiero continuar, pero obviamente después de este libro tendré que entrar de otra manera. Creo que Aeropuertos, que es el libro que aparece ahora, es ficción supuestamente clásica, aunque creo que tiene un poquito de vuelta y vuelta. Es una saga familiar de veinte años y es casi más importante lo que no está que lo que está, me gusta. Creo que no podemos abandonar la ficción. Tampoco puedo escribir de mí y de mí. Porque la gracia de la ficción es que a un personaje que se parece a uno, uno puede hacerle hacer otras cosas, ¿no?
Nos vamos del bar El Cairo, donde señoras con labios de ornitorrinco mantienen estruendosas charlas junto a los ventanales. Un periodista porteño se lleva a Fuguet hacia el bar del Hotel Savoy. Caminamos una cuadra por Sarmiento, nos despedimos en la esquina de San Lorenzo y, al volverme, veo en su mejor perspectiva el Palacio Fuentes, gigantesco y señorial a cien metros de distancia.
Biografema
Alberto Fuguet (Santiago, Chile, 1964) está considerado a partir de 1990, cuando Planeta publicó su libro de cuento Sobredosis, el más destacado escritor de lo que se llamó la Nueva Narrativa Chilena. Cuestión que tuvo sus malentendidos. En la adolescencia, como cuenta en su última novela, Missing, vivió en Encino (California) con su familia y volvió al Chile de Pinochet a principios de los 80. Estudió Periodismo en la Universidad de Chile, escribió y escribe crónicas y reportajes en revistas de América latina y España. Cuando estuvo en el Primer Encuentro de Literaturas Americanas, a fines de octubre en Rosario, dijo en una mesa que compartió con Martín Caparrós, el mejicano Fabrizio Mejía Madrid y el rosarino Osvaldo Aguirre que “miente”, que prefiere corregir las cosas que le dicen sus entrevistados para mejorar los diálogos.
Enfrentado a la visión de cuento de hadas del realismo mágico, como dice en esta entrevista, Fuguet publicó en 1996 una compilación de historias cortas de distintos autores titulada McOndo, que editó con Sergio Gómez y presentaron en un McDonald’s de Santiago, lo que dio origen a un grupo de escritores bajo ese mismo nombre, entre ellos: Rodrigo Fresán, Martín Rejtman, Jaime Bayly (hay una entrada en Wikipedia).
En 1999, Fuguet fue elegido por la revista Time y CNN como uno de los 50 líderes latinoamericanos del nuevo milenio. Su novela Tinta roja (1996) fue llevada al cine en 2000 por el peruano Francisco Lombardi. En 2005, luego de trabajar como guionista, dirigió su primer largo, Se Arrienda. El año pasado presentó su segundo largometraje, Velódromo, que puede verse vía streaming desde bazuca.com. El universo Fuguet incluye sus comentarios de cine en cinepata.com o los posts personales en el blog albertofuguet.cl. En todos lados uno ingresa con la curiosidad del compañero de ruta.
De películas y locura
Nos ponemos a hablar de trabajos, de una experiencia en una colonia psiquiátrica y de lo muy distinto que es la locura de cerca de la que suele idealizarse en las películas y cierta literatura.
“Odio los libros y las películas de locura —dice Fuguet—. Por ejemplo, la única película mala que tiene Jeff Bridges es The Fisher King (Pescador de ilusiones), con Robin Williams, de Tery Gilliam, al que odio. Porque me parece que es Eliseo Subiela con dinero. Cree mucho en la imaginación y los colores. Me interesa más alguien en calzoncillos. Es el barroco, ¿no? La gente vuela, y Munchausen. Y está la última de Hedge Ledger (El imaginario del doctor Parnassus): un amigo que la vio me la contó y es como ¡basta ya! Además, las historias son muy básicas, es como alguien que quiere ser otro. Podrían transcurrir en Rosario en un almacén, pero no, insiste con ese mundo que siempre incluye recreaciones de época. Además, son películas que están muy sobrevaloradas, como Atrapado sin salida: como dice mi amigo Héctor Soto, es una película que hoy ya no se puede ver.
Como Eddie, el primo extraviado de Missing que cada vez que se encuentra a Fuguet le pregunta por las películas que vio y arma un top ten instantáneo, hablamos de cine y televisión: es seguidor de la serie Mad Men y dice que Adventureland (Greg Mottola, 2009) es una obra maestra: “Tiene que ver con la basura, porque la gente cree que todo es Visconti. Se enojaron mucho conmigo después de una nota que publiqué en El Amante donde ataco mucho al cine argentino. Porque la gente de clase media alta que filman a los pobres me parecen que ya... Hay una película peruana que tuvo una financiación de un millón de dólares y retrata la vida de cinco familias pobres de Perú, y yo decía que con ese dinero podrían haberle solucionado la vida”. Y también: “Es muy difícil escribir novelas cuando la narrativa dura y pura está en las series. Y ahí uno se puede dar el lujo de tener 800 horas u 8.000 páginas. Los Soprano, por ejemplo, son seis temporadas a un promedio de 13 horas cada una, estamos superando las cien horas. Eso en literatura es como En busca del tiempo perdido. Entonces creo que los cuentos van a subir sus bonos y mi teoría es que las películas son ahora cuentos, o poesías. Por ejemplo, los asiáticos no cuentan nada y lo hacen muy bien: Wong Kar-Wai, son películas como una pincelada. Son historias mucho más pequeñas, más chicas. Creo que El Padrino hoy sería una serie de televisión”.
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