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viernes, 9 de octubre de 2009

casa de muñecas

Si las películas de McKee, todas encuadradas en ese género cada vez más ilimitado y político que conocemos como Terror, fueran una porquería, a despecho de lo que pretenden estas líneas, nos quedaría al menos agradecerle las dos maravillosas actuaciones de Angela Bettis (la que empuña el bisturí en esta imagen) en "May" (foto) y "Sick Girl".

descubriendo a lucky mCkee, cuya carrera cobró visibilidad en los circuitos de culto a partir de may (2002) y del que pueden verse sus películas en devedé

Con May, del año 2002 (estúpidamente titulada aquí como "La cara del horror"), el director y guionista Lucky McKee (nacido en un pueblito rural de California en 1975) se ganó una merecida reputación como autor de cierto culto. La película fue reconocida no sólo por la crítica especializada y algunos dinosaurios de los grandes periódicos –como Roger Ebert del Chicago Suntimes–, sino entre sus pares: Nick Garris llamó a McKee para que dirigiera Sick Girl (acá, "Metamorfosis") uno de los unitarios de la primera temporada de la gloriosa serie televisiva Masters of Horror, en 2006.
The Woods (2006, "Voces en el bosque", para el público argentino) fue su primer film para una multinacional (Sony Pictures) y es acaso la más fallida, pero no la menos fiel, tanto a sus temas, su iconografía y su reparto habitual.
Si las películas de McKee, todas encuadradas en ese género cada vez más ilimitado y político que conocemos como Terror, fueran una porquería, a despecho de lo que pretenden estas líneas, nos quedaría al menos agradecerle las dos maravillosas actuaciones de Angela Bettis en May y Sick Girl. La misma Bettis es la voz encantada y en off que llama a Heather (Agnes Bruckner), la protagonista de The Woods, a través de los añosos árboles que rodean el internado de señoritas donde se desarrolla la historia.
Y hay todavía algo más que agradecer a McKee, en caso de que el cinéfilo perezoso no quiera tomarse el trabajo de analizar sus películas: pese a que sus temas rozan el lesbianismo, los personajes extraños y solitarios; sus films nunca degeneraron hasta ahora en la rareza tierna e industrializada de un Tim Burton, o en el afectado “orientalismo” de un Wong Kar Wai, pese a que The Woods está infectado por un aire de cuento de fantasmas japonés.

Frankenstein

McKee tenía 27 años cuando dirigió May. El dato de la edad es irrelevante cuando se evalúa el argumento: una joven asediada por la disciplina de la madre, que la aisló de las amistades infantiles con sus métodos correctivos para un ojo “flojo” (“lazy” en el original: era bizca), comienza una cacería en pos de “armarse” el amigo perfecto, así como su madre le ofreció en su niñez una muñeca (“Si no tienes un amigo, constrúyelo”, le dice), al modo de un Frankenstein degradado y psicópata (porque Frankenstein era titánico y demiúrgico, no psicópata, no moderno). El dato de la edad importa por la dirección actoral de la Bettis (una “mujer con cara de duende”, como dice Benito en su blog Dragonlieder.blogspot.com)
y por la cruza de géneros con la que McKee asombra no sólo en <, también en <: las tres cuartas partes de las dos películas pueden verse como comedias románticas, en las que un detalle perturbador fue introducido al principio y permanece allí, como dormido, hasta que despierta de modo terrible en la apoteosis final. Por fortuna podemos ver hoy May como una summa gracias a la perspectiva que establecen los films posteriores de McKee: Sick Girl y The Woods (Roman, escrito y actuado por él y dirigido por Ángela Bettis en 2007, es inhallable; y Red, presentado en el Sundance Festival de 2008, aún no llegó a videoclubes, pero ya se consigue vía torrent –para bajar con Vuze– con subtítulos en español y todo).

Carrie

May, según el mismo McKee, es una relectura del film Carrie (Brian De Palma, 1976, basado en el relato de Stephen King). De nuevo la jovencita solitaria y rara. Pero esta vez Carrie-May (la encantadora Angela Bettis) pasó ya los años del secundario, trabaja en una veterinaria y vuelve a encontrarse en la celebración de Noche de Brujas. Camuflada en ese jolgorio de excentricidad del festejo (confusión que, contra la simpatía del espectador, McKee vuelve a usar en sus otros films) May acude a cada una de sus citas: el director de cine amateur al que “le gustan las chicas raras”, la compañera de trabajo lesbiana del cuello de seda, la porrista de las piernas largas. Para todos ellos tiene una muerte horrible y la consecuente realización del mandato materno.
Pero lo que resulta aterrador en May no es tanto esta revelación sangrienta como la relación con la muñeca que le regaló su madre en la infancia. Relación que va a repetirse en los films siguientes de McKee, donde el mundo materno-paterno aparece siempre minado de fetiches, íconos y tótems. May, la heroína, recuérdese, tiene ese defecto en la vista: el ojo flojo, la bizquera, tiene una visión “floja”, fragmentaria (aquí sí, como en Frankenstein): ve en cada cuerpo partes bellas, pero descarta el todo. May es de alguna forma una muñeca o establece con sus pares relaciones de muñeca, como con Adan (Jeremy Sisto) el director de cine que se siente atraído por su rareza y le muestra un cortometraje suyo en el que una pareja pasa de los besos a la antropofagia. Acto seguido, como si se tratara de una versión minimal de “El Evangelio según Marcos” (Borges) May muerde el labio de Adan, aparece la sangre y el muchacho entiende que hay allí un abismo para el que sus experimentos cinematográficos no lo han preparado.

Punto ciego

Ver y no ver, o ver torcido, ver “flojo” es uno de los ejes de la filmografía de McKee. May es a su vez mirada por su muñeca, que es como ser mirada por aquella madre que le construyó una amiga y se la regaló encerrada en una caja de cristal. Y, en este juego de objetos de mirada ciega, May termina relacionándose con los niños ciegos de una escuela especial, donde terminará llevando su muñeca. En este punto el film genera su escena más perturbadora y McKee muestra su mayor talento: la reunión de imágenes en un relato que chisporrotea con cosas raras, no del todo claras, y estallan con una intensidad que abisma lo que parecía un entretenimiento.
Ver y no ver es también el segundo argumento de Sick Girl (el capítulo de Masters of Horror): de nuevo Angela Bettis, una entomóloga que inicia un romance con una joven que dibuja libélulas. El envío de un insecto desde Brasil, con desconocidas y amenazadoras capacidades de infectar a sus víctimas, introduce la historia de terror que no va a exhibir su rostro más endemoniado hasta el final. Aquí también: está la amante, que fue infectada por el insecto, y “ve” y la entomóloga (la Bettis) que, como Adan en May, no puede ver más allá de los reflejos en una pantalla.

Brujas

The Woods, por último, es el film en el que más clara resulta la fascinación de McKee por las brujas. Heather, una adolescente conflictiva y solitaria, es llevada por sus padres a un internado en medio de los bosques tras incendiar un árbol que casi consume su casa.
El film abunda mucho más que los otros en momentos de “género” (árboles que cobran vida, voces, hechizos que si bien no son mostrados con desparpajo, son evidentes, etcétera), sin embargo, el hallazgo de algunas metáforas visuales (como la leche que, tras el conjuro, las víctimas vomitan negra) y la simetría con la que el film se desarrolla y se cierra, así como la fidelidad con la que McKee ofrece una imagen de sus brujas (siempre similares a la muñeca de May y siempre una versión más prolija e inquietante de la madre de Carrie, en el film de De Palma) señalan también un mundo y un estilo al que estar atentos.

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