Hay una nueva novela de César Aira y se llama El mármol, y su edición viene en tres envases distintos (aunque muchos dicen que el contenido podría tener pequeñas variaciones entre una portada y otra), y es probable que para cuando se publique esta columna Aira ya tenga otra novela nueva. Mezcla delirante de “La lotería en Babilonia” y Mandrake (una de las aventuras favoritas de nuestro autor), o de la serie Fringe y Harry Potter. O nada de eso. Mezcla de lo mejor de Aira: de Cumpleaños, La villa, Cómo me hice monja o Los misterios de Rosario. Pero no nos vamos a poner a contar libros de Aira, tiene como 60. Ya hay un gesto sardónico al principio, cuando el narrador-protagonista quiere desentrañar mediante el relato por qué se desnudó en la calle. Luego viene la escena del supermercado chino. Nuestro héroe debe elegir entre unas chucherías un peso con 60 centavos de vuelto que el cajero no tiene. Elige pilas, un ojo que se ilumina, una tabla de proteínas, una camarita de fotos del tamaño de un dedo, cosas que caben en su puño. Cuando ya sólo quedan 3 centavos, el cajero salda la deuda con unas pelotitas –y acá viene el primer sacudón– de “glóbulos de mármol”. Nos enteramos así que en el mundo de la novela se ha descubierto una cantera de algo que se llama pre-mármol sobre el que circulan leyendas urbanas pero nadie sabe para qué sirve y nuestro narrador emparenta con el ridículo fenómeno de los Sea Monkeys. Afuera lo espera otro chino, es joven, impetuoso y se llama Jonathan. Hay que decir que nuestro protagonista repite una y otra vez que no entiende nada de lo que le dicen estos chinos (ni Jonathan, ni el cajero ni otro que conocerá luego: antítesis de Jonathan, llamado Rodrigo, elegante y dueño de un español refinado aunque de frases crípticas), pero sin embargo se embarca en una aventura con los chinos, sigue con precisión la historia en la que parecen moverse (los chinos, con su “chino básico”, proveen la intriga necesaria para disparar la ficción). Nuestro héroe es, a la vez, un jubilado temprano que vive de su mujer, mira televisión y sueña con ganarse uno de los concursos que se promueven en la pantalla chica. Tras ese premio, tras el ordenamiento de “la lotería”, sigue a Jonathan a un supermercado en el Bajo Flores, donde está la cantera de glóbulos de mármol. Allí hay más chinos, que son extraterrestres, pero provienen de un mundo “idéntico” a este, sin embargo sienten nostalgia del otro. Nuestro narrador se explica la nostalgia: “El viaje había introducido una diferencia en lo idéntico”, esa diferencia era su origen.
Asimismo, las chucherías recogidas en el primer supermercado, en cambio del vuelto, funcionan como objetos mágicos o, como el mismo Aira escribe, “gadgets”: no sólo hacen progresar la aventura, le dan un cariz de virtualidad que se traslada al lector, quien por momentos accede divertido a momentos metanarrativos. Por ejemplo: “Desde el momento en que la noción de lo idéntico se formula, es inevitable sentir la dolorosa lejanía de lo mismo”, o el protagonista se dice: “Esto no puede estar pasándome a mí”, y de inmediato reflexiona: “esa frase es el compendio del realismo”.
El mármol, a su modo, al modo delirante y genial de Aira, es también un compendio de narrativa: la novela de aventura, la de ciencia ficción, el relato realista, y el hiperbólico relato aireano que ya es una tradición en la literatura rioplatense.
Recién veo tu comentario a mi entrada sobre este tema (no me llegan avisos por comentarios, no sé bien por qué). Es muy buena esta reseña. Me pregunto si la habrás cobrado, si algún medio masivo la publicó -sería disparatado que así no fuera.
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