Terra Nova es la nueve serie de Fox, estrenada el lunes 25 de septiembre en Estados Unidos, esperada para el 3 de octubre en América latina y, desde luego, online desde su estreno. De nuevo, como en Falling Skies, Steven Spielberg es el productor ejecutivo. Y esto se nota en el planteo fabulesco del argumento, en el despliegue de dispositivos que no terminan de encajar en la trama y sólo aportan cierta atmósfera, como las tarjetas de identificación, etcétera.
El piloto, de dos horas de tevé (casi una hora y media real), nos muestra el planeta en 2149, al borde del colapso poblacional y bajo una densa y permanente nube global de polución. El modo de poner al televidente en situación (de decirle: la vida acá es una porquería) es propia de una película clase B, no de una serie como las actuales, no sólo desoye las lecciones magistrales de Lost o Fringe en términos de elipsis narrativa, sino que nos hace sentir unos idiotas: Jim Shannon (Jason O’Mara, el protagonista) llega con una naranja a su hogar y se la muestra a su familia, que no ven algo así en años. Entonces llega la policía (Shannon es también policía) a controlar que no haya un tercer hijo en la familia, cosa que está prohibida. Claro que hay un tercero, la más tierna y pequeña, que de inmediato es secuestrada. El padre va preso y, en breve, su esposa le provee un súper láser del tamaño de un pendrive con el que asumimos que se escapará de una prisión de alta seguridad para aparecer en una suerte de portal a lo Stargate que transportará a la familia al pasado de los dinosaurios, 85 millones de años atrás.
Bien, zafamos entonces de esa bochornosa introducción con esos rápidos recursos narrativos y entramos en Terra Nova, un proyecto para salvar a la humanidad dándole un nuevo comienzo. En Terra Nova nos espera el comandante Nathaniel Taylor, ni más ni menos Stephen Lang, el malo de Avatar, que acá es una suerte de sheriff como muchos de la ciencia ficción. Así queda mezclado el western con Jurassic Park. Incluso el hecho de que Shannon sea un fugitivo y un policía ayuda con esta premisa básica del western según la cual en manos de los marginados hallaremos la justicia.
Incluso el comandante Taylor tiene su lado oscuro, un hijo desaparecido y un lugar sobre una gran cascada en la que hay unas extrañas marcas de escritura. A decir verdad, el episodio piloto no escatima el paquete básico del folletín: amor adolescente, peleas, peligro, ataques de bestias, en fin, ese artificio del relato que llamamos aventura y que Spielberg dosifica con momentos de recogimiento moral.
La primera conclusión es que el hombre que nos divirtió con Indiana Jones debería hacer algún curso sobre series de tevé en la primera década del siglo XXI. La segunda, que va a hacer falta algo más que indicios de una conspiración para que la trama comience a enredarse al modo que ejemplarmente lo hacen las series de hoy en día (desde las de ciencia ficción como Galactica o Fringe a las más realistas o, mejor, de crítica histórica, como Breaking Bad, etcétera). Porque la flamante Terra Nova ya tiene un enfrentamiento entre los “sixies” (por los primeros seis peregrinos que arribaron a la isla, que recuerdan a los padres peregrinos de la fábula histórica original norteamericana, el Mayflower y todo aquello) y el comandante Taylor, a cargo de esa colonia en el tiempo. “Para dominar el futuro –de donde viene esta gente–, es necesario dominar el pasado”, dice uno de los personajes ya al final. Bien, sería bueno que ese dominio se ejerciera también desde el relato televisivo (fílmico, si se quiere), de modo que el espectador vea de algún modo desafiada su inteligencia antes que su capacidad de escuchar los discursos de unos seres ficticios.
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