Con Vicente en Buenos Aires, este fin de semana. De vuelta del zoológico, antes de hacer la combinación con Línea A hacia Río de Janeiro, subimos hasta Plaza de Mayo para ver el Cabildo (uno de los puntos centrales en el itinerario que se trazó para este viaje, aunque una vez allí descubrió que ninguna atracción compite con el fabuloso subterráneo) y nos encontrtamos con el cambio de guardia de los Granaderos.
Hay algo muy particular en esta ceremonia que demuestra el poder de lo simbólico: en un momento el pelotón y la orquesta queda de espaldas a la Casa Rosada y de frente al mástil principal, donde está la bandera, a la que se aprestan a bajar dos granaderos. Suenan los clarines y el soldado que dirige el acto grita un "¡Saludo a la bandera!" En ese momento, pese a que la gran atracción es esa orquesta de granaderos contra las rejas de la casa de gobierno, todo el público, en su gran mayoría extranjeros, da media vuelta y se sume en silencio para observar el descenso del pabellón nacional, cosa que también hicimos con Vicente muy emocionados.
Finalizado el acto protocolar y las formalidades del cambio de guardia y retiro de la bandera, la banda militar avanza hacia la plaza, donde permanecen un buen rato interpretando temas del repertorio popular. Cuando nos íbamos escuchamos, para nuestra gran alegría, de "Have you ever seen the rain", de Creadence.
Cronología
Según los boletos y pasajes acumulados, salimos de Rosario a las 8 del sábado 3 de septiembre. A las 12.05 de ese día, en Retiro, tomamos el 132 rumbo a Caballito. Allí almorzamos en lo de Zoraida, con Fernando, y a las 14.49 nos tomamos el subte en la estación Río de Janeiro, rumbo a Perú, para cominar allí con la línea D hacia Plaza Italia y hacer destino en el jardín Zoológico.
Del Zoológico no sé bien a qué hora salimos, pero sé que a las 18.12 de ese día volvimos a pasar por el molinete del subte para hacer el recorrido al revés. Sólo que esta vez decidimos salir a la superficie en Catedral (allí nos encontramos con el cambio de guardia, etcétera). A las 18.58 dimos por concluída la visita a Plaza de Mayo, porque a esa hora entramos de nuevo a Perú y nos fuimos a Caballito.
El domingo despertamos temprano, hicimos compras, preparamos una comida (estrené en casa de Zoraida mi tortilla con hongos secos) y a las 14.09 estábamos de vuelta en la estación Río de Janeiro para visitar el Cabildo. Como debí suponerlo por la nota que hice en 2010 y ya está enlazada en el primer párrafo, es más lo que fascinó a Vicente en el programa Zamba va al Cabildo, que el mismo museo, donde hay más empleados que objetos expuestos. Por suerte, a unos 300 metros está la Casa Rosada, con sus granaderos y sus puertas abiertas (los días de semana). Paseamos por allí, donde sobraban brasileños, uruguayos y otros extranjeros, y a las 15.52 regresamos a Caballito para recoger nuestras cosas, saludar como es debido a Zoraida (excelente anfitriona que cedió su televisión a Vicente, y me regaló un hermoso volumen sobre su padre, Vicente Nadal Mora, sobre el que me explayaré en otro momento), a Patricia y a Fernando, y a las 17.00 en punto nos tomamos de nuevo el 132 para ir hasta Retiro, donde parecía esperarnos un coche de Empresa Argentina que por la módica suma de 220 pesos nos subió a Vicente y a mí y partió a de Buenos Aires a las 17.50.
Los gastos más excesivos fueron erogados en las dos terminales de ómnibus, en quiscos con olor a pichí de gato donde una botellita de 7-up free (en Rosario) costó 8 pesos y 9 pesos (en Buenos Aires), además del pasaje con doble subsidio, estatal y del pasajero: 440 pesos en total. La entrada al zoológico con acceso a la sala de los reptiles, el acuario y otros sitios (que, insisto, no compitieron en la admiración de Vicente con el fabuloso subte) costó 34 pesos. Un café, un té con leche y una torta frita que Vicente embadurnó con azúcar y no comió en el bar del Patio del Cabildo costó 27 pesos. Un kilo de tomates, un paquetito de cebolla de verdeo y un chocolatín Georgalos mediano en el supermercado Disco de Rivadavia al 4500 costó 25 pesos. Pagué por último un Villa Seca Cabernet Sauvignon (en la hermosa vinería de Independencia casi Muñiz a la que Fernando ya me había llevado a degustar unos quesos con un San Felipe Roble hace dos años) casi lo mismo que en Rosario que, sumado a unos cien gramos de castañas de cajú saladas alcanzaron los 51 pesos. Lo demás fueron chucherías y cigarrillos.
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