Está en Roma y escribe: “Las sandalias romanas que traje pensando que serian lo más acorde para transitar el cien por ciento de estas calles adoquinadas quien sabe de cuándo, no han resultado ser lo ideal y me turno entre eso y un par de ballerinas de animal print que son la mismísima muerte y además no pegan con nada. Cualquiera diría que es una frivolidad pero se equivocan, Roma se merece lo mejor y además no hay nada más deprimente que ver ese espanto de «equipito de vacaciones» con los que la gente sale en las fotos. Concluyo que los romanos tomaban mas carroza de lo que caminaban, al menos en verano”.
Foto de Charlotte.
Por chat le recuerdo la indignación con la que recibíamos a un miembro de la banda que usaba joggings con el argumento de que eran cómodos. Como si la comodidad fuese un argumento para “una raza que eligió vestirse” (parafraseo la frase de Pessoa). Me dice también en el chat: “Esta ciudad es demasiado bella para estar zaparrastrosa. Mirar el David a los ojos mal vestida es un crimen que debería estar penalizado”.
Claro que estoy de acuerdo. Y acá hay un asunto que no hace tanto al buen vestir como al vestirse (más allá de lo que cada uno entienda por hacerlo “bien”): debe entenderse, como en la fábula zen, que lleva toda una vida aprender a vestirse, lo mismo que lleva aprender a desnudarse. Es tanto cuestión de apreciar el arte, como lo contrario: una obra Bella nos interpela en eso con lo que hemos descendido del Paraíso, en eso con lo que atinamos a cubrirnos una vez perdida la inocencia (recuerdo, sí, la leyenda jasídica que recoge H.A. Murena en La metáfora y lo sagrado que puede leerse acá). Lo Bello, claro está, será siempre el recuerdo de algo que no tuvimos, del mismo modo que con la ropa, con el vestido, dibujamos otro cuerpo en el cuerpo.
Este acercamiento fantasmagórico y sublime a cosas que nuestra mirada apenas dimensiona repele cualquiera de las tendencias del caminante profesional que se calza un par de Columbia, Merrell o Dios sabe qué cosa.Los recuerdos encadenados de su última entrada, ya en Buenos Aires, confirman la gravedad de estas afirmaciones.
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