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lunes, 12 de noviembre de 2012

pensar la fe


El teólogo gallego Andrés Torres Queiruga estuvo en Rosario a fines de septiembre, donde el arzobispado le prohibió dar una charla dentro de su ámbito por no coincidir con sus opiniones. Sin embargo, el español habló para una nutrida concurrencia en el CMD Noroeste, donde dijo: “Todos tenemos derecho a razonar nuestra fe”.
Imagen tomada del blog Hora de verdad.


Cayó la tarde en el auditorio del Centro Municipal de Distrito Noroeste, en Provincias Unidas y Junín. Una de las empleadas no sabe quién es Andrés Torres Queiruga, pero dice que el auditorio está lleno y, como en la pregunta escuchó “conferencia del teólogo”, agrega: “Ah, sí, vimos pasar unas monjas”.

Y así es, tan intenso como el vasto discurso de Torres Queiruga, que habla de “pensar la fe”, es el espectáculo de esos creyentes que se reunieron allí para escucharlo. Hay hombres solos, mujeres, jóvenes, religiosos. Cuando el teólogo, que vino de Galicia y estuvo hace pocos días en un encuentro de la Teología de la Liberación en Brasil, abra su conversación para el público, los presentes tirarán todo tipo de preguntas, desde qué es la Santísima Trinidad a qué significa hacer el bien. Lo que se juega en esas inquisiciones del auditorio no es sólo el saber en torno a cuestiones de la doctrina, sino la misma experiencia de la fe.
Torres Queiruga nació en La Coruña en 1940 y reside nada más ni nada menos que en Santiago de Compostela; es un reconocido teólogo y escritor gallego con premios y reconocimientos que exceden incluso el ámbito de lo religioso (como el de crítica por sus ensayos o a la traducción que hiciera de la Biblia). En Rosario fue presentado por Ariel Álvarez Valdés, fundador de la Fundación para el Diálogo, a cuya sede en Santiago del Estero se dirigía Torres Queiruga tras su paso por Rosario.

Con calma y razocinio

La conferencia del teólogo español, originalmente titulada “Cómo entender la divinidad de Jesús”, iba a tener lugar en una sala de Hermanos Maristas, pero según trascendió, una recomendación del arzobispo de Rosario, José Luis Mollaghan, disuadió a las autoridades de esa parroquia de recibir a Torres Queiruga. Es que la Comisión para la Doctrina de la Fe de la Conferencia Episcopal Española “discutió” algunos de los planteos teológicos del gallego en marzo de este año a través de una “notificación” en la que cuestionaba la catolicidad de algunas de las tesis de Torres Queiruga, por lo que le sugería que siguiera “clarificando su pensamiento” y lo pusiera “en plena consonancia con la tradición de fe autorizadamente enseñada por el Magisterio de la Iglesia”. Las máximas autoridades de la doctrina de España lo acusaron de “negar implícitamente la resurrección” (acá su epílogo al libro Repensar la resurrección). Cosa a la que el visitante prefirió no referirse en Rosario y mantuvo siempre el tono cordial y abierto, comprensivo, aunque no dejó de mencionar lo bien que la Teología de la Liberación había hecho a la iglesia y, en su charla, citó pensadores de todo el inmenso arco que va de la teología a la historia de las religiones, desde los protestantes Paul Tillich o Paul Ricoeur, hasta Ecrivá de Balaguer o Mircea Eliade.
“Lo tomo con mucha clama –dijo el teólogo cuando le pregunté por la advertencia de Mollaghan–, comprendo que las mentalidades son distintas y aunque me parece que no es lo más correcto, como puedo seguir hablando, puedo seguir anunciando el avangelio, puedo seguir haciendo teología, procuro centrarme en lo que puedo hacer y lo otro prefiero dejarlo en la sombra. Desde luego, espero nunca parecer una persona amargada y agresiva. Me gusta construir paz y tolerancia”.
“Mi canon dentro del canon”, diría Torres Queiruga al referirse a eso que le permite hacer foco, iluminar y comprender las verdades de la fe, es que “Dios es salvación: si aparece en la vida es porque quiere salvar, quiere nuestro bien”. Y entonces dejó planteado el meollo de todo acto de fe: “No nos damos la creación a nosotros mismos: podríamos tranquilamente no estar acá. La idea de la creación apunta a esto de que Dios nos da la vida, de modo que la creación no aconteció in illo tempore (en los tiempos remotos), sino que Dios nos está creando, ¿y para qué nos crea, para que lo sirvamos o alabemos? Sería absurdo, un ser omnipotente no necesita que nadie lo sirva y menos que lo alaben, una madre no querría semejante cosa. Nos crea por amor, para regalarnos su amor , para que otros participen del bien y la felicidad”.
Con esa introducción quedó claro el tema de su charla y, sobre todo, el de sus lineamientos teológicos: pensar la fe pero, sobre todo, pensarla a partir de la experiencia misma de la fe. “Todos tenemos derecho a pensar la fe”, concluyó en un momento.

Divino y profano

La amabilidad, la apertura al diálogo y la contemplación a las restricciones de las autoridades eclesiásticas vernáculas y españolas tuvieron también una parada de carro en la conferencia del español cuando dijo cosas como “Si hace bien, es tan santo comer como rezar”, aunque aclaró que si comer se vuelve el centro de la vida de una persona ya no puede hacer bien y agregó: “Una vida puede ser santa y a la vez profana, normal”.
También dijo: “Hay cosas que creemos pero que si las pensamos un momento no las creeríamos”. Y, tras desdibujar la idea del infierno y las condenas a permanecer a las brasas durante la eternidad, Torres Queriuga definió: “Ya en el Concilio Vaticano II (1962-1965) se había concluido que somos responsables de mucho del ateísmo”, y un razonameinto que lo llevó de san Irineo (“La gloria de Dios es la persona viva: una persona que ayuda está haciendo acontecer a Dios”) a la Teología de la Liberacion, a la que calificó de “una bendición para nuestra iglesia, porque nos enseñó una iglesia preocupada por los que sufren”. Y dio un ejemplo elocuente: “En españa la iglesia queda siempre muy mal en las encuestas, allá atrás, junto con el Ejército, pero Cáritas está siempre primero porque todos le reconocen que está para ayudar a los que más lo necesitan”.
Entre las preguntas de la concurrencia, en el CMD Noroeste, alguien preguntó cómo veía la iglesia del futuro, a lo que Torres Queiruga contestó de inmediato que no podr{ia hacer futurología, pero, dijo: “Espero que será mejor, conocí la de Pío XII, que era mucho más conservadora que la actual”.
También diría a este diario cuando se lo consultó por la rigidez de algunas medidas de las autoridades eclesiásticas que desaconasejaron su intervención dentro del ámbito del arzobispado: “Si somos realistas y adultos nos damos cuenta que no en todo podemos estar de acuerdo porque es la vida misma, que es limitada. Por eso el papa Juan hablaba de acentuar lo que nos une y comprender lo que nos diferencia. Si practicáramos eso en la iglesia sería un gran avance. Incluso para lo social, porque vivimos en una sociedad muy conflictiva y la iglesia debiera ser un ejemplo y una llamada a este diálogo fraternal, a esta tolerancia”.
Por último, le preguntamos si no prefería al Joseph Ratzinger (el actual papa Benedicto XVI) en su rol de principios de los 60, cuando era un febril activista durante el Concilio Vaticano II: “Posiblemente –dijo Torres Queiruga– la primera etapa, hasta finales de los 60, fue más abierta que la etapa posterior, pero también es cierto que una vez que el papa ya no ejerce propiamente como teólogo sino como pastor entra en otro estilo y, claro, siempre al que gobierna no le toca ser el intelectual de punta sino gobernar, apaciguar y ser más moderado. Pero también podemos todos en la fraternidad de la iglasia estar dialogando para ayudar a que el papa sea lo más fiel posible a su misión”. 

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