Terminada True
Detective, y salvo por algunas tiras europeas (el thriller noruego Mammon
–es un nombre bíblico; ni un dulce ni otra cosa–, una nueva temporada de la
sueca dinamarquesa Bron/Boren,
podrían ser los mejores ejemplos), las series televisivas disponibles hoy en
internet parecen haber llegado a una meseta. No contemos aún la nueva temporada
de Game of Thrones,
cuyo primer episodio comenzó el domingo pasado y ya es parte de otra cosa.
Manito
Sin embargo, se han estrenado e, incluso, ya avanzaron las
primeras temporadas de al menos tres series esperadas, por distintos motivos.
Una de ellas es la primera temporada de From Dusk
till Dawn, que no sólo recupera el argumento de la película de Robert
Rodríguez del año 1998 (Del crepúsculo al
amanecer), sino que es la primera producción de un canal de cable que
administra el mismo Rodríguez con lo que pretende ser el primer canal de
ficciones latinas (o “hispanas”, como prefiere el célebre director) y lleva por
nombre El Rey Network. Con una primera temporada de 10 episodios y una segunda
ya en camino, Del crepúsculo al amanecer
vuelve sobre las andanzas de los hermanos Gecko mientras huyen hacia la
frontera mexicana y se encuentran con vampiros que han quedado allí, como
flotando en ese borde entre dos mundos. Con algunas pocas diferencias con la
película original –en la que Rodríguez mostraba su alianza con Quentin
Tarantino para imponer el cocoliche en la pantalla grande–, la serie cuenta
desde ya con el beneplácito de todos los fanáticos del director y papeles breves
para viejas leyendas de la ficción televisiva, como Don Johnson.
Las citas son caprichosas, la densidad de los personajes
viene enlatada y por más homenaje que se aduzca al cine clase B, el resultado
parece siempre el mismo: una colección de figuritas macabras. Lo que Rodríguez
llama “lo hispano” –la lanza de asalto de su propuesta contra el mainstream
angloamericano– es también eso, figuritas de la cultura pulp mexicana, nada más
que veneradas. Lo hispano se apoya en tres puntos: actores mexicanos o de ese
origen, cactus en la ruta y una que otra estampita religiosa.
Belleza americana
The 100, es
decir “los cien”, es una serie de ciencia ficción en lo que se suele llamar
“género postapocalíptico” y está basada en una novela que es a la vez la
primera de una serie de libros. Transcurre en un futuro digamos de acá a cien
años. La Tierra fue arrasada por una guerra atómica y la humanidad sobrevive en
una serie de naves y estaciones espaciales que fueron unidas con el paso del
tiempo y conforman El Arca, último habitáculo de la raza. Pero, luego de 100
años, este arca se está quedando sin oxígeno, de modo que un grupo de cien
jóvenes son enviados a la superficie terrestre en busca de un lugar donde
volver a habitar un planeta que creen desierto. Los jóvenes, pese a la falta de
oxígeno, a la falta de comida y de condiciones de vida saludables, son
milagrosamente bellos y esbeltos –sobre todo las chicas, quienes antes que a un
apocalipsis parecen haber sobrevivido al cierre de una agencia de modelos–, lo
que haría que esta serie pertenezca a un subgénero que ya conocemos: las que
algunos prefieren ver con la mano. A su vez esta muchachada estaba presa,
porque las normas en el arca son en extremo estrictas. De modo que ahora en una
tierra salvaje y extraña, con tormentas radioactivas y ciervos bicéfalos,
nuestras heroínas y sus galanes deben apañárselas no sólo para sobrevivir a los
peligros del planeta, sino a la furia de la horda que son ellos mismos.
Con cierta inocencia –una inocencia oportunista–, The 100 viene a nutrir un género que se
extiende en las series actuales: el de los mundos sin padre, sin ley, en los
que el conflicto mayor suele ser de orden policial. Una versión menos
antropológica que la original novela El señor de las moscas
(1954), de William Golding, y más sociológica o, como prefieren algunos
analistas contemporáneos, “sociopática”. Desde luego que la patología social
que explora la serie, con los límites ya señalados, no es el origen tribal de
la violencia, sino –como lo hicieron series ya legendarias, desde Galáctica hasta Lost– el avance real de una suerte de final al que nadie le ha
puesto todavía un nombre y podría resumirse en la frase de Mark Fisher:
“Es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”.
Secuestrado
Si The 100
encuadra en el género postapocalíptico, Crisis
–sobre un grupo de ex militares y miembros de la CIA que secuestran a los hijos
de las personas más poderosas de Estados Unidos– vendría a pertenecer al género
de ficciones en las que aparece el presidente estadounidense, como sea que se
llame este género. El detalle excepcional de la serie es que actúa Gillian
Anderson –tan bella como cuando protagonizaba Los
expedientes secretos X–, después, después. Ah, sí, tratándose de las
personas más poderosas del mundo, sus hijas e hijos son poderosamente lindos.
De alguna manera, la serie retoma todos los clisés de las
tiras televisivas desde 24 en adelante: complots aniquiladores, alta tecnología
y dos agentes –una del FBI y uno del Servicio Secreto– inquebrantables que a
minutos de reunirse con el presidente están tiroteándose con unas especies de
rambo en las calles de Washington.
Ver
o no ver estas series, esa es la cuestión. Verlas: porque aunque afirman cosas
aberrantes, hay siempre un espacio para leer esa ausencia paterna que es la
marca de la época.
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