El lunes 21 de marzo de 2006 preparamos con Fernanda Blasco una edición especial de Cultura por el aniversario del Golpe de Estado cívico-militar del 24 de marzo de 1976. Entonces le escribimos a muchos autores preguntándoles qué estaban haciendo aquél día, 30 años atrás. [Ni bien encuentre los demás testimonios los subo.]
Diana Bellessi me respondió por correo electrónico el 16 de marzo de ese año a las 12.59 PM y me envió este texto.
Diana Bellessi lee en la explanada del CC Bernardino Rivadavia, en Rosario. Septiembre de 2009. XVII Festival Internacional de Poesía. Foto de Giselle Marino.
por Diana Bellessi
«Acosada por la presencia del ejército que había cerrado el perímetro de las torres de Fuerte Apache, donde vivía por entonces como okupa, acababa de mudarme a una piecita del barrio de Constitución. Recuerdo ese día otoñal, el cielo color plomo que parecía achatarse sobre nuestras cabezas como la sombra del tiempo que vivíamos, del tiempo por venir. Tenía la certeza de que sería largo y fiero, y aún puedo revivir aquello como si fuera ayer. Es una marca física, el cuerpo lo recuerda. Veinticuatro de marzo de mil novecientos setenta y seis, un sello gótico, aunque la carnicería había empezado antes, hacía rato ya. Ese día quemé los últimos papeles posiblemente comprometedores en una cacerola, la misma donde hacíamos el arroz o la sopa, y mientras las hojas amarronadas de los árboles se desparramaban sobre el pastito de la avenida 9 de Julio, aún nos veo, es casi lo único que veo, como si un manto fúnebre se hubiera llevado todo, imágenes y sonido –salvo aquel ruido: los camiones del ejército y las sirenas-; nos veo, conversando en susurros bajo el cielo plomizo. Hoy la llamé por teléfono y ella recuerda lo mismo, mi amiga uruguaya, Graciela Crottogini, que me había dado amparo en su cuarto de pensión. “No va a durar mucho —decía mi amiga—, el aparato peronista reaccionará...” Creo que lo inventó como una cábula contra el miedo. Ella había cruzado el Río de la Plata corrida por el golpe de estado en Uruguay, y sin duda le otorgaba un poder imaginario a lo que quedaba del peronismo. Me parece haber sabido lo que estaba jugándose en los setenta, bien o mal se intentó cambiar el rumbo, se intentó detener un proyecto de vaciamiento del país que quedó tan claro en la década de los noventa, reabriendo los campos de exterminio por la desocupación y el hambre. Yo negaba con la cabeza y le decía: “no, Negra, esto va para largo y fiero”, y recuerdo que me dolía el cuerpo, de miedo más que del peso por haber trasladado, el día antes, unas cajas con libros al departamento de Mario Delgado Alparaín, que vivía cerca de la pensión y era uno de los pocos amigos que había logrado alquilar una casa, siempre menos peligrosa que un cuarto de hotel de mala muerte. Aquel gris ventoso sobre el pasto amarillento de la avenida, y dos mujercitas hablando bajo en cuclillas. Después, desde la ventana de la pieza se veían los carros del ejército pasar incesantemente; 9 de Julio y Humberto Primo, justo encima del negocio “La casa de la novia”; ni la novia durmió esa noche. Tenía 30 años. Había vivido el Rosariazo y la dictadura de Onganía, pero tuve la certeza de que estábamos atravesando algo que no se parecía a nada de lo ya conocido. Como si el mal tuviera una presencia física, mohosa, fría, así lo recuerdo. Habría que traducir al cuerpo. Lo que sé, es que se hizo de noche en mitad del día.»
Fotos de Giselle Marino.
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